Los periodistas Montse
Armengou y Ricard Belis publican la obra 'Los internados del miedo', una
investigación aterradora que destapa el calvario que sufrieron miles de
niños en los internados religiosos y del Estado durante el franquismo y
parte de la democracia
Imagen recogida en 'Los internados del miedo'
MADRID.- La
dictadura de Franco comenzó trabajar en el adoctrinamiento de los más
pequeños desde el minuto uno. Incluso durante la Guerra Civil. En plena
campaña bélica, el gobierno franquista de Burgos restituyó a Ramón Albó
como responsable de la Obra de Protección de Menores y, a partir de este
momento, la beneficencia sería entendida como una ocasión inmejorable para
adoctrinar y reeducar a los niños, sobre todo, si eran hijos de
rojos e inculcarles los nuevos valores patrióticos, religiosos y
familiares.
La dictadura
dispuso de una amplia red de centros destinados a los más pequeños que se
prolongó durante todo el franquismo y parte de la democracia. En su
interior se adoctrinaba a hijos de madres solteras, de mujeres
separadas a las que se les quitaba la custodia de sus hijos, niños que
tenían a sus padres en la cárcel, hijos de chicas embarazadas... La
dictadura, con sus imposiciones nacionalcatólicas había creado sus propias
víctimas y luego les ofrecía beneficencia a cambio de adoctrinamiento,
caridad a cambio de propaganda.
Los periodistas
Montse Armengou y Ricard Belis, trabajadores de TV3, recuperan en
la obra Los internados del miedo, basada en el documental del mismo
que se emitió en la televisión catalana y que se ha presentado esta
semana, escalofriantes testimonios de las víctimas de estos centros
que cuentan con pelos y señales las torturas que les hicieron pasar.
La vida de estas personas ha sido borrada de la historia
del país. Nadie les ha pedido perdón
La vida de estas personas ha sido
borrada de la historia del país. Desaparecieron sus historiales clínicos,
se manipularon expedientes académicos, sufrieron experimentos médicos... y
nadie les ha pedido perdón. Ni el Estado, ni la Iglesia católica, que, en
cualquier caso, no hizo lo suficiente para evitar los casos de
pederastia que se iban sucediendo. Tampoco por las palizas.
Este es un resumen de una de las tragedias más desconocidas y
desagradables de la dictadura franquista. Un relato de horror, miedo y
dolor.
Los hogares Mundet
El 14
de octubre de 1957 el dictador Francisco Franco inaugura oficialmente los
hogares Mundet, en Barcelona, junto a las principales autoridades
eclesiásticas y civiles. La nueva obra constaba de siete edificios, uno
para los niños, otro para las niñas y un tercero dedicado a una residencia
de ancianos. Había un teatro con capacidad para 1.200 personas, una
iglesia con capacidad para 1.700 y varios pabellones industriales para
formar profesionalmente a los alumnos. La educación fue cedida a las
monjas Hijas de la Caridad de San Vicente de Paúl y la de los niños a los
Padres Salesianos.
Muchos exalumnos tienen un buen
recuerdo de su paso por los Hogar, pero también hay un gran número de
exalumnos que relatan castigos y crueldades escalofriantes
Los Hogares Mundet funcionaron
durante casi 30 años y por sus instalaciones pasaron miles de niños y
niñas. Muchos exalumnos tienen un buen recuerdo de su paso por los
Hogares, pero también hay un gran número de exalumnos que relatan
castigos y crueldades escalofriantes que causaron traumas que los
niños arrastraron hasta la edad adulta. Los casos más graves se
registraron en el centro psicopedagógico que acogía a los niños con
enfermedades mentales y que también terminaron acogiendo a niños que eran
'demasiado conflictivos'.
Un ejemplo de las barbaridades que
sucedieron en los Hogares Mundet lo proporciona el testimonio de Joan
Sisa, que nació en 1957 e internó diez años después, tras pasar por
dos internados, después de que su padre abandonara a su madre con cuatro
hijos y las autoridades franquistas decidieran que como madre soltera
no era apta para educar a los pequeños.
