Mirari Artime
11 de junio 2022
Desatender las necesidades de un menor, abusar
sexualmente de él o ella, o física y
psicológicamente, son solo algunos de los ejemplos
de lo que es el maltrato infantil. Las reacciones a
ese abuso, además de las consecuencias más
inmediatas, pueden tener impactos de por vida e
incluso intergeneracionales entre los menores.
Según datos del Ministerio del Interior, en los
últimos años ha habido un drástico aumento del
número de menores de edad que han sido víctimas de
cibercriminalidad (de 1.023 casos en 2011 a 2.319 en
2018), de delitos sexuales (al pasar de 3.835 en
2008 a más de 5.000 en 2018) y de violencia familiar
(de 3.994 en 2008 a 6.532 una década después).
A
veces resulta difícil de identificar. «No existe un
'perfil único del niño maltratado' y no todos los
chavales y adolescentes que sufren violencia
experimentan las mismas consecuencias, porque hay
personas con una mayor resiliencia que otras y con
un mayor apoyo familiar que otros», explica Irene
Montiel, profesora de los Estudios de Derecho y
Ciencia Política de la UOC e investigadora del grupo
VICRIM-Sistema de justicia penal.
Aun así, más allá de los indicios físicos, algunos
cambios en sus comportamientos ayudan a contar con
pistas de la situación por la que atraviesan.
«Cambios bruscos del estado de ánimo o de sus
conductas, comportamientos y síntomas
psicopatológicos como ansiedad o depresión,
trastornos de conducta o actuaciones antisociales
nos alertan», detalla Montiel.
La
pandemia ha incrementado el maltrato infantil en
casi todas sus versiones. Según la Fundación Anar
durante el confinamiento estricto y las primeras
salidas aumentaron las llamadas por maltrato físico,
ciberacoso, engaño pederasta (grooming) y problemas
psicológicos de los menores, como la ideación o el
intento de suicidio (subieron un 244,1 %), las
autolesiones (crecieron un 246,2 %) y los trastornos
de alimentación (que se elevaron 826,3 %), además de
la depresión, la agresividad y la ira.
Detectar cualquier tipo de maltrato es importante
para el futuro del menor. «Si observamos que está
involucrado, como víctima o como agresor, en una
situación de violencia, sería necesario indagar
sobre su historia de victimización previa, es decir,
la violencia que ha sufrido anteriormente y abordar
el tratamiento y la recuperación para evitar que
vuelva a convertirse en víctima o en agresor»,
advierte la especialista.
«No obstante, se estima que el 90 % de los casos de
victimización en la infancia no se reportan a
ninguna autoridad ni servicio oficial, por lo que se
desconoce su magnitud real», alerta Montiel.
La
tecnología ya estaba implícita en nuestra vida, pero
con la pandemia y, sobre todo, con los
confinamientos, la vida social se trasladó a
internet. Como consecuencia, los problemas asociados
a la tecnología incrementaron al pasar de un 23,2 a
un 29,9 %.
Esta situación afectó en aspectos como el grooming,
el ciberacoso, la violencia de género, la
pornografía y la prostitución infantil, entre otros,
según la Fundación Anar. «En el ámbito de la
violencia en línea, en un sentido amplio, hasta el
61% de los niños de entre 12 y 17 años la sufre cada
año», detalla la investigadora.
«Las actividades cotidianas de los menores en el
ciberespacio constituyen un espacio conocido de
oportunidad criminal. El resultado es que los
jóvenes hiperconectados continúan siendo víctimas
ideales en ausencia de guardianes capaces que los
protejan de agresores con acceso a internet
motivados a hacerles daño», manifiesta.
«Son el grupo de edad más vulnerable a la violencia,
en gran parte debido a su falta de autonomía y su
situación de dependencia», añade. «Se ha demostrado
que la violencia interpersonal rara vez es un suceso
aislado, sino que tienden a experimentar más de un
tipo de victimización a lo largo de su vida, lo que
ha recibido el nombre de polivictimización»,
explica.
En
general, son las niñas las que reportan recibir más
maltrato infantil, un 69% ellas y un 29% ellos, y
los progenitores o los cuidadores son los
principales actores que ejercen la violencia con más
frecuencia. «Más del 80% de los casos son
perpetrados por personas de la familia de la
víctima, aunque no siempre los progenitores, y un
elevado porcentaje ha sido testigo de violencia
intrafamiliar», manifiesta. «Es especialmente grave,
pues este mismo entorno es el principal agente de
socialización lo que debería actuar como principal
garante de su seguridad y protección».
Atender y proteger
Los adolescentes que sufren violencia experimentan
una pérdida de confianza en sí mismos, en las
personas que los rodean y en su futuro. «El impacto
dependerá principalmente de las características
personales de la víctima, según su sexo, edad y
autoestima, del abuso y el agresor, es decir, la
duración, el grado de violencia y la relación
víctima-agresor, además de la reacción y el
comportamiento del entorno cercano, el grado de
apoyo y protección que cuente», detalla Montiel.
Existen numerosos estudios nacionales e
internacionales que revelan importantes
consecuencias negativas para la salud de estos
menores. «Cuantos más tipos de maltrato se
experimentan a lo largo de la infancia, más síntomas
se reportan en la adolescencia y la juventud, así
como en la edad adulta, y mayor es el riesgo de
deterioro psicosocial severo», indica.
Los menores maltratados tienen mayores posibilidades
de ser maltratadores en el futuro si no reciben la
atención y protección que necesitan. «La violencia
experimentada de forma directa o indirecta afecta
negativamente al desarrollo de vínculos seguros con
otras personas y de habilidades que inhiben el
comportamiento antisocial lo cual incrementa el
riesgo de que tengan conductas violentas hacia otras
personas».
Por ese motivo es especialmente relevante intervenir
con los afectados con el objetivo de frenar la
transmisión de la violencia y evitar que se
conviertan en perpetradores o nuevas víctimas en el
futuro. En opinión de la experta, «existen numerosos
estudios que afirman que hay predisposición a un
comportamiento delictivo si se ha sido testigo de
violencia familiar durante la infancia». La
prevención resulta, a juicio de la especialista, una
de las herramientas más eficaces y necesarias para
evitarlo.