Slavoj Zizek (Liubliana, 1949) afirma que es de
los que se aíslan voluntariamente en los viajes porque disfruta
más de la tranquilidad de su habitación de hotel que de la ruta
impuesta por la ciudad de turno. El confinamiento a la fuerza,
no obstante, es otra cosa diferente. Por eso, el filósofo
ha querido aprovechar el retiro por culpa del coronavirus
para dedicarse a lo que mejor sabe hacer: pensar y ponerlo por
escrito.
El resultado es un tratado titulado Pandemia (y
editado en español por Anagrama) en el que Salvoj Zizek
ofrece "una reflexión de urgencia" sobre la crisis y su relación
con "la política, la economía, el miedo y las libertades".
En tan solo 80 páginas, el pensador
analiza la COVID-19 como la evidente catástrofe que es,
pero también como la oportunidad para instalar un nuevo sistema
social que sustituya al "Nuevo Orden Mundial
liberal-capitalista" y que él define como "comunismo" (entre
comillas).
La apostilla "de urgencia" describe bien el
resultado de este libro -que se enmarca dentro de una nueva
oleada de publicaciones sobre la situación actual-, pues a veces
enuncia las mismas constantes durante varios capítulos distintos
o incurre en una contradicción con su propio pensamiento. No
obsta, sin embargo, para que muchas de las ideas plasmadas sean
fruto de un certero análisis político y sociológico del azote
sanitario actual.
"Lo realmente
difícil es aceptar el hecho de que la epidemia actual es el
resultado de la pura contingencia. Somos una especie que no
posee una importancia especial".
En la introducción de Pandemia,
Zizek afirma que "la nueva
normalidad tendrá que construirse sobre las ruinas de
nuestras antiguas vidas" o surgirán barbaries. No se refiere
únicamente a reforzar los sistemas de salud de todo el mundo,
sino a reformular desde los cimientos la mayoría de nuestras
democracias.
Por ejemplo, "la globalización, el mercado
capitalista y la transitoriedad de los ricos" serían
ahora conceptos favorecedores para la propagación del virus, así
que propone aprovechar el pánico para mejorar la organización
mundial. "Israel coopera y ayuda a Palestina en la crisis, no
por bondad, sino porque la pandemia no distingue a judíos de
palestinos", escribe. En su opinión, para que esto perdure y lo
haga a nivel global, hay que limitar la soberanía de los
estados-nación, pero usar sus herramientas para proteger a los
débiles.
Para ello hace falta un Estado fuerte y líder
porque "las medidas a largo plazo, como las cuarentenas, tienen
que llevarse a cabo con disciplina militar". En China ha sido un
éxito, según Zizek, aunque no se vaya a repetir en otros países
occidentales como Estados Unidos porque "bandas de libertarios,
provistos de armas y de la sospecha de que la cuarentena es una
conspiración estatal, intentarán romperla de manera violenta".
Sin embargo, además de fortaleza, el filósofo
cree que se necesita la confianza de la ciudadanía, algo en lo
que China ha fracasado estrepitosamente. Si bien, "hay veces que
no decirle toda la verdad a la opinión pública puede evitar de
manera eficaz una oleada de pánico que podría dar lugar a más
víctimas", en otras es la mecha que prende la desconfianza y más
teorías de la conspiración.
Por eso, Slavoj Zizek defiende una reformulación
del "comunismo" donde prime la confianza en el propio Estado y
en los de alrededor, algo necesario ante una crisis global que
no entiende de fronteras. "Como dijo Martin Luther King, "puede
que todos hayamos llegado en diferentes embarcaciones, pero
ahora estamos todos en el mismo barco".
El reto al que se
enfrenta Europa es demostrar que se puede hacer lo mismo que
hizo China de una manera más transparente y democrática".
"Comunismo o
barbarie"
"El coronavirus nos obligará a reinventar el
comunismo basándonos en la confianza de la gente y en la
ciencia", asevera Slavoj Zizek en un capítulo titulado ¡Comunismo
o barbarie, así de simple!. El filósofo reconoce que ha
recibido numerosas burlas al enunciarlo, pero rechaza que sea
una visión utópica, sino "un comunismo impuesto por las
necesidades de la pura supervivencia".