Dormitorio de Los hogares Mundet
Joan Sisa recuerda en la obra las
intensas clases de Formación del Espíritu Nacional donde le inculcaban
"el espíritu fascista del régimen". "Había represalias fuertes si se te
escapaba una palabra en catalán: te lavaban la boca con jabón, te
pegaban, te dejaban sin merienda, o lo que aún dolía más, te impedían ver
a tu madre en la siguiente visita", recuerda Joan, que dice que la
violencia de los curas era "arbitraria e inapelable".
Joan Sisa recuerda en la obra las
intensas clases de Formación del Espíritu Nacional donde le inculcaban
"el espíritu fascista del régimen". "Había represalias fuertes si se te
escapaba una palabra en catalán: te lavaban la boca con jabón, te
pegaban, te dejaban sin merienda, o lo que aún dolía más, te impedían ver
a tu madre en la siguiente visita", recuerda Joan, que dice que la
violencia de los curas era "arbitraria e inapelable".
Un día
vio como un cura abusó sexualmente de un menor y tiempo después le toco a
él
No obstante, el peor recuerdo de
este hombre va más allá de la violencia física. Un día vio como un cura
abusó sexualmente de un menor y tiempo después le toco a él: "Mientras
estaba de pie en el pasillo [castigado sin poder dormir] el cura vino y
empezó a decirme, con una voz sospechosamente dulce, que no lo tenía que
hacer más, y al mismo tiempo me iba acariciando. Se metía la mano en la
sotana, acariciándose las partes, y con la otra me tocaba, y
mientras me decía que no tenía que decir nada. (...) Al día siguiente,
este mismo señor, me acordaré toda la vida, a las ocho de la mañana estaba
dando misa".
Los preventorios
antituberculosos
A
partir del 1940 el Servicio de Colonias Preventoriales, dependiente del
Patronato Antituberculoso, comienza a organizar estancias de tres meses
para niños y niñas de 7 a 12 años en algunos centros de toda la geografía
estatal. Formaba parte del plan de lucha contra la tuberculosis, pero la
realidad es que los preventorios terminaron siendo un contenedor de
situaciones muy diversas, especialmente para las familias sin recursos
que, a pesar de no tener ningún enfermo de tuberculosis, veían en aquellos
centros la única manera de garantizar un plato en la mesa para sus
hijos o unas vacaciones. Los testimonios relatan que en estos
centros los maltratos físicos, psíquicos y los abusos sexuales eran
habituales.
Hay denuncias de cientos de personas de centros diferentes,
que no se conocen entre sí, y que hablan de un régimen de terror
Hay denuncias de cientos de personas
de centros diferentes, que no se conocen entre sí, y que hablan de un
régimen de terror. Algunos de estos relatos son recogidos en la obra
Los internados del miedo. Es el caso de Maribel Lázaro, que
denunció que la ataron a un árbol y le obligaban a dar vueltas como si
fuera un perro. Las gemelas Pilar y María Ascensión Vargas y los
diez segundos contados que tenían para hacer sus necesidades. María
José Contreras, que recuerda el horror de las duchas frías y cómo a
una niña que no se lavaba bien la pusieron en una bañera con agua helada
hasta que la sacaron azul.
Preventorio de Guadarrama
O el testimonio de Celia Toro
y la violencia con que la tiraban al suelo para que se comiera lo que
había vomitado. El de Charo González, que recuerda el día en el que
las cuidadoras clavaron el tacón de un zapato en la cabeza de una niña. O
el de Francisca Quel, que literalmente se cagaba de miedo cuando
veía a la señorita Adriana, que le decía que un día le arrancaría los ojos
y los estamparía contra la pared de un tortazo o el de Maribel Paz,
que perdió el habla durante tiempo después de haber sufrido la humillación
de que la pusieran en un corro y todas las demás niñas fueran obligadas a
pegarle y gritarle: "¡Meona, meona!".
