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"Horas antes de montarme en la patera lloré a escondidas pensando en mi
madre"
Los inmigrantes
menores de edad que viajan solos se enfrentan en España a un laberinto
burocrático y legal para trabajar. elDiario.es entrevista a un educador
social y a dos chicos que llegaron a España con 16 años.
Mohammad Mujibur llegó desde
Pakistán a los 16 años. En la foto, con David López, educador social de la
asociación Paidea Olga Rodríguez
Olga Rodríguez26 de
diciembre 2020
Cuando un menor de edad
inmigrante llega solo a España, puede ser acogido por la administración y
ser tutelado hasta cumplir los 18 años. A partir de ese momento, el Estado
espera de él que trabaje, solo que trabaje, sin posibilidad real de
estudiar. Pero para poder trabajar se le solicitan
unos requisitos difíciles de cumplir incluso para cualquier chaval
español: tiene que tener un contrato de trabajo con una solicitud presentada
por el empleador, y un sueldo equivalente a al menos al salario mínimo
interprofesional, con jornada completa y con una duración continuada durante
el periodo de vigencia de la autorización.
"Son unos requisitos imposibles, ningún chaval
de 18 años español podría cumplirlos tampoco", lamenta David López, educador
social que lleva tres décadas trabajando con menores de edad migrantes. Zino
Meflah es uno de ellos. Llegó en patera cuando tenía 16 años, procedente de
Argelia. Estuvo dos años en un centro de menores de Mallorca, pero cuando
alcanzó la mayoría de edad le denegaron el permiso de residencia porque no
disponía de los ingresos mensuales requeridos.
“Le piden contar
con determinados requisitos económicos, pero para cumplirlos
necesita trabajar, pero si no los cumple no le conceden el permiso
de trabajo. Es una contradicción.
De ese modo se quedó, como tantos otros, en una
situación de desamparo un tanto paradójica, ya que "para obtener la
residencia le piden contar con determinados requisitos económicos, pero para
cumplirlos necesita trabajar, pero si no los cumple no le conceden el
permiso de trabajo". "Estos requisitos son una contradicción en sí mismos",
denuncian desde diferentes colectivos.
Por eso varias organizaciones,como la red Acoge,
solicitan un cambio en la Ley de Extranjería. También la Federación de
Entidades con Proyectos y Pisos Asistidos (FEPA), a través de la campaña "Un
callejón sin salida", pide que se eliminen trabas y se facilite la vida de
estos jóvenes al cumplir la mayoría de edad.
Mohammad Mujibur llegó desde Pakistán a los
16 años. En la foto, con David López, educador social de la asociación
Paidea Olga Rodríguez
"Querría estudiar para ser educador social"
La trayectoria de Zino no ha sido fácil. Nacido
"en el seno de una familia pobre argelina", creció soñando con viajar a
Europa para mejorar la situación de sus padres y hermano. Ahorró dinero y,
cuando cumplió dieciséis años, contactó con "gente que gestionaba este tipo
de viajes".
"Un día me llamaron y me dijeron: ‘Esta noche
nos vamos’. Fue todo muy precipitado. No quise decir nada a mis padres ni a
mi hermana, porque me habrían impedido irme, saben que mucha gente muere en
el mar. Durante el almuerzo se me notaba preocupado, mi madre lo percibió y
me preguntó. Intenté disimular como pude. Me levanté de la mesa, salí de la
casa, me senté en una esquina y me puse a llorar, a llorar y a llorar, a
escondidas, pensando en mi madre, en mi familia, en que quizá no los vería
nunca más", relata Zino en conversación con elDiario.es.
Solo informó de sus planes a su hermano mayor,
quien intentó disuadirle. "Pero al final me cubrió. Cuando yo ya estaba en
la patera mi madre empezó a preguntar por mí. En la cena mi hermano se comió
el yogur que me correspondía y así, cuando ella llegó a casa, él le contó
que yo había pasado por allí, que había cenado pero que me había vuelto a
ir, para no preocuparla".
"El viaje fue duro, de noche, no se veía
absolutamente nada, era la oscuridad completa. Era inevitable pensar que
podíamos morir. Afortunadamente salió bien. Unos kilómetros antes de llegar
a Mallorca nos interceptó la Guardia Civil. A mí me llevaron a un centro de
menores. No pude avisar a mi familia hasta 48 horas después, porque me
habían quitado el móvil", cuenta.
