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«Alexa está aquí, ya existe»

Carta escrita por Alexa y enviada al juzgado que lleva su caso. / A. G.
Alberto Gómez
@agalmendres
11 abril 2016
Alexa tiene
catorce años, juega al baloncesto en un equipo femenino y hace natación
sincronizada. Le gusta ir al cine con sus amigas y comprar ropa con su
madre. El Estado, sin embargo, se resiste a reconocerla como una chica por
su genitalidad. La Justicia ha pospuesto hasta su mayoría de edad la
aceptación legal de una realidad que su familia, amigos, compañeros de clase
y profesores asumen con naturalidad desde hace años. Mientras tanto, Alexa
permanece en el limbo administrativo por su oposición a firmar cualquier
documento de identidad que no recoja lo que ella misma define como su
«derecho a ser».
Su madre,
Ches, no puede declarar que tiene una hija ante Hacienda ni solicitar un
médico para ella en la Seguridad Social. También el banco ha bloqueado la
cuenta que tienen en común. La presión institucional llegó a provocar que
Ches pidiera a Alexa que firmara un DNI con nombre y sexo masculinos para
evitar sanciones y facilitar el papeleo. «Me dijo que no pensaba firmar ese
documento, que no era esa persona. Y lleva razón», explica.
El Registro Civil de Torremolinos no permite que
Alexa figure como una chica en su documento de identidad porque la ley
española prohíbe rectificar la mención al sexo de las personas hasta los
dieciocho años. «No es justo. Siempre ha sido una niña», lamenta su madre.
Los menores transexuales pueden cambiar su nombre, siempre que exista una
resolución judicial favorable, pero no su sexo en el DNI. Las asociaciones
de este colectivo aseguran que hay al menos treinta menores que han
conseguido cambiar su nombre y una decena a los que se les ha impedido.
Alexa pertenece a este último grupo, pese a haber presentado la aprobación
de su endocrino, un informe psicológico, otro del instituto, un escrito de
la pediatra, fotografías, firmas de allegados y hasta carnets deportivos de
equipos femeninos.
En su auto
desfavorable, la jueza se ampara en la Ley 3/2007 para denegar la
modificación relativa al sexo y nombre de la niña. Sus padres han recurrido
la decisión, aunque saben que pueden pasar años hasta que haya una sentencia
firme. Alexa ha enviado al juzgado una contundente carta reivindicando sus
derechos: «Acabo de cumplir catorce años y no he parado de demostrar que soy
Alexa, que siempre lo he sido y siempre lo seré. Antes de que tome una
decisión sobre mí, quiero que sepa que Alexa está aquí y ya existe. Soy lo
que mi mente dice, no mis genitales. Sueño con mi graduación, vestida de
princesa, pero si en mi título pone Alejandro no subiré a por él. También
sueño con mi viaje de estudios y el momento en el que me pidan la
documentación en el avión y muchas otras cosas más. Por eso sólo pido que me
dé mi derecho a ser».
Declaración institucional
El asunto llegó hasta la última sesión plenaria del
Ayuntamiento, donde a petición de Ciudadanos todos los partidos políticos
representados en la corporación municipal firmaron una declaración
institucional «para el reconocimiento del derecho de las personas a tener un
nombre que refleje su identidad». El alcalde, José Ortiz, fue el encargado
de leer el documento, en el que el Consistorio reconoce el género de Alexa
«a nivel administrativo, no sólo social» y califica la negación del Registro
como «una violación de derechos fundamentales». Al pleno acudieron numerosos
compañeros y profesores de Alexa en solidaridad con ella.
«Los menores trans existimos. Muchas veces me
preguntan desde cuándo sé que soy una chica. Siempre. Nacemos trans, no nos
convertimos a los dieciocho años, como cree la jueza de Torremolinos.
Tampoco necesitamos ir a unidades donde los psicólogos nos hacen preguntas
absurdas para darnos derecho a ser», explica Alexa. Su madre recuerda que, a
los tres años, cuando en la guardería alinearon a los alumnos en dos filas,
una para niños y otra para niñas, Alexa, por entonces Ale, tuvo claro qué
lugar le correspondía. La maestra corrigió su posición: «Tienes 'colita',
debes ir en la fila de los chicos». Dos días después comenzó a quejarse de
dolor al orinar. «Tenía los genitales enrojecidos por haberse dado tironazos.
Pensaba que, si se los arrancaba, sería una chica, como sentía», cuenta Ches.
La pediatra aconsejó que Alexa creciera «libremente»,
una propuesta truncada por las estreches de un sistema a menudo forjado a
los márgenes de la diversidad. Alexa fue derivada a la Unidad de Trastorno
de Identidad de Género (Utig) del Hospital Carlos Haya. «Sí, trastorno»,
recalca su madre. La por entonces psicóloga de esta unidad, investigada por
la Fiscalía de Violencia contra la Mujer de Andalucía por la posible
vulneración de derechos fundamentales de los pacientes, recomendó «rapar a
Alexa y apuntarla a fútbol en vez de a danza». No fue el único obstáculo. Un
endocrino del Materno se declaró objetor para no llevar el caso. La familia
asumió entonces el pago de las primeras dosis de la hormonación, un proceso
reversible hasta los dieciséis años, financiado por la Seguridad Social y
consistente en la aplicación de inhibidores de caracteres sexuales
secundarios, como la barba.
La madre de
Alexa solicitó la libre elección de especialista. Tras presentar informes
favorables, la Seguridad Social se hizo cargo de la hormonación: «Yo intento
que crezca en la libertad, sabiendo que puede haber chicos con vulva y
chicas con pene, pero ella no lo entiende. Quiere pertenecer al código
binario, ser la mujer perfecta. Me gustaría que la sociedad fuera más
diversa y rica, pero comprendo a Alexa y tendrá mi apoyo siempre, incluso si
decide operarse cuando sea mayor, aunque eso no la convertirá en chica
porque ya lo es».
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