Dolores
relata como el cura que le preparaba para su primera comunión, tras
decirle que él tenía línea directa con Dios, le puso el pene en la boca
El relato más terrible, si es que se
puede elegir uno, es el que aporta Dolores Zamorano, que fue
víctima de pederastia en el preventorio de Guadarrama. Su abuela pagó
ocho mil pesetas de 1965 para que ella y su hermana pudieran pasar una
temporada en la montaña. Sufrió vejaciones, malos tratos, le pusieron
vacunas desconocidas hasta el día de hoy, pero lo peor estaba por llegar.
Dolores relata como el cura que le preparaba para su primera comunión,
tras decirle que él tenía línea directa con Dios, le puso el pene
en la boca hasta que sintió que se le empezaba "a escurrir una cosa
asquerosa". Entre tanto, la "toqueteó" y le obligó a "dar la espalda" al
sacerdote para que por detrás "hiciera todo lo que quisiera".
La ciudad
internado de San Fernando y la venta de José Sobrino
El colegio madrileño
de San Fernando tiene muchas similitudes con los Hogares Mundet de
Barcelona: ambas instituciones son de la Diputación Provincial y su
gestión estuvo cedida a la orden de los Salesianos y a las monjas Hijas
de la Caridad de San Vicente de Paúl. Los salesianos entraron en 1947,
mientras que las monjas se encargaban de los más pequeños desde poco
después del final de la Guerra Civil.
Las opiniones de los exalumnos sobre la bondad o no
del internado son diversas, pero en el caso de este internado hay dos
épocas diferenciadas: antes y después de 1968. En marzo de ese año,
el diario Pueblo publicó un reportaje en el que se denunciaban los
maltratos que sufrían algunos niños. Se consiguió cambiar al director y a
muchos de los sacerdotes responsables de los abusos, algo inédito durante
la dictadura.
Escuchó como el director del centro, don Fernando Bello,
acordaba su venta del menor por 100.000 pesetas más 11.000 pesetas de
propina. "'¡Fui vendido como esclavo!"
La
obra de Montse Armengou y Ricard Belis recupera el testimonio de
José Sobrino, un niño de una sirvienta que quedó embarazada por el
señorito de la casa y que fue abandonado para no "manchar el honor de
la familia". Sobrino fue enviado con ocho años al internado de San
Fernando. Allí estuvo cinco años. Hasta los 13. José relata malos tratos,
golpes, días sin comer... y abusos sexuales: "Lo intentaban principalmente
con los que no teníamos padres, porque estábamos indefensos. Recuerdo que
los domingos nos ponían una película y algunos sacerdotes se sentaban
junto a los alumnos que les hacían más gracia y les tocaban durante
toda la proyección. Esto lo he visto con mis propios ojos".
Cuando José cumplió los trece años
fue llamado por la dirección. Le dijeron que un hombre le había adoptado y
que se iba a vivir a León. Desde la puerta del despacho escuchó como el
director del centro, don Fernando Bello, acordaba su venta del menor por
100.000 pesetas más 11.000 pesetas de propina. "'¡Fui vendido como
esclavo!", exclama José, que recuerda que le dejaron cuatro meses solo
en una choza de pastor en lo alto de una montaña, donde le subían
comida cada cuatro o cinco días.
José se pasó de los 13 a los 16 años
repitiendo cada año la misma rutina: de junio a octubre en las montañas,
solo con las vacas, y de noviembre a mayo en el pueblo, en casa de un
matrimonio de trabajadores de su dueño. Era un esclavo. En la España de
los 60 había niños vendidos por sacerdotes trabajando como esclavos.
José consiguió salir de la esclavitud tras encontrar que su dueño tenía un
amante y amenazarle con contar todo a su mujer. Tenía 17 años. En su
expediente académico de la Comunidad de Madrid aparece reflejado que
estuvo estudiando en San Fernando hasta los 18 años. Según su versión, es
mentira.
