El Instituto
Mallorquín de Asuntos Sociales
(IMAS), centro de la polémica, ha
revelado que le constan 16 casos de
explotación sexual en los últimos
años de menores de sus centros,
algunos de ellos previos a su
ingreso. Lo ha hecho obligado, pero
la pregunta es cuántos habrá en el
resto de España. Ninguna comunidad
autónoma hace públicos los suyos.
Pero los pocos datos que hay son
preocupantes. Un
informe de Unicef, con más de 300
entrevistas a responsables,
educadores y menores, alertaba
en 2017 de que había casos de
explotación sexual en centros de
siete de las nueve comunidades
autónomas que estudió. No dijo
cuáles. Y advertía: “En algunos
casos podría haber indicios de que
son captados por redes de trata de
seres humanos, que además les
utilizan para conseguir contactar
con otros menores del centro”.
Pereda hizo un
estudio en 2016 en centros de
Cataluña y se llevó una sorpresa:
muchos seguían sufriendo violencia y
abusos aunque vivieran en un centro,
cuando salían o iban de visita a sus
entornos originarios. Un 9,5%
continuaba siendo víctima de abusos
sexuales y un 26%, de maltrato
físico. “No se trabaja nada con la
familia de origen, cuando en teoría
el objetivo es que vuelvan allí”,
apunta.
Parece que era un
asunto destinado a estallar un día.
“Mallorca no es de los sitios que
peor están, ni muchísimo menos. La
prensa ha sido irresponsable y la
bronca política no ayuda. Esto
está pasando en toda España, pero no
ha salido a la luz”, asegura Pepa
Horno, una de las principales
expertas en protección de infancia
en España, que vive en Palma. Lo
piensan todos los especialistas
consultados, que señalan de entrada
un problema de datos y
transparencia. "Sabemos de casos de
redes en Murcia, en Sevilla, en
Castellón, en las Palmas o en
Madrid", advirtió el defensor del
Menor de Baleares, Serafí Carballo,
en una comparecencia la semana
pasada. El Gobierno balear de PSOE y
Unidas Podemos ha rechazado una
comisión de investigación, la
polémica ha saltado a Madrid y ante
las críticas, el ministro de
Derechos Sociales, Pablo Iglesias,
también apuntó este martes en Senado
que no es un caso único: "Estos
casos también se producen en otras
comunidades y no quiero pensar ni
por un instante que cuando se han
producido en Madrid, Euskadi y
Canarias esto deja de formar parte
de sus preocupaciones". Adelantó que
la nueva ley de protección de la
infancia prevé protocolos de
prevención en los centros de
menores, con planes de prevención y
detección precoz de casos de trata.
“Es un tema muy
desconocido y nadie quiere sacar
cifras”, opina Jorge Fernández del
Valle, otro de los expertos de
referencia reconocidos. Cree que,
con todo, en Mallorca han confluido
especiales factores de riesgo,
porque es una sociedad compleja con
elevados índices de delincuencia
juvenil y mucho turismo. Iba a
dirigir una comisión de expertos en
la isla para abordar la cuestión,
pero ha renunciado este lunes por el
enfrentamiento político.
Pepa Horno hizo el
estudio para Unicef y es consultora
especializada. La llaman para
mejorar los centros, ha auditado 91
de todo el país. Enumera sus
principales problemas. “La formación
es penosa”, dice para empezar.
Ninguna especialización en maltrato
infantil ni psicología del trauma,
“sino modelos superados de refuerzo
del castigo”. “Hay que actualizar el
modelo, basarlo en crear un vínculo,
un afecto”, insiste. Es más fácil de
decir que hacer. Las condiciones
laborales de los educadores a menudo
no son buenas, no duran mucho y eso
impide establecer referentes adultos
sólidos para los chicos. Lo normal
es cobrar 1.200 euros. “Es una
profesión dura. Hay una calidad
humana enorme, pero ven tanto dolor
que si no se les cuida acaban
alejándose. El primer año te comes
el mundo, a los cinco te hundes. Por
eso casi todos son muy jóvenes,
llegan directos de la facultad”,
dice Horno. Por otra parte, el bar
donde recaló la menor violada e
intentaron que se prostituyera está
a solo cinco minutos del piso donde
vivía, a veces ya solo la simple
localización de estos hogares no es
la más idónea.
Cristina Junquera,
responsable de Incidencia Política
de Unicef, cree que la ley de
infancia de 2015 es buena, pero se
ha visto superada por la realidad y
debe adaptarse. “Ha habido un gran
incremento de menores tutelados”,
cita como principal factor. Los
últimos datos del Observatorio de la
Infancia, recién publicados en
enero, son de 2018: en España
hay 1.104 centros de menores, solo
216 públicos, el resto concertados.
