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DESALAMBRE
A bordo de un avión que trasladó a 50 refugiados de Níger a Roma: "No pueden
imaginar lo que hemos sufrido"
El viernes 50
personas que habían intentado cruzar ilegalmente el Mediterráneo y fueron
encarceladas y torturadas en Libia, fueron trasladadas de Níger a Italia en
una misión organizada por Cáritas Italiana y la ONG Solidaire, de Enrique
Piñeyro
29 DE NOVIEMBRE 2021
A las 8.20 el avión
aterriza en Niamey, la ciudad capital de Níger, ubicada a la orilla de un
río con el mismo nombre. El Aeropuerto Internacional Diori Hamani es un
rectángulo vidriado alrededor del que no hay ningún movimiento, ni de
personas ni de vehículos. Los pocos aviones estacionados son pequeños,
excepto dos de la armada estadounidense y uno abandonado sobre la tierra,
con las ruedas entre el pasto seco y la marca comercial —Yana— quemada por
el sol. Un hombre vestido con túnica blanca y chaleco fluorescente indica
dónde estacionar la nave sin mover los brazos ni alterar el gesto. Solo se
para ahí.
En el
mutismo de la mañana nigerina, el personal de Cáritas Italiana se pone los
chalecos que los identifican para esperar que suban los pasajeros al avión,
que está vacío excepto por la tripulación y un puñado de periodistas. Piden,
amablemente, que nos dispersemos: que no asediemos a los recién llegados en
el ingreso.
Finalmente, empiezan a entrar. En silencio, con sus mochilas al hombro,
mirando alrededor sin ningún signo de excitación. Los varones usan
zapatillas de una limpieza inmaculada, camisas de colores fuertes planchadas
con esmero, algún reloj. Las mujeres tienen el pelo negro peinado con
trenzas finas y adornado con caracoles. Unas pocas usan velo, sus mejores
velos: brillos negros en los bordes de las mangas, un prendedor de perlas
que sujeta los dos lados de la tela debajo del mentón.
A las 10.10 se inicia el
despegue con rumbo a Roma. Ya cuando el avión está alto en el cielo, se
escucha un murmullo que crece, unos sonidos indescifrables y alguien del
equipo de Cáritas salta de su butaca para ver qué pasa, atento a evitar
cualquier disturbio. Pero el sonido se hace más claro y no es un problema:
están cantando. Primero con timidez, luego con una fuerza
catártica. Hosanna eee, hosanna, hosanna, hosanna/ Hosanna eee, hosanna,
hosanna, hosanna. Se oyen palmas y gritos de celebración agudos,
tribales.
Este viernes 26 de
noviembre, 50 refugiados serán trasladados a Roma, en una misión humanitaria
organizada por Cáritas Italiana y la ONG Solidaire, que encabeza el
piloto y empresario argentino Enrique Piñeyro. El operativo debe
permanecer secreto hasta que culmine para evitar los riesgos de frustrarla y
quienes somos invitados a participar, llegamos a la terminal de vuelos
privados del aeropuerto de Barajas, en Madrid, sin saber de qué se trata.
Antes de abordar el Boeing
787 que Piñeyro puso a disposición y pilotará él mismo, Oliviero Forti,
responsable de Política Migratoria y Protección Internacional de Cáritas
Italiana, da la primera información. La misión se enmarca en el programa de
Corredores Humanitarios, que ya ha ingresado a 1.200 refugiados a Italia
desde África y Medio Oriente y está coordinado por tres organizaciones de la
iglesia de ese país: Caritas, Sant'Egidio y la Iglesia Evangélica.
Esta vez trasladarán a 50
personas, en grupos familiares, de distintos países: Eritrea, Sudán, Sudán
del Sur, Yemen, Camerún, Argelia, República Centroafricana y Somalia. En el
grupo hay 16 menores con alguno de sus padres, excepto dos de ellos que
están acompañados por su tía y se reencontrarán con su madre en Italia; ella
llegó antes en un bote. Todos han intentado cruzar ilegalmente a Europa
cruzando el mar desde Libia, donde fueron encarcelados y sometidos a
torturas.
