Mientras continuaba a la espera de instrucciones en aguas
internacionales al norte de Malta, la tripulación del Ocean
Viking observaba con preocupación la situación límite a la que se ha
llegado en el Open Arms, a 60 millas de allí en línea recta. Durante la
mañana de este martes, varios
rescatados se han tirado por la borda para llegar a la porción de
tierra, la isla italiana de Lampedusa, que llevaban viendo durante días
desde el barco de la ONG catalana. Llevaban casi tres semanas sin un
puerto en el que desembarcar.
"La
información que nos ha llegado desde el Open Arms es extremadamente
inquietante. Es muy preocupante las potenciales consecuencias físicas y
psicológicas de un estancamiento de estas características", asegura
Hannah Wallace, responsable de comunicación de Médicos Sin Fronteras a
bordo del Ocean Viking a eldiario.es. Este martes, después de que el
Gobierno de Pedro Sánchez anunciara el envío de un buque de la Armada
para "acompañar" al Open Arms a España, la
Fiscalía de Agrigento ordenó el desembarco de los migrantes que
permanecían a bordo y la incautación provisional de la nave. A
medianoche, los supervivientes comenzaron a descender al puerto de
Lampedusa.
En
el Ocean Viking, los 356 rescatados no divisan aún la tierra en el
horizonte, pero el bloqueo es el mismo. Hace ocho días que la
tripulación envió el primer correo electrónico a los centros de
coordinación de rescates de Malta a Italia para solicitar un puerto
seguro en el que a desembarcar. "Esperamos encontrar una solución rápida
lo antes posible", insistían dos días después desde el nuevo barco
fletado por MSF y Sos Méditerranée.
La
contestación replicaba el guion que se repite desde hace algo más de un
año, cuando recibieron el primer portazo con el buque Aquarius: las
autoridades maltesas se negaban, argumentando que el rescate se produjo
en aguas que no son de su competencia, y las autoridades italianas daban
la callada por respuesta. Solo Libia ofreció Trípoli como destino, algo
que las organizaciones rechazaron de inmediato.
Las
indicaciones para atracar en un lugar seguro siguen sin llegar mientras
la nave permanece surcando aguas internacionales. De momento, no barajan
otra opción que no pase por que las autoridades de alguno de los dos
países asuman la coordinación del desembarco.
Algunos de los supervivientes a bordo del Ocean Viking acumulan 11 días
sin tocar tierra firme. Fueron los primeros rescatados el pasado 9 de
agosto. Estaban deshidratados, llevaban dos días sin agua potable bajo
el sol y el calor del verano. Había 25 menores. Al día siguiente,
localizaron otro bote en peligro. Esta vez, se sentían mucho más
débiles, con dificultad para caminar o mantener el equilibro, algunos
casi se desmayan, según explica el equipo médico de MSF. El primer grupo
se sentó a su lado y les ayudó a beber para recomponerse. En los días
posteriores, el buque socorrió otras dos embarcaciones precarias más con
81 y 105 personas. Todas fueron localizadas en aguas internacionales.
En
medio de la inmensidad del Mediterráneo, Omar, de 17 años, vio cómo un
hombre trató de saltar por la borda por la desesperación. Cuando fueron
localizados, llevaban cuatro días en el mar sin comida ni agua. "Tuvimos
que ayudarle a subir de nuevo a la balsa. Teníamos tanto miedo que solo
pensábamos en la muerte: creíamos que íbamos a morir", recuerda el
adolescente en un testimonio recopilado por la ONG humanitaria. "El
fondo del bote se rompió el día que salimos de Libia. Nadie dormía
porque teníamos que sacar agua con una lata de combustible vacía",
asegura uno de los 103 menores que se encuentran a bordo de la nave.
La
situación, de momento, se mantiene estable. La nave acondicionada para
reemplazar al Aquarius, recalcan, está preparada para realizar
operaciones de búsqueda y rescate y atender a los supervivientes. Sin
embargo, insisten en que el estancamiento no puede prolongarse durante
mucho más tiempo.
"Las condiciones se están volviendo cada vez más complicadas. Todavía no
se nos ha asignado un puerto seguro, así que estamos gestionando la
situación lo mejor que podemos. Estamos repartiendo agua y kits de
emergencia", explica a eldiario.es Wallace. "Los recursos son limitados,
tenemos a 356 personas en 69 metros de eslora. Son instalaciones
pensadas para una emergencia, no están diseñadas para un periodo largo
de tiempo".
El
cansancio y la incertidumbre empiezan a pesar. Cada día, la tripulación
escucha las mismas preguntas. "La gente nos pregunta todo el rato:
"¿Cuándo nos vamos?", "¿cuándo nos van a dejar bajar del barco?",
"¿Adónde vamos?". Les repetimos que estamos juntos en esto, que estamos
trabajando duro para lograr una solución. Tenemos que ser pacientes.