Acogen a 21.283 menores, la mayoría
chicos, 15.437. Pero es que en 2014
eran 13.563. El número de
extranjeros también se ha disparado
de 2.974 en 2016 a 10.359 en 2018.
Por primera vez son más que los
españoles, el 55%. De estos, 9.506
son menores no acompañados. El
sistema se está desbordando y se
pierde el control. Los expertos
indican a País Vasco y Asturias como
las comunidades con los mejores
centros.
Catalina Perazzo,
de Save the Children, destaca otro
aspecto de la ley de 2015 y la
política europea: que se debe
priorizar la acogida familiar, pero
también eso es más fácil de decir
que de hacer. “Un niño me dijo una
vez: me han dicho que mi tutor es la
Comunidad de Madrid. ¿Qué es eso?”.
Es otra carencia básica: España es
el país de la UE con más menores en
centros. Por primera vez, en 2018
los menores en centros superaron a
los alojados en hogares.
Debe sumarse otro
reciente revulsivo, el impacto de
los móviles, que agilizan las
relaciones, también las peligrosas.
Antes era más difícil entrar en
contacto con menores. En Palma se ha
impuesto la idea de que la
prostitución infantil era un secreto
a voces, aunque más bien parece que
era uno que a nadie le interesaba
demasiado. Todo el mundo indica la
plaza de España y la estación de
autobuses como lugares críticos,
basta acercarse para ver el
panorama. Grupos de menores y
adultos que merodean, el ambiente al
atardecer es extraño. Los educadores
consultados opinan que no es que
haya mafias, sino más bien redes
locales de gente que busca a estos
niños, porque son los más
vulnerables. “Tienen más riesgo, por
lo que han vivido y por los
circuitos en los que a veces se
mueven”, apunta Fernández del Valle.
Los pisos de menores no son cárceles
y tienen su autonomía, como
cualquier chico de su edad. La
primera señal de alarma es cuando
ellas desaparecen unas horas,
saltándose las normas, y vuelven con
móviles nuevos o ropa cara. Y con
algo que les han dicho: que lleven
más amigas.
“Yo en 2005 era
director de un centro y ya pasaba,
fugas siempre ha habido. Denunciabas
pero la policía no podía hacer más
que traerlas a casa. Se quejaban:
‘Hacemos de taxistas’, pero es que
más no podían hacer”, cuenta Marc
Tur, que fue director de la Oficina
del Menor balear de 2015 a 2016.
Cree que el modelo tiene que
cambiar, para conocer el ocio y el
tiempo libre de los menores. “Desde
2015 ya sabemos que las fugas son un
factor de mucho riesgo y empezamos a
contabilizarlo. Ya había un
conocimiento del problema. Se han
tomado medidas pero no ha sido
suficiente. Ahora todo ha estallado.
Hemos fallado todos”. Su sucesor,
ahora en el cargo, Serafí Carballo,
ha informado que en febrero de 2017
se registraban 115 fugas al mes,
pero que el trabajo realizado hace
que este mes de enero hayan sido 11.
Carballo ha admitido que en las
reuniones con Policía y Fiscalía
todos se veían impotentes. Ahora se
culpan unos a otros.
Para Pepa Horno,
el factor pendiente más decisivo es
trabajar en el trauma de cada niño.
“El trabajo terapéutico es restaurar
un jarrón de porcelana roto en mil
pedazos”, resume Tur. Los traumas,
por ejemplo, causan daños cerebrales
que afectan a la atención y la
memoria. “El éxito escolar es muy
bajo, les cuesta mucho concentrarse,
pocos llegan a la universidad”,
admite Ferrer. Ahora bien, por una
historia de fracaso que aparece en
los medios, hay muchas otras de
chicos que salen adelante, rehacen
su vida. “Hay mucha gente tratando
de romper esa cadena: naces en una
familia que te hace daño, el centro
no te ayuda y acabas haciendo daño a
otros o a ti mismo”, defiende Horno.
A los servicios de protección llegan
hijos de personas que a su vez
estuvieron bajo protección, parece
una condena.
La otra mitad de
las estadísticas son casi 20.000
familias que acogen menores, que
nunca salen en los medios, y muchas
historias que acaban bien. Felipe
Novez, de 43 años, acabó en un
centro de menores, en Palma, de los
11 a los 18 años: “Gracias a los
educadores conseguí salir del mundo
en el que vivía. Si no, habría
acabado como los demás, en el
cementerio o en el gran hotel, ya
sabes”. Ahora está casado, con dos
hijas, y tiene un trabajo. “Seguimos
en contacto, los quiero como a
hermanos”.