El País
Es la
‘marcha negra’, venimos de todo Marruecos”
Marroquíes y
subsaharianos buscan en Ceuta una salida a su ruinosa situación económica
agudizada por la pandemia

Un grupo de personas se hace con una embarcación de las
autoridades marroquíes en la playa de la localidad de Fnideq (Castillejos)
para cruzar los espigones de Ceuta, el martes. En vídeo, imágenes de las
llegadas en pateras este miércoles.FOTO: MOHAMED SIALI / EFE | VÍDEO:
REUTERS-QUALITY
Laura J. Varo, Ceuta
19 de mayo 2021
Youssef (nombre ficticio
para proteger su identidad) observa desde la cuesta que lleva al polígono
del Tarajal, en Ceuta, el espectáculo del despliegue militar español en la
frontera con Marruecos. Solo un día antes, él fue protagonista de la
escena. Él
también llegó cruzando a nado la frontera. “Tengo un problema”, clama,
“yo tengo mis papeles, pero ahora he entrado (de manera) irregular”. El
joven marroquí ha vivido en Ceuta durante más de 20 años. El 12 de marzo de
2020, un día antes de que Marruecos decretase
el cierre fronterizo con Ceuta y Melilla, viajó a la vecina Fnideq, la
antigua Castillejos, a siete kilómetros de la ciudad autónoma, y se quedó
atrapado en el país desde entonces.
Ceuta, una ciudad de unos 85.000 habitantes y 14 kilómetros cuadrados,
ha vivido dos jornadas sin precedentes en la historia de las relaciones
fronterizas. Más de 8.000 personas han accedido a la ciudad, a nado o a pie,
sorteando las rocas, a través de los espigones de Benzú, al norte, y del
Tarajal, al sur, como consecuencia del pulso diplomático que ha echado Rabat
a Madrid. Sus historias evidencian los efectos de la ruptura en unas
relaciones transfronterizas de las que dependían las dos regiones a cada
lado de la valla. Youssef es un ejemplo. “No podía volver de otro modo”,
reconoce, “lo intenté, pero pedían demasiado dinero por los billetes”. Este
lunes fue su oportunidad, se echó a nadar y regresó a casa. “¿Con la cita
para renovar la tarjeta de residencia me dejarán viajar a la Península?”,
pregunta.
Francisco, ceutí orgulloso, se jacta de haber “contratado” a dos chavales recién
llegados en el éxodo de las últimas 48 horas. “Se me acercaron para pedir
trabajo y vi en sus ojos que tenía que contratarlos”, cuenta mientras observa a
los jóvenes manejar los hierros que conformarán la estructura de su negocio de
secado de pescado. Amir, de 25 años, es uno de ellos. No es de la vecina Fnideq
ni de la barriada de Benyounes, pegada a la valla de Benzú. Llegó a Ceuta desde
Tetuán, a 40 kilómetros, tras cruzar a nado la playa del Tarajal. “Quería
trabajo”, chapurrea.
“No es solo la gente de
Castillejos (o Fnideq)”, espeta Samira, marroquí de 35 años, “vienen de
Tánger, de Tetuán, de todos lados; es la marcha negra” (en alusión a
la Marcha Verde, invasión organizada por Hasan II en 1975 sobre el
Sáhara español). La mujer cruzó a nado la tarde del lunes acompañada de su
hijo Ilias, de 15 años, y junto a un grupo “donde murió una (persona)”,
detalla. Un día después, recuerda con congoja algunas de las escenas de
aquella corta pero angustiosa travesía: “Había un hombre con su bebé de dos
meses atado a la espalda”. Su excusa es otro cabo suelto del cierre
fronterizo que ha afectado al empleo y la economía tanto en Ceuta como en
Fnideq. Cobraba 400 euros al mes como trabajadora del hogar en la ciudad
autónoma. Ahora, sobrevive con lo que su empleadora le manda “un mes sí y
otro no”. Cuando se le pregunta por su marido, que se ha quedado con las dos
hijas de 20 y 6 años, responde con una mueca. “La gente en Marruecos no
tiene nada, no hace nada”, se disgusta.
En taxi desde Tánger
Ganga, de Costa de Marfil, ha
trabajado cinco años en Tánger, pero no veía cómo mantener a su familia con
un sueldo de peón de obra. “Yo trabajaba en el puerto en Costa de Marfil”,
cuenta, “vine a Marruecos para trabajar como cualificado en logística
portuaria, pero acabé destrozándome las manos como albañil”. Él, su esposa y
sus tres hijos de cuatro, dos y un año cogieron el lunes un taxi desde
Tánger rumbo a Fnideq y se lanzaron al mar a las cinco de la tarde. Un día
después merodea por el polígono del Tarajal, donde el Ejecutivo local y la
Delegación del Gobierno han habilitado varias naves para acoger a menores y
mujeres, considerados vulnerables y, por tanto, no sujetos a las
devoluciones exprés que el Gobierno de España ha realizado desde el lunes
por la tarde. “Allí (en Marruecos) no puedo mantener a la familia”, dice,
“quiero pedir asilo para trabajar aquí en condiciones y cubrir sus
necesidades”.
Cientos de personas de origen subsahariano se han aventurado, junto a los
marroquíes, a nadar hasta Ceuta. Muchas de ellas, tras caminatas
maratonianas desde puntos distantes a la frontera, desfallecían en la playa
por el cansancio o la hipotermia. En el perímetro vallado, sobre el paso
fronterizo y entre caminos boscosos, las fuerzas de seguridad marroquíes
contenían durante la mañana del martes la llegada constante de hombres
dispuestos a saltar la valla para acceder a la ciudad autónoma. “Los
subsaharianos han llegado tarde”, medio bromea Reduan (nombre ficticio),
ceutí en la treintena. “Para cuando han intentado cruzar (a Ceuta), la
policía marroquí ya los estaba parando”. El joven habla tras dejar a su
primo en la frontera para que regrese a Marruecos por su propio pie.
A lo largo de todo el día,
cientos de chavales, algunos apenas adolescentes, caminaban por el paseo que
llega al paso del Tarajal para regresar voluntariamente a Marruecos. “¿Qué
iba a hacer aquí?”, comenta sobre su pariente, “ya está, han venido (los
jóvenes marroquíes) a echar el día y la noche y ahora vuelven a sus casas;
hasta sus madres les estarán diciendo que dónde están”.
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