“La única oportunidad para
esa gente era moverlos desde Libia a un tercer país que pueda darle una
situación segura temporalmente. Y como Níger es el segundo país más pobre
del mundo, acepta tener refugiados porque así recibe ayuda internacional,
servicios de salud. Les resulta conveniente", explica Forti. Níger, que
desde el cielo se ve como una planicie naranja salpicada de arbustos opacos,
alberga a
cerca de 250.000 refugiados que viven en campamentos en distintos puntos
del territorio, según el último reporte del Alto Comisionado de las Naciones
Unidas para los Refugiados (Acnur), de octubre pasado.
El primer despegue de la
misión, que hará la ruta Madrid-Niamey-Roma-Madrid, es a las 4 de la mañana.
"All set", dicen desde la torre de control y el avión se lanza a la
noche. El plan es llegar a Níger atravesando Argelia, porque Túnez no dio
permiso para sobrevolar su territorio.
Libia es una de las
principales puertas de salida de migrantes africanos hacia Europa, que se
lanzan al mar Mediterráneo a bordo de "pateras": barcos precarios que
originan —o culminan— tragedias como la conocida el miércoles pasado, cuando
al menos 31 personas murieron en el Canal de la Mancha tratando de
llegar a Reino Unido.
“Actualmente en Libia hay
tres grupos que se autoproclaman gobierno legítimo y está en manos de
milicias y más de cien clanes armados. No hay control sobre el territorio
por lo tanto las personas que caen aquí, porque es la única vía que tienen
para llegar al mar, en el mejor de los casos son detenidos en centros de
detención de estos grupos, donde se los extorsiona y se los tortura para que
paguen un dinero”, explica Óscar Camps, fundador de la ONG Open Arms, que se
dedica al rescate de náufragos en el mar. Dice que ese es un mecanismo
sistematizado, le pasa a todas las personas que fracasan en su intento de
abandonar el continente.
"Te torturan con el teléfono
abierto para que tu familia oiga cómo gritas y, si pagas, te piden más
dinero o te venden a otro grupo para cobrar un nuevo rescate o como esclavo
para trabajar en una granja donde te maltratan y no te dan ni de comer,
porque hay muchos subsaharianos allí y cuando muera ese pondrán otro y otro
y otro”, apunta.
En el caso de las mujeres,
la situación se agrava. “Todas son violadas, absolutamente todas; mujeres y
niñas. Muchos de los niños que verás en el avión son fruto de violaciones",
dice Camps. Y por si fuese necesario: "Ser subsahariano y quedarse atrapado
en Libia es un infierno. Cuando hablas con ellos y les dices cómo te has
jugado la vida en esta patera te dicen qué vida, si no tenía vida. Ahí me
iba a morir".
Son las 6.50 de la mañana y,
mientras volamos, el sol empieza a asomarse sobre el Sahara argelino. Forma
primero una línea profunda y naranja que se ensancha sobre el horizonte
hasta que se alza un sol rojo incandescente. Ninguna otra imagen podría
explicar mejor lo que es: una bola de fuego que daña los ojos. Está el sol y
está también la bruma que empaña el resto del paisaje. "Es calima", dice el
piloto, arena del desierto en suspensión.
Berthe es una de las
personas que integra el grupo de refugiados. Hace seis años dejó a sus
cuatro hijos en Camerún y salió con el objetivo de alcanzar el Mediterráneo.
Su hija más chica tenía, entonces, siete meses, y nunca la volvió a ver. "No
la podía cargar para llevarla conmigo y el camino es difícil; mucha gente
muere en el desierto", dice Berthe, que usa bastones y solo puede apoyar una
de sus piernas.
Primero llegó a Argelia y
luego le pagó 2.000 euros a una persona que prometió despacharla a Italia
vía Libia en un “barco seguro”, pero la abandonó en la costa, donde durmió
dos meses esperando la oportunidad de cruzar. La encontró la guardia costera
y estuvo un año presa antes de ser evacuada a un campamento en Níger, donde
pasó los últimos cuatro. “Tengo 39 años, que han sido 39 años de
sufrimiento. Si llego a Italia y logro llevar después a mis hijos, me
gustaría que la gente escuche mi historia porque soy una mujer muy fuerte”,
dice. Su destino final es Venecia, una ciudad de la que sabe poco pero le
han dicho que es hermosa.
Berthe organiza los cantos
en el avión que, roto el silencio inicial, son muchos y están acompañados de
baile en los pasillos y de vivas a Italia. En medio de la euforia, toma el
micrófono de la cabina de los tripulantes y da, por altavoz, un mensaje de
agradecimiento al comandante: "Monsieur Enrique, de parte de todos
los refugiados, con lágrimas en los ojos, le agradezco por sacarnos de ahí.
