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Djamila Boupacha, la partisana que desafió la
guillotina
Nazanín Armanian
5 marzo 2018

No siempre el rostro (¡y el pelo!) de las
mujeres en los países “musulmanes” ha sido tan tapado y ocultado. Dos
décadas antes de que sus derechosempezaran
a sufrir un inimaginable retroceso,
millones de mujeres de esta zona del planeta luchaban en las filas de los
partidos progresistas o movimientos de liberación nacional por la igualdad,
democracia política, económica y social. Una de las más destacadas fue la
argelina Djamila Boupacha (1938), partisana veinteañera del Frente de
Liberación Nacional (FLN) que combatió contra la ocupación francesa. El
mundo la conoció cuando fue arrestada en 1959, acusada de planear un
atentado, y sentenciada a muerte por guillotina. Su testimonio de torturas
que ella y sus compañeras habían sufrido fue estremecedor: violaciones,
incluso con objetos punzantes, descargas eléctricas, golpes y humillaciones.
No consiguieron doblegarla. Aun se pueden ver las imágenes de los soldados
franceses exhibiendo las cabezas cortadas de los partisanos argelinos, al
puro estilo del “Estado Islámico”, mostrando la barbarie de los invasores.
Una campaña internacional en la que participaron Simone de Beauvoir y Pablo
Picasso consiguió convertir su condena a muerte en cadena perpetua, aunque
fue liberada en 1962 con la independencia de Argelia.

Djamila Boupacha retratada por Picasso
Mujeres traicionadas
La independencia no
cambió la naturaleza clasista ni sexista del estado argelino. Los nuevos
gobernantes invitaron a las mujeres a regresar a las cocinas: las argelinas
se enfrentaban a un patriarcado nacionalista, que utilizaba tanto la
opresión religiosa como la explotación de las clases trabajadoras para
impedir una sociedad justa e igualitaria.
A finales de los 80
la mitad de las argelinas eran analfabetas. Mantener el poder de las fuerzas
oscurantistas religiosos (sobre todo desde el Código de la Familia) fue uno
de los motivos del ascenso de los grupos de extrema derecha como el FIS y el
GIA, quienes desmantelaron en los años 90 los derechos conquistados por las
mujeres: hasta autorizaron a los maridos a votar por sus esposas. Cientos de
mujeres fueron asesinadas por los fanáticos, entre ellas Katia Bengana, de
17 años, por negarse a llevar el hiyab.
La lucha sigue
Aunque hoy la tasa de
alfabetización de las mujeres ha subido al 73% y ocupan el 31% de los
escaños del parlamento, sólo hay una general del ejército, a la vez que la
tasa del desempleo femenino es del 41%.
También siegue
pendiente acabar con leyes religiosa que: consideran a la mujer un ser
discapacitada mental que necesita de un tutor varón para realizar un sin fin
de gestiones, mantienen la humillante poliginia, niegan el derecho al
domicilio conyugal a la mujer, a la guarda de los hijos, y
a la libertad de vestimenta.
Las mentes
tribalistas utilizan las maldades del colonialismo occidental para tachar
cualquier hecho moderno y liberador, de ser “occidental” y automáticamente diabólico:
¡llevar vaqueros es sinónimo de ser agente EEUU! Hasta han inventado el
término “feminismo
blanco-colonial” para cohibir a
las mujeres que exigen su derecho a la igualdad salarial, a la libertad
reproductiva, a
hacer deporte, cantar, bailar,
etc., ignorando que dichos logros son frutos y la suma de siglos de lucha de
todas las mujeres del mundo. El sexismo “benévolo” es una apología al
patriarcado protector que
considera a la mujer el “sexo débil” a la que habría que respetar su
“diferencia biológica”.
“El cuerpo de la
mujer no es el habitáculo de la honra de nadie”, afirma
una campaña en defensa del uso de bikini en las playas de Argelia.
Las autoridades
ejercen un sutil sexismo al negar la exclusión de la mujer a determinados
puestos, ya que en teoría puede acceder a casi todos, aunque luego se les
asigna roles de género tradicionales, puestos de menor rango, menor sueldo y
más sacrificado, y todo ello con el fin de mantenerlas dependientes de los
hombres.
A las mujeres de
vanguardia como Djamila hoy le acompañan millones de mujeres que son
conscientes de que la liberación de la mujer no sólo requiere un profundo
trabajo tanto entre los hombres como las mujeres, sino un cambio del sistema
del poder.
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