Sanidad dice no poder controlar la actividad
de varios psicólogos que siguen vendiendo la idea de que pueden ‘sanar' a
gays, lucrándose con terapias que causan ansiedad y depresión, según los
expertos y las propias víctimas
http://www.publico.es/actualidad/531770/puse-en-peligro-mi-vida-por-intentar-curar-mi-homosexualidad
ALEJANDRO LÓPEZ DE MIGUEL
Madrid
03/07/2014
No hay
nada que curar;
no es
una enfermedad, desviación ni trastorno. Esta es la respuesta unánime
de los colegios de psicólogos españoles y de los colectivos gays, compartida
por la Organización Mundial de la Salud (OMS) y la comunidad científica
internacional, que tacharon la homosexualidad de su lista de enfermedades en
1990 y 1973, respectivamente.
Sin embargo, y
en contra del mandato de los colegios oficiales de psicólogos, en nuestro
país aún hay quienes se empeñan en seguir vendiendo la idea de que hay
remedio para la homosexualidad: que los gays pueden ser
curados. Lo llaman terapia de
reconversión; hoy han desechado los
tratamientos con impulsos eléctricos, pero han desarrollado otras
técnicas igual de dañinas, a juzgar por los resultados.
"Modificar una
conducta siempre pasa por la premisa de que el individuo quiera cambiar",
asegura a Público
Leandro Roldán, secretario del Grupo
de Psicólogos Evangélicos (GPE) y miembro de su junta directiva. "Si alguien
no está contento con su sexualidad puede pedirnos ayuda, e intervendremos de
diferentes formas: escuelas y terapias, psicoanálisis, interpretación de
sueños..."
En términos
similares se expresa un trabajador del centro
Enterapia Psicología, de Vigo, que
también dispensa este tipo de tratamientos. "Un paciente vino con un
sufrimiento muy grande. No puedes imponer nada a nadie, pero si acuden a
nosotros lo hacemos", defiende.
Sin embargo,
ninguno de los dos es capaz de aportar
pruebas que demuestren que estas terapias sean efectivas, más que "su
experiencia", su palabra de que en que algunos casos han conseguido este
objetivo. De hecho, ante la pregunta de si no sería más fácil y positivo
fomentar que sus pacientes aprendiesen a aceptar su homosexualidad, el
trabajador de Enterapia defiende que "puede que fuera más fácil y puede que
no".
"Es un
trastorno desde el momento en que la persona se sienta incómoda. No
vamos imponiendo que dejen de comportarse como sea. Si la persona se siente
trastornada o incómoda buscará ayuda, por eso hablamos de trastorno",
justifica Roldán. "Si una persona tiene impulsividad a cometer actos
violentos, reacciones hacia sus vecinos o su pareja y busca ayuda en ese
sentido, si se lo podemos ofrecer lo hacemos.
Si una persona cree que su vivencia como
homosexual no es correcta, no es feliz y busca ayuda, se la damos",
insiste.
En la misma línea, sostienen que no pueden hacer una
estimación de los costes de estas terapias: "Las tarifas las ajustamos a los
honorarios que estipulan los colegios de cada comunidad, y siempre depende
del número de sesiones; pueden ser tres, cinco o veinte". "Depende de si hay
una conducta establecida o son sólo tendencias,
si hay una relación permanente con una
pareja que hay que romper, es algo relativo", asevera Roldán, que
cifra el coste aproximado de una sesión en
60 euros.
"Hacemos terapia breve, que suele estar en torno a 10
sesiones, pero lo de breve suele ser sólo una forma de hablar en estos
casos", asegura el trabajador de Enterapia. Ambos esgrimen que si los
tratamientos van mal o no funcionan —a su juicio o en opinión del paciente—
los detienen, pero no pueden asegurar que
estos tratamientos no tengan efectos adversos, como denuncian las
asociaciones y colectivos LGTB y varias personas que los han experimentado
en carne propia. "Lo que les hacía daño era sentir como estaban sintiendo,
el trabajo que se hizo fue favorable", defiende el empleado de Enterapia.
Al otro lado del ring, los colectivos de gays,
lesbianas, transexuales y bisexuales (LGTB), pero también la mayoría de
expertos, alertan del peligro de estas
terapias. "No se puede curar ni sanar algo que no se considera
trastorno ni enfermedad mental", afirma Juan
Manuel Peris, psicólogo y director del Grupo Les-Hom, especializado
en atender a los colectivos LGTB.