No puede imaginar lo que hemos sufrido".
Mussab tiene 30 años y viaja
junto con su madre y sus ocho hermanos. Nació en Somalia, creció en Yemen y
hace diez se fue —él solo— a China, donde estudió ingeniería arquitectónica.
Hace apenas unos meses se reencontró con su familia, que no veía desde
entonces. Esta tarde se reencontrará también con su papá, que ninguno de
ellos ve hace 15 años, cuando logró cruzar a Europa. Sus historias tienen
agujeros, son demasiado difíciles de contar en las pocas horas que
compartimos en el avión y algunos prefieren no volver sobre ciertos
recuerdos; todo esto se trata del futuro. Hablan en sus idiomas nativos,
muchos de ellos también en francés y unos pocos en inglés.
Varias de las personas que
están en este avión se reencontrarán con familiares después de mucho tiempo.
Como Kifle, que es oriundo de Eritrea, viaja solo y volverá a ver a su mujer
y su hija después de haber fracasado tres veces en su intento por llegar a
Italia. O como Clementine, que es de Camerún, tiene 34 años, hace dos que
está refugiada en Níger y hace siete que no ve a su hermana. Hasta hace muy
poco no sabía ni siquiera dónde estaba.
Clementine tiene las uñas
pintadas de rojo y las pestañas arqueadas detrás del marco de los anteojos,
lo que da pistas de su oficio: sabe hacer masajes y procedimientos de
belleza y espera poder trabajar de eso en Italia. Mientras habla come el
almuerzo que las azafatas han repartido: melón, kiwi, sandía y otras frutas
cortadas en láminas finas, yogur griego, un sándwich de fiambre y una
marquise de chocolate decorada con una frutilla. Es el catering de este
avión privado.
Lucía Forlino, integrante de
Caritas Italiana, abordó el avión junto con los refugiados y organizó la
misión desde el territorio. Explica que si bien hay cientos de personas en
la misma situación, tienen un criterio para seleccionar a los refugiados a
trasladar a Italia. El primero es el de la vulnerabilidad y por eso la
mayoría son mujeres solas con sus hijos pequeños. Pero también buscan que
sus perfiles encajen con las familias que los recibirán y los guiarán
durante el primer año y que tengan posibilidad de insertarse en las
comunidades a las que llegan.
"Estoy emocionado con esta
misión, porque es la primera en la que trasladamos personas, y tal vez a
partir de ahora empezaremos a hacer más. La verdadera misión de todas estas
ONG de intervención directa es destrabar. A veces los Estados no hacen las
cosas porque no quieren y otras porque al actuar aparece el tema de quién
paga qué y los trámites”, dice en la cabina del avión, rodeado de botones y
pantallas tablet, Enrique Piñeyro.
Piñeyro compró ese avión (ya
tenía otro, un Boeing 737) en febrero pasado para poner en marcha Solidaire,
que piensa como una ONG de soporte logístico para ONGs. Desde entonces,
trasladó insumos médicos a la India, 33 toneladas de alimentos a Mozambique
y llevó a periodistas a documentar la pesca ilegal desde el aire en la milla
200 del mar argentino y en Senegal, entre otras misiones.
Desde la cabina, el
comandante da la orden de sentarse en los asientos y abrocharse el cinturón:
estamos iniciando el descenso. Los tripulantes reparten una vianda a los
pasajeros. Cuando desembarquen en Roma, completarán un procedimiento con la
Policía y luego serán distribuidos en sus nuevos hogares, donde harán 10
días de cuarentena. Van a Venecia, a Matera, a Avellino, a Milano.
A las 14.20 ya comienzan a
verse los campos verdes de Italia por la ventana, sus parcelas labradas, las
tejas sobre sus pueblos compactos. Hay sol entre las nubes que destilan una
llovizna suave. Es una tarde plateada en la tierra prometida. En las
pantallas que están frente a los asientos y muestran el avance del viaje
sobre el mapa, el avión ya está posado sobre el punto amarillo que es Roma.
La línea que traza el vuelo parte al medio el azul del Mediterráneo.
Finalmente, están del otro lado.
elDiarioAR fue
invitado a participar de la misión por la ONG Solidaire.
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