"No estoy
hablando de ninguna utopía, no apelo a la solidaridad
idealizada entre la gente. Por el contrario, la crisis
actual demuestra que la solidaridad y cooperación global
tienen como finalidad la supervivencia de todos y cada uno
de nosotros, y que obedecen a una pura motivación racional y
egoísta".
Lo compara, aunque lamenta el nombre, con el
"comunismo de guerra" que implantó la URSS en la Primera Guerra
Mundial y cuyas medidas están aplicando a su manera algunos
países de Europa y Estados Unidos: "¿Cómo llaman sino a limitar
la libertad de las empresas privadas y obligarlas a producir lo
que resulta imprescindible para luchar contra el coronavirus?".
Por su parte, en su "comunismo" (con comillas),
"el sistema sanitario institucional tendrá que contar con ayuda
de las comunidades locales para que cuiden a los débiles y los
ancianos. Y, en el lado opuesto de la escala, habrá que
organizar algún tipo de cooperación internacional eficaz para
producir y compartir recursos". Si los Estados simplemente se
aíslan, comenzarán las guerras, asegura: "A eso me refiero
cuando hablo de "comunismo" y no veo otra alternativa que no sea
una barbarie".
La pandemia sería en ese caso como La
técnica de los cinco puntos de puntos de de presión que
hacen estallar el corazón, que aparece en Kill
Bill Vol 2, para el sistema capitalista global. "Una señal
de que no podemos seguir como hasta ahora, de que hace falta un
cambio radical", concluye.
En ese mismo párrafo ilustra las que para él son
las dos amenazas actuales de la siguiente forma: "El capital es
un virus pero en forma de entidad espectral, por lo que dejará
de existir si dejamos de actuar como si creyéramos en él.
Mientras que el coronavirus es una realidad a la que solo
podemos hacer frente con la ciencia".
Aunque alerta del "triste hecho de que
necesitamos una catástrofe para ser capaces de repensar las
mismísimas características básicas de la sociedad en la que
vivimos", no niega sus posibilidades. "El primer modelo de dicha
coordinación global podría ser la OMS, que ha optado por
realizar advertencias precisas anunciadas sin pánico", afirma
en Pandemia.
"Si los
Estados simplemente se aíslan, comenzarán las guerras. A eso
me refiero cuando hablo de "comunismo" y no veo otra
alternativa que no sea una barbarie.
Para el filósofo, la OMS debería tener más poder
ejecutivo de cara a otras catástrofes que asoman en el
horizonte: sequías, olas de calor o tormentas mortales y en las
que "la respuesta no es el pánico, sino una labor ardua y
urgente para establecer una coordinación global eficaz". También
afirma que la "nueva normalidad" no es un término tan
inapropiado, pues "no será la misma que teníamos antes de la
epidemia. Tendremos que aprender a sobrellevar una vida mucho
más frágil con constantes amenazas".
Por otra parte, aprovecha el momento para
destacar algún efecto secundario positivo e involuntario de la
crisis -"siendo consciente del peligro al que me expongo al
hacer públicos estos pensamientos"-, como que las mascarillas
ofrezcan "un bienvenido anonimato y la liberación de la presión
social" o que los tiempos muertos a los que nos enfrenta el
confinamiento sean "fundamentales para la revitalización de
nuestra experiencia vital".
En su peculiar batería de referencias a la
cultura pop, como Will y Grace,
Kill Bill o Los crímenes del
Valhalla, el filósofo esloveno reconoce el coronavirus como
una versión inversa de La guerra de
los mundos, de H.G Wells. "Los invasores marcianos que
explotan la Tierra de manera implacable somos nosotros",
compara. Ahora, "la naturaleza nos ataca con un virus, lo hace
para devolvernos nuestro propio mensaje: lo que tú me has hecho
a mí, yo te lo hago a ti".