"Cuando por fin pude hablar con mi madre
lloramos mucho los dos. Le expliqué que lo que estaba haciendo era por
ellos, nos dijimos que nos echaríamos mucho de menos". Los primeros meses
fueron duros. "No conocía el idioma, no entendía lo que me decían, así que
me puse a estudiar sin parar, para poder comunicarme", explica en un buen
español. Ahora, con 19 años, ha conseguido trabajo al fin, en un centro de
menores, donde realiza tareas de limpieza y ejerce como ayudante de cocina.
"Me gusta mi empleo, aunque es duro físicamente.
En el futuro quiero estudiar para ser educador social, me encanta, mis
educadores hicieron mucho por nosotros, es un bonito trabajo. Pero para eso
tengo que sacarme la ESO primero, quería empezar en septiembre, pero si no
trabajas no te renuevan los papeles, así que de momento no puedo hacerlo",
explica.
Mohammad Mujibur Rahman llegó a España con
16 años tras un largo viaje desde Pakistán
Olga Rodríguez
El caso de Mohammad Mujibur Rahman es similar.
Llegó hace tres años a España, procedente de Pakistán, cruzando varias
fronteras y un mar, pasando por países como Afganistán o Turquía. El viaje
duró más de un mes y le golpeó duro. No quiere hablar de ello: "Fue algo
traumático". Cuando llegó a Madrid entró en el sistema de protección de
menores. Primero vivió en una residencia y después en un piso tutelado.
Empezó un grado medio de Informática y se aficionó al estudio.
"No quería dejarlo, pero no tuvo más remedio que
hacerlo, porque cuando cumplen 18 años tienen que ponerse a trabajar, sí o
sí, es lo que establece la ley, no hay otra posibilidad", explica David
López Gallego, educador social de Paidea, Asociación para la Integración del
Menor. "Pero claro, aquí en la Comunidad de Madrid necesitan un contrato de
un año a jornada completa para obtener el permiso de trabajo, si no se
quedan con el permiso de residencia no lucrativa, que les condena a una
situación en la que no están autorizados a trabajar a pesar de que lo que
las autoridades demandan de ellos es que se ganen la vida, es absolutamente
absurdo", lamenta.
"¿Quién va a querer contratar a un chaval de 18
años recién cumplidos que sale del sistema de protección de menores? Al
final tiramos de empresas amigas, de gente solidaria y altruista que sabe
que estos chicos tienen muchas ganas y pueden responder muy bien", prosigue
López Gallego. Mohammad tuvo suerte y consiguió un contrato de un año a
jornada completa en una empresa de iluminación. "No es fácil, porque el
propio empleador tiene que desplazarse y presentar los papeles para
contratarte, las trabas son múltiples", explica Mohammad.
Se encuentan con
paredes, paredes y más paredes. Ves por el camino chavales que van
cayendo y no se pueden levantar. Son obstáculos que podrían
evitarse.
"Los requisitos son numerosos. La empresa
empleadora tiene que estar al corriente en la Seguridad Social, no deber
nada a Hacienda, y presentar en Delegación de Gobierno la documentación del
chico al que quiere contratar. ¿Esto qué quiere decir? Que se tiene que
personar el director de la empresa con toda la documentación para cambiarle
el permiso de trabajo", relata David López.
Ante tales dificultades son muchos los jóvenes
que no lo consiguen. Los educadores lo ven todos los meses. Jóvenes con
ganas de estudiar o de trabajar que no logran un contrato de las
características requeridas y por lo tanto no están autorizados para otro
tipo de trabajos de menor duración o de media jornada.
"Yo tuve un chico tutelado que cuando cumplió 18
años consiguió un contrato de seis meses. Con ese contrato la Comunidad de
Madrid no le da el permiso de trabajo, por lo que no le han renovado el
permiso, porque para ello necesitaba un contrato de un año a jornada
completa, un requisito que casi nadie a esa edad puede cumplir. Mi hijo, que
es español, profesor de Educación Física, está con contratos de suplencias
de doce a tres de la tarde de aquí a enero. ¿De qué estamos hablando?", se
pregunta el educador social David López.
Es muy duro ser
aún un niño y estar solo en un país que no conoces.
López relata casos de jóvenes que tras cumplir
18 años trabajaron duro, consiguieron lo requerido y ahora tienen buenos
empleos y sueldos. "Algunos han iniciado su propio negocio, lo cual genera
empleo a su vez, otro se especializó en electrónica para coches eléctricos y
tiene un buen sueldo, otro trabaja como jardinero. Pero también está la otra
cara de la moneda".
