Aunque nos creamos que no existe,
el maltrato infantil acumula un elevado número de
denuncias en nuestro país (casi 5.000
denuncias por violencia en el ámbito familiar al
año) y es uno de los grandes desconocidos. En la
televisión o en cualquier medio de comunicación
siempre oímos hablar de la
violencia de género, pero “muy pocas
veces o nunca pensamos en los niños”, nos dice
Ester López, víctima de maltrato familiar y
autora del libro La niña que sana, un viaje de
superación del maltrato (Editorial Letra
Minúscula). Ella misma denuncia que “el mayor
cómplice de la violencia contra las mujeres y sus
hijos es el silencio”.
Un
silencio de la que ella fue testigo, por lo que su
libro se convierte en la primera historia de
superación del maltrato doméstico vivida en primera
persona y que, gracias a él, podemos acercarnos
a esos sentimientos de las personas que lo han
sufrido y, muy importante, entender que los efectos
que provoca en la infancia pueden llegar a ser
irreversibles. La obra, de carácter totalmente
motivacional y de acompañamiento,
relata las vivencias de una niña víctima de
maltrato en las diferentes etapas de su vida,
además de cuestionar por qué el tema está silenciado
y sigue siendo tabú. De esto hemos querido hablar
con ella y de cómo hay que pedir ayuda, buscar apoyo
y encontrar tu camino.

Ester, en tu opinión, ¿las cifras
de maltrato infantil están silenciadas en nuestro
país?
Sí, sí, por supuesto, es un tema
completamente tabú en nuestro país. Y, cuando se
habla de ello, se enfoca siempre hacia la mujer que
sufre violencia de género, se habla de la pareja o
del maltratador, pero los niños, en este caso, son
los grandes olvidados.
¿Cuáles crees que son los motivos
de ese olvido, por qué no nos damos cuenta como
sociedad de este problema?
Yo creo que es por los valores de la
familia que tenemos en España. Tradicionalmente, en
nuestro país, la familia es lo más importante que
hay en el mundo. Nos han inculcado que la familia
hay que mantenerla cueste lo que cueste, los lazos
que nos unen no pueden romperse y hay que
conservarlos sí o sí. En la sociedad, además, no
está bien visto que abramos nuestros temas de casa
hacia el exterior.
Tú has decidido compartir tu
historia porque insistes en que el silencio es el
mayor cómplice de la violencia contra las mujeres y
contra los hijos, ¿tú crees que se ha mejorado algo
en cuanto a no callar y avanzar en ese maltrato, no
ya de las mujeres, sino de los niños?
Sinceramente, yo creo que no. De
hecho, cuando existe una violencia de género, lo que
se hace es separar a la pareja, pero los hijos
siguen teniendo
un régimen de visitas con el maltratador.
Algo que, para mí, no tiene ningún sentido, porque
estás exponiendo a los niños pequeños al contacto
directo con el maltratador. Nos basamos en el
contacto cero de la pareja con el maltratador, pero
insisto, nos olvidamos por completo de los niños. No
hay un verdadero apoyo, una buena legislación que
los tenga en cuenta.
En tu opinión, ¿dónde debe
comenzar esa red de apoyo hacia los niños víctimas
de maltrato familiar?
Yo creo, de nuevo, que al ser un tema
tan silenciado -no debemos inmiscuirnos nunca en un
problema de pareja, porque es un asunto suyo y
privado-, gestionar la violencia familiar es muy
complicado. Más, por ejemplo, cuando la mujer sufre
violencia de género, que ya es de por sí difícil y
debe darse cuenta de las consecuencias que tiene a
su alrededor.
Yo, por ejemplo, lo veo en mi madre,
que mantuvo su relación con mi padre durante veinte
años, no podía salir de ella. Hay muchas mujeres
que no llegan a reconocer o darse cuenta del
problema real que están viviendo o que han vivido y,
por tanto, no pueden ver las consecuencias que esto
está teniendo en sus hijos. Desgraciadamente, en
este caso, los niños dependen de las decisiones que
tomen sus hijos y ahí estamos muy cojos. A no ser
que venga una entidad externa que nos haga darnos
cuenta de la situación, nada va a cambiar. Y
podríamos pensar en el colegio, por ejemplo, como
primera entidad con una relación estable con
nuestros hijos, pero en mi experiencia, los colegios
ni se daban cuenta ni le prestaban demasiada
atención.
