Menores desaparecidos y ONGs criminalizadas: Europa a
la deriva moral
Un porcentaje indeterminado de menores víctimas de
las redes de tráfico humano corresponde a niños y niñas que llegaron al
continente en busca de refugio
Nunca más se supo de ellos, aunque jamás debemos
olvidar que cada uno de esos números que desconocemos es una pequeña vida
Su destino ha sido el más trágico: la muerte, el
secuestro, el abuso sexual, la explotación laboral, la esclavitud
Hace ya un año y medio escribí aquí un artículo titulado ¿Cómo
es posible perder el rastro de 10.000 niños?. "No es concebible que
las instituciones europeas hayan perdido el rastro de miles de niños que han
llegado solos a Europa", decía entonces. Lamentablemente, un año y medio
después nada se ha sabido de esos 10.000 niños perdidos, a quienes hay que
sumar los que durante este tiempo hayan llegado solos y su rastro se haya
perdido también.
Ayer, 30 de julio, tuvo lugar el Día Internacional Contra la Trata de
Personas, impulsado por la ONU, y diversas ONG dejaron constancia de que el
28% de esas personas son niños y niñas. En Europa, un porcentaje
indeterminado de esos menores víctimas de las redes de tráfico humano
corresponde a niños y niñas que, solos o separados de sus familias, llegaron
al continente en busca de refugio. Es una cifra indeterminada porque nunca
más se supo de ellos, aunque jamás debemos olvidar que cada uno de esos
números que desconocemos es una pequeña vida, una personita como nuestra
sobrina, nuestro nieto, nuestros amados e inocentes hijos, y que su destino
ha sido el más trágico: la muerte, el secuestro, el abuso sexual, la
explotación laboral, la esclavitud; en la mayoría de los casos, de manera
organizada. Nada puede desintegrar más el espíritu, la moral, la dignidad y
la estructura de una comunidad que un hecho de esta naturaleza. Es un crimen
a la integridad de una época.
Según un estudio realizado por REACH para el Fondo de la ONU para la
Infancia (UNICEF), en 2016 llegaron a Europa más de 100.000 menores
refugiados y migrantes, entre ellos 33.800 menores no acompañados, es decir,
el 34 por ciento. El estudio pretende ser un golpe en la conciencia de los
gobiernos, al determinar las razones por las que estos niños y niñas huyen
de sus hogares y sus lugares de origen, a lo largo de una travesía que
suelen tardar más de dos años en completar. En sus distintas, aunque siempre
horribles, manifestaciones, la razón de la huida siempre es la misma: la
violencia de la que han sido objeto. La mayoría huyen de la guerra, aunque
también de la miseria, del maltrato en el hogar, de los matrimonios
forzados.
Afshan Khan, directora regional de UNICEF para Europa y Asia Central, ha
manifestado que "lo sorprendente de este estudio es que por primera vez
muestra que hay muchas más razones que empujan a los niños a abandonar sus
hogares de las que habíamos contemplado hasta ahora, y por otro lado, que
Europa presenta menos alicientes de los que pensábamos para estos niños".
Casi la mitad de los menores entrevistados en Italia para la elaboración del
estudio contaron que habían sido secuestrados en Libia, y muchos otros
incluso encarcelados sin cargo alguno. "Estos niños han soportado demasiado.
Tenemos que evitar a toda costa que se ahoguen en el mar o vuelvan a Libia",
ha defendido el director ejecutivo de UNICEF Comité Español, Javier Martos,
"estos datos vuelven a evidenciar que la apertura de vías legales no puede
esperar más".
Naciones Unidas ha presentado una hoja
de ruta para mejorar los programas de acogida de los niñas y niñas
migrantes y refugiados que llegan a Europa sin la compañía de una persona
adulta. Porque los entrevistados pueden, al menos, ser identificados y
medianamente protegidos. Pero, ¿y los otros, los que faltan, los que han
desaparecido, los que nadie sabe dónde están? Hagamos el duro ejercicio de
pensar en cada una de esas niñas como si fueran nuestra sobrina, en cada uno
de esos niños como si fuera nuestro nieto. Nos resulta insoportable. Y nos
hace muy difícil seguir con nuestra vida cotidiana, seguir como si eso no
les estuviera pasando a esos niños y niñas que algún día también fueron los
hijos, las sobrinas y los nietos de alguien. Les está pasando.
EFE
"El colmo", escribía también hace un año y medio, "será si la Unión Europea
llega a equipar a los cooperantes con los contrabandistas, a través de una
normativa que criminalizaría a ONGs y voluntarios que presten ayuda
humanitaria a los refugiados". Pues bien, al colmo hemos llegado. Para
empezar, tenemos un ministro de Interior, Juan Ignacio Zoido, que ha acusado
a las organizaciones humanitarias de "potenciar la inmigración ilegal". Pero
ni una palabra de los niños perdidos. ¿Cuánta vergüenza vamos a ser capaces
de tolerar? Zoido debería, junto a sus pares en los gobiernos europeos,
estar facilitando a esos menores las vías de entrada legales, protegiendo su
integridad de las más peligrosas para ellos y salvando sus vidas en el
Mediterráneo. Zoido debería, junto a sus pares en los gobiernos europeos,
cumplir con la obligatoriedad de los acuerdos de cooperación internacional,
en vez de recortar hasta el mínimo los recursos. Más aún, Zoido debería, con
sus pares europeos, crear los mecanismos necesarios para estar buscando a
los 10.000 niños y niñas desaparecidos hace un año y medio. A los que se
suman cuantos hayan desaparecido en este tiempo. ¿Es que no tienen sobrinas,
nietos, hijos? ¿Es que no tienen corazón? Corazón, no.
Ni el Gobierno español ni la Unión Europea están cumpliendo con sus
obligaciones y, por tanto, son responsables de lo que sucede a esos menores.
Y, con ello, están destrozando los presuntos valores de Europa, hoy más
presuntos que nunca. Se atrevió a decir el católico Zoido que las ONG son
"cómplices de las mafias". Sus palabras fueron un pecado. Y pecado es la
verdad que falsean: que cómplices son Zoido y sus pares de los males que
están padeciendo miles de niños y niñas solos por Europa. Creíamos que
habíamos visto todo lo peor, pero nos equivocábamos: alentada por políticos
como el ministro del Interior del Gobierno de Rajoy, la UE quiere ahora
dejar de financiar a las ONGs que se ocupan de los menores no acompañados en
los campos de refugiados, así como limitar e impedir que sigan rescatando
vidas en el Mediterráneo. Más bajo no podíamos caer.