Una vez más tengo que empezar un artículo con
una sutil pero letal afirmación que, desgraciadamente, año tras año
está plenamente vigente: la pobreza infantil
existe. Existe, es real, vive desapercibida, y en ocasiones
en silencio, en barrios y ciudades de España. Hay
cientos de familias anónimas detrás de fríos y
asépticos estudios y de datos sobre pobreza; detrás de ese
“1 de cada 3 o 4” o de esos duros porcentajes de la población…
Desgraciadamente, las cifras recogen historias crueles y cotidianas
en las que quien más sufre tiene rostro de niño y niña.
Puede que en apenas 500 palabras no podamos
encontrar una solución concreta, una fórmula mágica, o el acierto
(recomendado con mucha humildad) para cambiar la vida de quien está
detrás de los datos. Pero no podemos callarnos ni olvidar nunca que,
mientras haya un solo niño viviendo en pobreza,
todos hemos fracasado. Esa es la única realidad de los
datos. Por tanto, urge la necesidad de impulsar medidas de carácter
integral que vayan al origen de la situación: la
pobreza de los núcleos familiares de estos niños y niñas.
También puede que caigamos en la tentación de
pensar que una sola acción, como por ejemplo las medidas urgentes
que se están proponiendo estos días de prolongar los comedores
escolares al finalizar las clases, nos llevará a la solución. Se
trata de algo más global, de ejecutar nuevos
paradigmas y crear políticas de atención a las familias,
conjugando dos elementos imprescindibles en la ecuación: la atención
preventiva y la intervención educativa.
Dice la
Convención sobre los Derechos del Niño de1989, que “El niño debe
ser preparado para una vida independiente en sociedad y ser educado
en el espíritu de los ideales proclamados en la Carta de las
Naciones Unidas y, en particular, en un espíritu de
paz, dignidad, tolerancia, libertad, igualdad y solidaridad”.
La misma Convención contiene en sus artículos
toda una serie de recomendaciones y principios esenciales. Su
significación no es menor, así como su trascendencia. En su artículo
2 manifiesta que los Estados miembros deben
respetar los derechos enunciados y asegurar a todos los niños bajo
su jurisdicción, sin discriminación alguna. Se señala
también la obligatoriedad del Estado de hacer todo lo posible para
promover los mecanismos políticos y presupuestarios que permitan
tomar las medidas apropiadas para ayudar a los padres y las personas
responsables de los niños a hacer efectivo este derecho. Se refleja,
asimismo, que, en caso de necesidad, los estados deben dar
asistencia material y programas de apoyo,
principalmente relativos a la nutrición, el vestido y la vivienda.
Han pasado más de dos décadas desde que se
creó este documento, una convención convertida hoy día en ley
internacional. Pero, desgraciadamente, gran parte de su articulado y
sus compromisos no se han convertido en realidad. Ni siquiera se han
materializado en aquellos países con capacidad de cumplimiento, sino
todo lo contrario. La realidad nos muestra que
los niños y niñas han ido perdiendo terreno en el cumplimiento de
sus derechos y en su protección, frente a los devastadores
efectos de la crisis.
La infancia es una etapa que tiene una
duración insignificante en el conjunto de la vida de una persona, en
muchos casos comparable a un latido de nuestro corazón, pero que es
de vital importancia en la formación de cada persona.
La manera en que se vive la infancia repercutirá
enormemente en la edad madura. Lamentablemente, las
sucesivas crisis han puesto en entredicho las voluntades de
gobernantes de fijar las líneas rojas y, por tanto, su compromiso
hacia la infancia.
Pero no todo está perdido. A pesar de las
dificultades, hay miles y miles de personas y organizaciones del
Tercer Sector que trabajan sin descanso en barrios y ciudades, que
no se rinden, que sacan energía, ganas, ilusión, perseverancia para
salir adelante. Todo está pasando justo en este instante. Héroes y
heroínas silenciosas, padres y madres que no se cansan,
educadores/as, monitores/as de instituciones a pie de calle. Todos
ellos piensan que rendirse no es una opción. Creer es crear, y
juntos podemos cambiar las cosas y hacer realidad la utopía de
justicia y libertad. Porque... ¿qué es una utopía, sino una realidad
prematura?