Pero es difícil que la gente se mantenga al margen. Están rodeados de
agua, no pueden divisar la tierra desde aquí. No entienden por qué
tienen que pasar por esto", describe Wallace.
"Nosotros tratamos de ser honestos y tan transparentes como podemos
sobre el contexto y las raíces de la situación, pero lo que no queremos
es hacerles sentir de nuevo que no son respetados, que no son
bienvenidos, que no están a salvo. Este es un momento de incertidumbre
para ellos", prosigue. Mientras, los países comunitarios siguen sin
llegar a un acuerdo para crear un mecanismo de desembarco predecible que
permita evitar situaciones de estancamiento cuando se produce una
operación de rescate en el Mediterráneo, como han pedido numerosas
organizaciones, entre ellas MSF.
La
tripulación trata de hacer más llevadero el día a día. "Impartimos
clases de inglés o francés, actividades artísticas, un chico de Sudán
que era peluquero corta el pelo a la gente… son distracciones para
personas que no han tenido la oportunidad de ser tratadas como
individuos, pero es una solución temporal para sobrellevar esta
situación incómoda e insostenible", asevera la portavoz de MSF.
Escapar en el centro de
detención libio atacado
En
la clínica de la nave de Sos Méditerranée y MSF, la tripulación trata de
atender las heridas y afecciones físicas y ofrecer los primeros auxilios
psicológicos. Stefanie, líder del equipo médico,explica
cómo los rescatados se alejan inmersos en sus pensamientos, mirando
al vacío, con aquella mirada abatida y típica de víctimas que han pasado
por experiencias traumáticas.
A
sus 16 años, Hassan ha intentado embarcarse dos veces para cruzar el
Mediterráneo. En las dos fue interceptado por los agentes libios que
patrullan el mar con apoyo financiero y técnico de la UE. La primera vez
logró escapar. La segunda, fue encerrado en el centro de detención de
Tajura, las instalaciones que a principio de julio sufrieron un ataque
aéreo que se cobró la vida de más de 50 personas, según ha relatado el
adolescente a MSF.
Él
sobrevivió. "Estaba allí cuando fue bombardeado. Mucha gente murió.
Logré escapar con un grupo de personas. Puedes ver las cicatrices de las
heridas en los pies. Corrí descalzo por las llamas del centro
destruido", relata. Otro joven, Abdel, cuenta que logró escapar del
centro de Tajura un día antes del bombardeo. Sin embargo, sus amigos y
sus hermanos murieron, de acuerdo con su testimonio. Llevaba un año y
ocho meses en el país vecino.
Hassan llegó a Libia tras siete días de trayecto por el desierto del
Sáhara. "Solo comimos pan un par de veces, y todas las noches recibíamos
un litro de agua que teníamos que compartir entre 33 personas. Vi cómo
dispararon y mataron a un hombre con el que viajaba sin razón alguna".
Después, estuvo viviendo y trabajando durante más de un año en el país
norteafricano, donde asegura que fue arrestado varias veces y obligado a
pagar por su libertad.
Los testimonios del horror vivido en suelo libio coinciden con los de la
mayoría de los migrantes que arriesgan su vida tratan de atravesar la
ruta marítima que llega a Italia: encarcelamiento, extorsión a cambio de
la libertad, trabajo esclavo, tortura, palizas que se reflejan en las
cicatrices provocadas por los fuertes golpes. Muchos han asegurado a MSF
que estaban "preparados para morir en el mar antes que seguir un día más
en Libia. "Describen cómo les torturaron con descargas eléctricas, les
pegaron con pistolas y palos, les quemaron con plástico fundido",
señala Yuka Crickmar, técnica de asuntos humanitarios de MSF.
"Es
apabullante escuchar por lo que esta gente ha pasado, el nivel de
sufrimiento. Anoche estaba sacando fotos y se las enseñaba en la
pantalla. Un chico empezó a reírse a carcajadas diciendo 'ese no soy yo,
yo no tengo la barba tan larga'. Yo le dije: 'Sí, sí que eres tú'. Me
contestó: 'Sí, tú sabes cómo se me ve, pero yo hace mucho tiempo que no
sé cómo se me ve", describe Wallace. Los supervivientes proceden de
Eritrea, Etiopía, Guinea, Chad, Gambia, Costa de Marfil, Libia, Malí,
Nigeria, Senegal, Sudán del Sur y Sudán.
Omar y Abdel están en este último grupo. También Hassan, que dejó atrás
su pueblo tras presenciar cómo un grupo armado asesinaba a su padre.
"Quería venir a Europa para encontrar trabajo y que la vida de mi
familia mejorase", sostiene. De momento, 32 millas le separan de su
sueño. La espera sigue, pero su objetivo, el mismo que le llevó a
echarse al mar en tres ocasiones, sigue intacto. "Quiero ir a Europa
donde se respeten los derechos humanos, donde me traten como a un ser
humano", sentencia.
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Los nombres de los supervivientes, cuyos
testimonios han sido recopilados por MSF, son ficticios.