¿Cómo fue esa experiencia tuya con
el colegio, lo sentiste como un refugio o una vía de
escape, o para nada fue ese el caso?
Al final, como hemos comentado, es
una situación que no se comparte y no se lleva al
colegio muchas veces. El niño o niña acaba por
normalizarlo, porque además es que no se percata de
la situación o del problema hasta la edad adulta,
que es cuando te fijas y piensas en las cosas. Es
algo que desentona con lo que viven tus amigos, por
lo que acabas ocultándolo y no se lo cuentas a
nadie.
Y al vivir todo esto, no darte
cuenta al principio, silenciarlo, ¿esto se puede
llegar a sacar de dentro y superar?
Sí, sí se puede, pero con mucha
terapia y al cabo de trabajar bastantes años. Tienes
que darte cuenta primero y encontrar la herramienta
más adecuada para tí. Con esto, se puede.
¿Es fácil darse cuenta de que
necesitas pedir ayuda para que te proporcionen esas
herramientas?
No, para nada. Cuando tú has crecido
en un entorno así, de maltrato continuo, tienes una
tolerancia ganada hacia tantas cosas, como la
violencia, que para tí es normal. Has crecido en ese
entorno, cuando sales y conoces otros, te sientes
víctima, pero ya está, no pides ayuda. Este
comportamiento es reflejo, en realidad, de todo lo
que has vidido durante los primeros años de maltrato
familiar.
En tu libro hablas de ‘formas
efectivas de sanar’ tras este maltrato infantil,
¿nos puedes contar cuáles son y a qué te refieres?
Sí, aunque las formas a las que me
refiero son siempre desde un punto de vista
personal, son las que a mi me han ayudado, con las
que he trabajado tanto en mi proceso como el que
utilizo para ayudar a los demás. Después de probar
muchas terapias, a mí la que me ha servido de verdad
es Qilimbic (Ester es terapeuta Qilimbic por
el Instituto de Creatividad de San Diego).
Lo que hacemos con ella es entrar en
el subconsciente, a todos esos momentos que han sido
traumáticos en tu vida y, con los recursos que esta
herramienta nos da -como
la hipnosis o el reprocesamiento cerebral-,
conseguimos liberar y neutralizar las emociones. Es
una técnica que, en parte, se utiliza con los
soldados que vuelven de la guerra y que están
traumatizados por la situación que han vivido. Nos
pasa lo mismo que a ellos, a ni vel consciente ya
sabemos lo que nos pasa y reconocemos la situación,
pero de vez en cuando llegan estímulos que nos
devuelven a aquél momento. Por eso, a veces hacemos
terapia de otro tipo y a nivel cognitivo lo
entendemos, pero seguimos sintiéndonos igual. Lo que
conseguimos con Qilimbic es, por ejemplo, que esas
emociones ya no duelan. Vamos abriendo capas de
nuestra historia hasta llegar a los impactos que se
nos han quedado guardados, liberamos esos
recuerdos para gestionarlos y cambiar lo que
sentimos hacia nosotros mismos y cómo nos
relacionamos con los demás por culpa de ello.
Por último, hemos hablado de
terapia, pero ¿y la legislación, está actualizada,
nos ayuda en este sentido?
No, en absoluto. Aquí podríamos
hablar largo y tendido. Yo ahora que soy madre me
doy cuenta (y, sobre todo, durante la pandemia) de
que son la última ficha en la que nos fijamos,
cuando son una parte fundamental de la sociedad.
Están completamente vendidos, porque dependen de
nosotros como adultos. Y si un niño no tiene los
recursos ni para darse cuenta ni para contárselo a
otra persona ni para pedir ayuda, “se lo tiene que
comer”. Ese es el problema real que tenemos ahora
mismo.