El Auxilio Social
y la historia de Anna Huelves
El
Auxilio Social nació en 1936, en plena Guerra Civil, inspirado en el
Winterhilfe de la Alemania nazi. Comenzó como una red de comedores de
invierno de emergencia y terminará siendo uno de los instrumentos de
adoctrinamiento más poderosos que tuvo el franquismo. Sobre todo, para
los hijos de los republicanos. En 1940, con 233.000 presos políticos
pendientes de ejecución o con largas condenas, la niñez más desvalida era
la que habían creado el mismo Estado fascista y su represión. Las
cárceles estaban llenas de adultos y los internados, de niños. La única
salida para muchos era la caridad a cambio de adoctrinamiento que ofrecía
la beneficencia del Estado. El último eslabón de la represión.
En 1940, con 233.000 presos políticos pendientes de
ejecución o con largas condenas. Las cárceles estaban llenas de adultos y
los internados, de niños
Armengou y
Belis recuperan el caso de Anna Huelves, que nació llamándose
Antonio y que fue internada en un centro de Auxilio Social en 1954. Cuando
cumplió nueve años fue trasladado al Hogar Juvenil San Jaime, en la
avenida de Vallvidrera de Barcelona. Allí conoció al padre Vilarasa.
El testimonio es aterrador: "Nosotros llevábamos unos pantalocitos cortos
y mientras nos hablaba nos iba metiendo la mano por debajo de la
pernera. A fuerza de irnos tocando hizo su elección particular. A un
chico que se llamaba Gálvez y a mí siempre nos dejaba para el final de
todo y decía que es que teníamos muchos pecados. (...) Cuando me
tocaba me decía: 'Tú esto no tienes que hacerlo porque Dios no quiere que
lo hagas. Yo te lo hago para que entiendas que ni tú ni nadie te lo tiene
que hacer'. Pero él tocaba y tocaba cada vez más".
"También le tuve
que hacer felaciones -prosigue-. Se levantaba la sotana, se bajaba los
pantalones y me cogía la cabeza. Yo al final tenía que abrir la boca
de tanto como me aplastaba contra su miembro y entonces me guiaba la
cabeza (...) Un día decidió ir a más. Me puso de espaldas a él, me
puso saliva e intentó penetrarme, pero no podía, probablemente por la edad
y el alcohol. Su miembro chocaba contra mí, él lo seguía intentando, no
paraba de ponerme saliva. Yo empecé a sentir algo caliente que me caía
entre las piernas. De repente me separa, enciende la luz y veo que
estoy sangrando", relata Anna en la obra.
Los traumas
provocados a Antonio aún permanecen. Intentó quitarse la vida varias
veces. Ahora, tras una vida de infortunios, ha encontrado su verdadera
identidad bajo el nombre de Anna. Vive con su exmujer y madre de su hijo,
con quien mantiene una buena amistad. Reclama que el Estado le pida
perdón por la vida de miseria y atrocidades que le hicieron pasar.
Los psiquiatricos:
un paso más en la represión
La
crueldad a la que fueron sometidos miles de niños en estos supuestos
centros de protección al menor tiene un paso más: los psiquiátricos.
A estos centros se enviaba a los niños que no se sometían a la disciplina
y a la moral que desde la dictadura se quería imponer. Poco después del
final de la Guerra Civil, el Grupo Benéfico, un centro dependiente de
Protección de Menores, ya empieza a realizar dos fichas para cada menor:
la de antecedentes, en la que se estudia el entorno familiar de la
criatura, y la médico-antropométrica, que elaboraba un médico después de
realizar unos exámenes mentales de dudoso rigor científico. Según
los resultados de estos exámenes, las autoridades franquistas decidían a
qué centro enviar a cada pequeño.
Las dos mujeres relatan las descargas eléctricas que
sufrían como castigo; los días en celdas de aislamiento con camisas de
fuerza y las inyecciones de trementina
Una actitud prolongada de rebeldía
podía significar el ingreso en un hospital psiquiátrico durante años.
Cuando las instituciones no podían doblegar a una de las criaturas, la
solución era hacer desaparecer el problema y esconder al menor en estas
instituciones, donde si no se estaba loco, había muchas posibilidades
de perder el juicio. Allí se utilizaban técnicas psiquiátricas del momento
como herramienta de represión: electrochoques, camisas de fuerza,
aislamiento, calmantes...