La otra cara es la de quienes no logran los
difíciles requisitos. "Hay un chico que era muy buen chaval, pero no
conseguía autorización para trabajar, se quedó en la calle, entró en un
sitio a robar, le pilló a la policía, se fue a la cárcel. Ya ha salido de
prisión pero está viviendo en la calle porque por haber delinquido le han
quitado la plaza. Si hubiera tenido un permiso de trabajo habría empezado a
trabajar de camarero, que es su titulación, y probablemente no habría caído
en todo esto, porque era un chaval majísimo y con gran potencial", lamenta.
Las personas migrantes en situación irregular no
pueden acceder a varias ayudas que ofrecen las instituciones, como el
Ingreso Mínimo Vital o un salario mínimo de inserción. "Es horroroso ser
consciente de la capacidad de esta gente joven, que lucha por salir
adelante, que lo ha pasado muy mal porque es duro ser aún un niño y estar
solo en un país que no conoces. Se encuentran con paredes, paredes y más
paredes, ves en el camino chavales que van cayendo y no se pueden
recuperar".
Cuando entran en el sistema de protección se invierte en
ellos, como es lógico, pero luego se les deja tirados, y eso es
también tirar el dinero invertido.
López intenta seguir el rastro de los jóvenes
que ya no pueden permanecer en programas de transición a la vida adulta. Les
visita, les ayuda con papeleo, con el empadronamiento, con los médicos. "Es
que si no tienen tarjeta sanitaria muchas veces no los atienden, por eso les
acompaño cuando puedo. Tiro de amigos que me hacen favores a veces".
En el piso de acogida en el que está Mohammad
viven cinco chicos de varias nacionalidades. Tiene un grupo de Whatsapp bajo
el nombre Nuestra casa. "Es que queremos sentirlo como casa. Y cuando
David viene a revisar si tenemos todo limpio y ordenado y nos trae algo de
comida, decimos que viene el papá, bromeando. Es como un papá".
Algo ruborizado, David responde: "Bueno, yo soy
padre y sé que tener 18 años es lo mismo que tener 17 años y once meses,
siguen siendo unos críos, así que procuro darles afecto, abrazarlos, estar
ahí. Tengo a chicos menores cuya madre o padre se han muerto estando ellos
aquí y el hecho de no poder ir a velarlos, al entierro, les ha dejado
atormentados, marcados. Hay chavales con discapacidad, pero no hay pisos
para ellos. Tampoco hay pisos para chavales que quieran estudiar. Debería
haber una diversidad de pisos, para que estos jóvenes tengan menos
dificultades".
Tuve una educadora social que decía
que hay 3 lugares donde se quitan los dolores: en el abrazo, en la
ducha, y en el sueño.
"No puedo entender que se les ponga requisitos
tan duros"
Mohammad es uno de esos jóvenes que habría
querido seguir estudiando. Pero tiene que probar que cumple una serie de
requisitos económicos, y para eso necesita trabajar con un contrato estable.
Ahora solo tiene uno de un mes en un supermercado. "Mohammad no se rinde,
cuando se cae vuelve a levantarse, yo sé que conseguirá un buen trabajo y
que en cuanto pueda estudiará, lo sé porque le conozco", augura David.
"No puedo entender que se les ponga requisitos
tan duros. Cuando entran en el sistema de protección se invierte en ellos,
como es lógico, pero luego se les deja tirados, y eso es también tirar el
dinero invertido, hay políticos que no entienden que si se invirtiera un
poquito más, al final se ahorrarían dinero y tendríamos un resultado mejor
para estos jóvenes y para la sociedad en general", reflexiona.
En los días especiales Mohammad echa más de
menos a sus padres y hermanos. "En la fiesta del Cordero o al final del
Ramadán, que son fechas muy familiares, me siento más solo, no es fácil".
Algunos menores de edad que llegan de otros países terminan con secuelas
psicológicas, porque el camino que recorren es duro y está lleno de
obstáculos. Mohammad recuerda el consejo que una educadora le dio hace un
par de años para los momentos difíciles: "Ella decía que hay tres lugares en
los que se quitan los dolores: Uno es el abrazo, cuando alguien te abraza.
Otro es en la ducha, que relaja y repara. Otro es en el sueño, cuando
duermes".
Hay sueños reparadores en los que estos chicos
obligados por la vida a ser adultos antes de tiempo visualizan aquello que
anhelan: "Cuando en sueños hablo con mi madre o cuando en sueños me hacen un
contrato estable me levanto con más esperanza".
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