"En la mayoría de los casos el problema es que se
enfrentan a un entorno hostil que les provoca miedos, temores e
incertidumbres: no es el hecho de su orientación", explica
Antonio Fuertes, catedrático de
Psicología Evolutiva en la Universidad de Salamanca. Para Fuertes, no hay
ningún tipo de evidencia de que estas sesiones tengan algún efecto, no hay
nada que curar en lo que a la orientación sexual se refiere, y plantear que
lo que les ocurre a estos pacientes es que padecen una enfermedad
"no puede hacer otra cosa que no sea provocar más daños".
"La base de estos intentos y deseos de hacer terapia
de reconversión tiene su origen en el
prejuicio hacia la homosexualidad: o silenciamos o intentamos reparar
lo que no hay que reparar", razona.
Peris defiende la misma tesis y va un paso más allá a
la hora de criticar estos tratamientos y a quienes los aplican: "Esta gente
también tiene un beneficio económico importante, se aprovechan del dolor
para hacer dinero. Se consideran procedimientos no éticos, porque no puedes
aplicar un tratamiento a alguien si le vas a hacer más daño.
Están reafirmando la homofobia interiorizada, no presentan datos de la
legitimidad de los tratamientos, que sólo incrementan la frustración
[de quienes los reciben]", asegura el también trabajador del Programa de
Información y Atención a Homosexuales y Transexuales (PIAHT) de la Comunidad
de Madrid.
A su juicio, el
motivo por el que algunas personas se someten a estos tratamientos es que
tienen ideas homófobas interiorizadas: "Si se han educado en ambientes
homófobos, han interiorizado esas creencias", razona. "Pero la postura de la
psicología es ayudar a las personas a cambiar el sufrimiento. Si tienes
problemas con la comida, si eres bulímica, el psicólogo te ayuda a dejar de
sufrir para que puedas comer con normalidad, no te quita la comida. Estos
dicen que lo que te hace sufrir es la homosexualidad y quieren cambiártelo.
¿Si
tuvieran un paciente heterosexual que sufriera por ello, le aplicarían el
tratamiento?", cuestiona.
La FELGTB,
COGAM, la Federación Andaluza Arco Iris, COLEGA, Triángulo y el resto de
colectivos consultados por este diario también se han mostrado muy críticos
con estos tratamientos, insistiendo en su premisa de partida: no hay nada
que curar en la homosexualidad y lo único que estas terapias pueden provocar
son daños.
"Afronté
la terapia de shock con electrodos"
Alberto Rodrigo sufrió en carne
propia las consecuencias de estas terapias en 2004, cuando se puso en manos
de
Exodus International —hasta
2013, la mayor organización dedicada a estos menesteres— para
curarse. Hoy,
Exodus lleva un año cerrada,
sus impulsores han reconocido el
error y han pedido perdón por el sufrimiento causado, pero en muchos casos
los daños en sus víctimas persisten.
De familia cristiana, Rodrigo se sometió a terapia
por presiones de su entorno, pero también
por sus propias convicciones. "Porque estaba adoctrinado. Me estaba
afectando a mi salud el no ser natural", recuerda. Sin embargo, los efectos
no tardaron en notarse y no fueron los esperados: "Me creó una gran angustia
y ansiedad, no podía dormir, tenía síntomas como que se me hinchara la cara,
no tenía infección ni nada, pero somatizaba", asegura.
"El tratamiento
fue largo. Afronté sesiones terapéuticas en las que
reforzaban la idea de que la homosexualidad
era una enfermedad, de que podía reconducirlo. Me sugirieron cosas
tan absurdas como comprar revistas deportivas para que me aficionara a estas
actividades, o tirar mi ropa interior de slips para que me comprara
calzoncillos largos, de los de toda la vida. Como esto no funcionó,
me propusieron la terapia de shock con
electrodos: cada vez que tu cuerpo se estimula viendo imágenes
eróticas gays recibes una descarga", explica.
Años después, Rodrigo reconoce que recurrir a estos
tratamientos fue un error, que no tuvo más remedio que aceptarse. "Tuve que
hacer trabajo de aceptación y resolverlo porque estaba en peligro mi vida.
De todas las personas con la que he conseguido hablar, no he oído a ninguna
que se haya podido curar. Hay gente que se
ha mantenido con una represión total. En España no conozco gente que
haya pasado por la terapia con electrodos, pero en EEUU conocí a varios y
estaban destrozados psicológicamente; habían desarrollado enfermedades como
la fatiga crónica o la fibromialgia", defiende Rodrigo, que hoy dice
haber aceptado su orientación sexual.
El caso de Ángel
Llorent es similar, en ciertos aspectos. A los 17 años tuvo un
intento de suicido y su vinculación con la Iglesia Católica y
posteriormente con la Evangélica le hicieron identificar la homosexualidad
como un problema.