Armengou y Belis recuperan la
historia de Júlia y Quimeta, dos niñas que sobrevivieron a nueve y
quince años de internamiento en el psiquiátrico de Sant Boi,
respectivamente. Otras muchas no lograron salir nunca. Las dos mujeres
relatan con pelos y señales las descargas eléctricas que sufrían como
castigo por desobedecer órdenes de las monjas o por contestar de manera
incorrecta; los castigos en celdas de aislamiento con camisas de
fuerza; inyecciones de trementina, o como se conocían popularmente,
"las inyecciones de la borrachera": un narcótico fortísimo que se
utilizaba para tranquilizar a los caballos.
El Patronato de
Protección de la Mujer y El Corte Inglés
En
1941 se creó el Patronato de Protección de la Mujer, presidido por
Carmen polo de Franco. El decreto fundacional hacía referencia a las
"ruinas morales y materiales producidas por el laicismo republicano,
primero, y el desenfreno y la destrucción marxista" y anunciaba una
serie de medidas encaminadas a la dignificación moral de la mujer,
especialmente de las jóvenes, para impedir su explotación, apartarlas del
vicio y educarlas con arreglo a las enseñanzas de la Religión Católica".
Se trataba de un verdadero plan de choque que privaría de libertad a miles
de mujeres durante años. De hecho, se extendió hasta 1983 como un brazo
controlador de la moral que se pretendía para las mujeres.
Muchas chicas acabaron en el
Patronato tras haber pasado ya años de su vida encerradas en centros
dependientes del Tutelar de Menores. A partir de los 15, pasaban al
Patronato, que podía tener la tutela de las chicas hasta los 21,
extensibles a 25. El objetivo era velar "por la mujer caída" o en
"riesgo de caer". Los motivos por los que una chica podía caer en el
Patronato iban desde haber vivido una sexualidad más libre, tener ideas
políticas, ser víctima de una violación, ser madre soltera, ejercer la
prostitución por necesidad, vender tabaco de contrabando....
El Patronato de la Mujer se extendió hasta 1983 como un
brazo controlador de la moral que se pretendía para las mujeres.
La llegada de la
democracia no supondrá ningún cambio para estas chicas presas en vida, al
menos durante la primera década del nuevo período político. La obra Los
internados del miedo recopila varios casos que muestran a la
perfección los abusos de una institución estatal que nunca tuvo que dar
explicaciones, ni ayer, ni hoy, ni en dictadura ni en democracia. Es
el caso de Itziar, que de niña pasó por el preventorio de Guadarrama, y de
mayor fue enviada a Peñagrande, el nombre coloquial con que las internas
conocían la Maternidad de la Almudena, ubicada en este barrio de
Madrid, y que era regentado por las Cruzadas Evangélicas. Itziar se había
quedado embarazada del que había sido su novio durante dos años y que tras
conocer la noticia del embarazo no volvió a dar noticias.
"Yo estaba tan
acostumbrada a pasar desapercibida que hacía todo lo que me ordenaban:
fregar el suelo de rodillas, cocinar... El trato era muy vejatorio, a
la mínima te trataban de puta. Allí eras un cero, una persona que
había caído en la desgracia de ser soltera y haberse quedado embarazada",
relata Itziar. Los periodistas Armengou y Belis escriben que el
hecho de que las mujeres estuvieran embarazadas y que el centro cobrara
una cantidad del Estado para su manutención no impedía que las Cruzadas
Evangélicas hicieran trabajar a las chicas hasta el mismo día del
parto.
En el centro de
Peñagrande había talleres de confección donde los residentes cosían horas
para El Corte Inglés:
"Unas hacían trabajos manuales, otras cosían para El Corte Inglés", dice
Itziar, que cuando le preguntan que cómo sabía que era para el Corte
Inglés replica: "¡Por las etiquetas! La ropa llevaba una etiqueta, al
igual que hoy en día, y ponía El Corte Inglés. De hecho de una de las
empresas que más trabajo nos pedían".
Una fotografía de Savinosa © Savinosa