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LA VERDAD ES SIEMPRE REVOLUCIONARIALIDIA FALCÓN
Carta pública a Errejón: las mujeres no somos
vientres de alquiler
9
febrero, 2017
Iñigo
Errejón en el programa Hoy
por Hoy de
la mañana de la SER del 8 de febrero se pronunció a favor de permitir el
alquiler de vientres de mujer para satisfacer los deseos de aquellos padres
que quieren tener hijos fabricados con su propio semen.
Añadió que habría
que adoptar correctivos y vigilancia para que esa práctica que llama
“maternidad subrogada” no signifique la explotación de mujeres pobres,
manifestando con ello su compasión hacia tales sujetos.
En el curso de la
entrevista Iñigo Errejón se autocriticó porque su partido esté inmerso más
en la discusión de los problemas organizativos y de competencia entre las
diversas facciones que se disputan el poder, que en resolver las carencias
de la gente. De la gente que no son mujeres, ya que ninguna de las
explotaciones y amenazas que las afectan, y hasta las matan, estuvo presente
en su discurso. Incluso la locutora tuvo que hacerle notar que cuando
hablaba de la gestación subrogada no había pronunciado ni una sola vez la
palabra mujer, como si el tema atañera de igual manera a los hombres o fuese
un asunto al margen de la especie humana.
El señor Errejón
comenzó su reflexión diciendo que todo el mundo tiene derecho a tener hijos.
Sin más, lo que para un profesor de Ciencia Política resulta un análisis
enormemente pobre como explicación de un tema que afecta a miles de mujeres,
en su vida más íntima. Porque como experto que es en relaciones humanas
tendría que saber que los
derechos de unos no se pueden ejercer contra los derechos de los demás.
El derecho a la paternidad no significa que para ejercerlo se pueda disponer
del cuerpo de una mujer, bombardeándolo con hormonas, insertándole un óvulo
–propio o ajeno- fertilizado, y esperando que la gestación llegue a término
para arrebatarle después el hijo, irreversiblemente. Y todo ello por dinero.
Este profesor de política que clama diariamente contra la explotación de los
trabajadores por los poderes económicos, no le afecta la explotación de las
mujeres por todos los poderes: el capitalista y el patriarcal.
Si Errejón
recordara la máxima de que la
libertad de cada uno acaba donde comienza la de los demás, y
se hubiera formado más en feminismo que en su indigesto mentor Laclau, no se
pronunciaría con esa ligereza sobre el terrible drama que está ahora
asediando a las mujeres pobres de varias áreas del mundo. Aquellas
gobernadas por políticos que se han puesto al servicio de las grandes
compañías farmacéuticas; de las agencias que buscan muchachas en las zonas
rurales de la India, de Pakistán, de Bangladesh, de Ucrania, para contratar,
por una aportación miserable que le entregan a la familia, sus ovarios, su
matriz, su resistencia física, despreciando su dignidad como ser humano, sus
sentimientos y emociones; de los machitos que quieren ser padres a costa de
arrancarle el hijo a la mujer que lo ha gestado y parido.
No, señor Errejón,
las mujeres no somos vasijas, ni probetas ni conejillos de Indias para hacer
experimentos con nosotras ni tenemos nuestros vientres únicamente como
fábrica de niños. Las mujeres no sólo invertimos en la maternidad los óvulos
y las hormonas que fabrican nuestros ovarios, el calcio, los minerales y los
nutrientes que van construyendo el feto; no solo soportamos durante nueve
meses que nuestra anatomía vaya cambiando hasta hacer casi irreconocible la
persona que éramos antes de la fecundación; no sólo perdemos la turgencia de
los pechos y la firmeza de los músculos en esa ímproba tarea de dar vida a
otro ser humano, tan lentamente; no sólo perdemos la capacidad de movernos
con agilidad, de realizar tareas pesadas y de realizar ejercicio durante
nueve meses; no sólo padecemos dolores, desgarros, cesáreas, y a veces
infecciones, en el gran trabajo del parto y necesitamos días para
recuperarnos de tanto sufrimiento, sino que como seres conscientes de lo que
nos está sucediendo invertimos
sentimientos y emociones, esperanzas y temores, alegrías y miedos, en esa
etapa trascendental de nuestra vida. Y
de la misma manera que en la esclavitud no solamente se utiliza la capacidad
laboral del trabajador sino la persona misma, y por eso es infame,
manipular el cuerpo femenino para fertilizarlo, embarazarlo y después
sustraerle el “producto”, como si se tratara de que hubiera fabricado unos
zapatos, es también infame.
Por ello es
infame que políticos que pretenden trabajar por mejorar las condiciones de
vida de los ciudadanos, que denuncian las explotaciones y opresiones que
sufren los trabajadores, que escriben largos manifiestos contra un sistema
económico y político que condena a la miseria, a la ignorancia, a la
tristeza y al dolor a millones de personas, sean tan crueles con las
mujeres, para satisfacer los deseos –que no las necesidades- de unos cuantos
hombres ricos.
Porque ser padre, o madre, es un
derecho, pero no es una necesidad.
Millones de hombres y de mujeres no tienen hijos por diversas
circunstancias, ahora cada vez más voluntarias, y no les pasa nada. Las
mujeres no somos vasijas ni probetas ni conejillos de Indias para ensayar
experimentos científicos. Y
añado: los hombres tampoco son sementales.
Los hombres, aquellos que pueden enorgullecerse de serlo, tampoco deben
aprovecharse de la miseria, de la indefensión, de la inmadurez de pobres
muchachitas para satisfacer ese supuesto deseo de paternidad. Porque si
realmente lo que les impulsa es la generosidad de cuidar a un niño, en el
mundo existen millones de criaturas que necesitan padres y madres.
Pero esos
cariñosos hombres que no adoptarían a los menores que lo necesitan lo que
quieren es perpetuar su semen, del mismo modo que los patriarcas bíblicos.
Por ellos no han pasado siglos de avances sociales y humanos que tienen que
hacer respetar a las mujeres como seres humanos. Para ellos la Declaración
de Derechos Humanos de la ONU, de 1948, arrancada después de las horribles
tragedias de las contiendas de los siglos XIX y XX, no hay que aplicarlas al
sexo femenino, porque para ellos las mujeres no son más que eso: sexo y
vientre reproductor.
Y tampoco les
importan los derechos de los niños. Porque esas criaturas fabricadas a
petición de los padres no tendrán nunca conocimiento de sus raíces, de sus
antecesores, de la historia, de la cultura, de la biografía de su madre y de
la familia de su madre. Privándole a esos nuevos hombres y mujeres el
conocimiento de la comunidad humana de la que vienen. Fabricados
como el monstruo de Frankenstein para dar satisfacción al deseo de quienes
pueden pagarlo.
Y, ahora, en los momentos decisivos de este inmediato Congreso en que
dirigentes y militantes de Podemos que tienen que definir y asentar de una
vez qué clase de formación política van a ser, qué propósitos sociales
tienen, qué programa defienden, qué podemos esperar de ellos y en qué manera
confiaremos en que nos defiendan de tantos poderes depredadores y crueles
que nos esclavizan, si sus militantes y dirigentes deciden que las mujeres
pueden ser tratadas como ovejas o vacas, aprobando lo que llaman “maternidad
subrogada”, habrá que perder toda esperanza de que ese partido sea
progresista y pueda cambiar la sociedad en nuestro beneficio.
Y si después de tantas declaraciones de feminismo como han hecho las mujeres
de Podemos votan a favor de semejante infamia, quedará evidente que
ni son feministas ni siquiera se han enterado de que son mujeres.
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