"Estuve 20 años en una iglesia conservadora
fundamentalista y las cosas no fueron bien. A lo largo de los años vi que la
cuestión de la homosexualidad no se curaba, no se iba. Consulté a un
psiquiatra de la comunidad, uno reconocido, no un curandero, y empecé las
terapias. Él me confirmaba que no era gay,
sino que había tenido un problema relacionado con mis padres, en una
infancia donde mi padre no estaba y mi madre estaba demasiado. Adopté
esa idea y empezamos a trabajar con esta premisa; que la culpa no era mía,
que no era gay, que lo que tenía se podía
curar, que podría ser un heterosexual normal, casarme, tener hijos",
recuerda.
Hace apenas 11
años (tiene 47), Llorent se puso en manos de otro psicólogo —"uno bueno"—
para que reparara los daños infligidos por estas terapias, pero la mente es
difícil de curar , y reconoce que algunos de
estos daños todavía persisten. Nunca cumplió su objetivo de
convertirse en heterosexual, pero esto dejó de ser un problema.
"Después de pasar por medicaciones y terapias
reconductivas vi que seguía teniendo los mismos pensamientos y sensaciones,
y al final la cosa fue tan rápida como decir 'basta, no van a avanzar en el
tema de mi sexualidad'. Dejé esta confesión y una persona me explicó que la
fe y la homosexualidad no eran incompatibles", rememora.
Hoy sigue manteniendo su fe, pero pertenece a
otra confesión que acepta su orientación
sexual y ha comenzado un proyecto para levantar una iglesia "muy
inclusiva". "Salí del armario y no me he arrepentido de nada, ha sido una
liberación y una reafirmación de lo que soy y de lo que tengo que hacer",
sostiene.
"La homosexualidad no se puede cambiar. La puedes
reprimir, hay mucha gente que vive reprimida, y yo la reprimí. Es una
condición natural tuya, biológica, y no hay
forma de luchar contra ella aunque tu ambiente te empuje a ello. No
hay cura porque no hay enfermedad, y si mucha gente supiese que hay otra
alternativa a pasar por estas terapias no las afrontaría", zanja.
Sanidad dice "no poder hacer nada"
El Ministerio
de Sanidad asegura que la existencia de estas terapias no entra en su ámbito
de actuación, sino en el de los colegios de psicólogos de cada comunidad
autónoma.
"Nos
parece mal, pero no podemos hacer nada", defiende el gabinete de
comunicación del ministerio que dirige Ana Mato.
Las
declaraciones de Sanidad refuerzan la idea sostenida por los expertos y las
víctimas con los que ha conversado este diario: es necesario crear un marco
legal para evitar que se sigan impartiendo estas terapias, como lo hay en
varios estados de EEUU —de donde provienen las ideas de estos
sanadores—. "Van a continuar
haciéndolo hasta que no haya una ley punible", denuncia Llorent.
"Si el
paciente no denuncia, al ser ámbito privado es difícil actuar",
sostiene Peris, que recuerda que estas terapias apenas se publicitan —aunque
sea posible encontrarlas desde cualquier buscador— y que las vinculadas a
las distintas iglesias se articulan en una "red oculta"."El colegio de
psicólogos no puede actuar sin denuncia. Ha venido gente rebotada, con daños
por haber recibido esos tratamientos. Si denuncian a un paciente por mala
praxis el colegio puede actuar, incluso puede inhabilitar a estos
profesionales", añade.
El
Vaticano se niega a aclarar si considera la homosexualidad una enfermedad
En palabras del
catedrático Fuertes, la religión juega un papel especialmente relevante e
importante, pero no es el único elemento a tener en cuenta. "Hay otras
posiciones conservadoras extremistas que no están vinculadas a la religión,
pero la religión católica y protestante siguen diciendo que la
homosexualidad es anormal", recuerda.
"Ahí está la
carga ideológica:
consideran mala la homosexualidad", denuncia Peris. "La mayoría de
las religiones estiman denigrante la homosexualidad: sólo conocen una forma
positiva para el ser humano de relacionarse, en base a sus esquemas",
lamenta.
Fuentes de
comunicación de la Santa Sede insisten en que
no tienen una respuesta a la pregunta de si
el Vaticano considera que la homosexualidad es una enfermedad. Se
niegan también a dar indicaciones sobre quién puede dejar clara la postura
de la Iglesia Católica al respecto. "Sobre este tema,
no
comments", responden de manera airada.
En la misma
línea, la Conferencia Episcopal se remite a la documentación publicada en su
web, e insiste en que no puede dar otra respuesta a la pregunta.
"Piensan que
cuatro versículos de la Biblia se pueden interpretar como que la
homosexualidad es un pecado" critica Llorent. "En esta sociedad machista y
heterosexista se crea una imagen equivocada. Ante eso, el individuo siempre
quiere cambiar y siempre hay quienes quieren ser los salvadores de estas
almas".