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De los versos satánicos al 'Salmo del covid': blasfemia en
tiempos de coronavirus
600 insultos en español,
árabe, magrebí, inglés y hasta italiano. Todo ello en 24 horas. Eso es lo
que tardó en desatarse la tormenta contra una chavala de 29 años por incitar
a lavarse las manos
DE
ALGECIRAS A ESTAMBUL
YLIA TTOPER. ESTAMBUL
13 de mayo 2020

Un creyente musulmán leyendo versos del Corán durante el Ramadán. (EFE)
Puta. Perra. Hija de puta.
Burra. Que dios te maldiga. Que dios te castigue. Judía y cristiana, atea
maldita. Apóstata. Que dios te inflija los peores castigos. Que dios maldiga
el coño de tu madre. Maldito tu coño. Idiota. Los animales tienen más cabeza
que tú. Espera un poco, que te alcanzará tu justo castigo. Hija de hija de
perra. Arderás en el infierno por los siglos de los siglos. Dios nos
vengará. Que un cáncer te pudra la lengua. Que dios te mande el sida. Que
dios te mande el covid. Que dios te mande un cáncer, el covid, el
sida y la peste. Que la furia de dios caiga sobre ti. Que te
desfiguren el cuerpo. Cuídate con tu banda de cerdos, jabalita. Si vivieras
en mi ciudad, ya te habríamos dado tu merecido. Iré a buscarte, vivas donde
vivas, para arrancarte la lengua y sacarte los ojos, puta, hija de puta.
Podría seguir así páginas y
páginas: son 600 comentarios en español, árabe, magrebí, inglés y
hasta italiano. Todo ello en 24 horas. Eso es lo que tardó en
desatarse la tormenta después de que una chavala española de 29 años, nacida
en Cataluña, de padres magrebíes, publicara en las redes sociales un vídeo
de apenas un minuto de duración: sale ella, una sonrisa en la cara, rizos
indisciplinados y una corta túnica azul marroquí, encomendándose a dios para
recitar la 'sura del coronavirus'. Tiene una voz hermosa. Salmodia un texto
en árabe. Suena realmente a una lectura del Corán. Dice:
El salmo del covid
En verdad os digo, hermanos, en
verdad
que el virus, gran calamidad
llegó desde la China lejana con
nocturnidad
Lloraron los infieles ante su
crueldad,
gran plaga y mortal enfermedad
que no distingue entre criado,
rey o abad.
Vuestros hábitos abandonad, en
la ciencia confiad.
El pan vuestro de cada día en
casa amasad.
En vuestras habitaciones os
confinad.
Y vuestras manos con abundante
jabón lavad.
(Se echa jabón líquido a las
manos).
Amén.
Ella se llama Hakima. Y en 24
horas tiene 600 comentarios que le desean la muerte y otros castigos en este
mundo y en el más allá. Porque ha ofendido a dios, dicen.
Porque ha ofendido los sentimientos de millones de musulmanes. Porque les ha
faltado el respeto. Al Corán, a dios, a la religión hay que respetarla,
dicen. La religión no se puede ofender.
¿Que no se puede ofender? ¿Y por
qué, diganme, no se podrá ofender una religión? ¿Porque hay mucha
gente que cree en ella y tienen sentimientos que no deben herirse? También
había mucha gente que creía que Franco era
el salvador de España y no por eso dejaron de hacerse chistes con rima en
una marca de detergente. Solo faltaba que no pudieran hacerse caricaturas
del poder porque hay gente a la que ese poder le convence o le conviene.
He dicho poder. La religión es
un poder. No es un concepto espiritual de cada uno en su intimidad: impone
leyes. ¿Respeto? ¿Cuándo han respetado las religiones los derechos
de los no creyentes? ¿Cuándo ha respetado la Iglesia el derecho a
afirmar que la Tierra gira en torno al sol, cuándo ha respetado a las chicas
sin virgo, a las madres sin esposo, a los hombres con novio? Sabemos
cuándo: cuando la ciudadanía la ha despojado del poder de imponer su
ley. Cuando el Código Penal ha dejado de plegarse a las tablas del
obispo.
Que le digan a Hakima que su
religión —la religión de sus padres, aquella que le impusieron desde el día
que nació— la ha respetado, y le va a dar un ataque de risa. Si viviera en
Marruecos, en cualquier país que invoca el islam como
religión del Estado, sería el Código Penal el que le impondría leyes muy
similares a las que ha impuesto durante siglos la Iglesia en los territorios
bajo su poder. Como vive en España, se las impone la familia.
De la familia te puedes librar: te vas de
casa y asumes que no te volverán a dirigir la palabra. De lo que no te
puedes librar es de esa policía de la moral formada por los adolescentes del
barrio que se creen no ya con derecho sino con la obligación de
gritarte puta cuando te ven por la calle sin pañuelo en la cabeza, ese
pañuelo que señala que sigues perteneciéndoles, sigues siendo su
propiedad. Y si te ven en la playa en bikini, ya ni te digo. La playa a la
que van esos mismos adolescentes para ver a las cristianas en bikini: total,
son todas putas. Pero si te llamas Hakima, no puedes: tú
tienes que preservarte pura y casta para casarte con un musulmán, y es
responsabilidad del barrio entero vigilar que así sea.
El barrio. Hakima no ha recitado
la 'sura' del coronavirus porque tuviera ganas de provocar. Lo ha hecho como
gesto de solidaridad con Sanaa y con Amna, dos jóvenes magrebíes que llevan
una semana expuestas a campañas de linchamiento por algo mucho más banal:
haber compartido en las redes sociales el texto de la 'sura', simplemente el
texto, sin referencias al islam, sin encomendarse a dios ni al
diablo, sin ponerle voz. Un simple clic y un emoticono de risa. Lo
que probablemente usted haría, lector, si se encontrara en las redes mi
versión del salmo del covid.
Rima, tiene gracia, ¿no? Quién va a pensar mal.
Usted puede hacerlo, lector, y no pasará
nada. Tiene esta libertad. Yo lo he hecho y todavía espero el primer
comentario enfadado. Pero Sanaa y Amna son musulmanas y mujeres y esto las
convierte en blanco de la ira de cientos, miles, cientos de miles de
fervorosos creyentes que deciden sentirse ofendidos. Curiosamente, Djilou,
un 'youtuber' argelino residente en Francia que primero difundió el texto
(el autor permanece anónimo) no ha sufrido linchamiento. Es un hombre. La
furia se dirige contra ellas. Solo contra ellas. Los hombres pueden
pecar, todos somos pecadores, colega. Pero las mujeres no pueden:
son nuestras, son puras, son vírgenes, son propiedad privada de cualquier
musulmán. Hay que vigilarlas. Meterlas en cintura. Que no se escapen del
redil. Está en juego el honor de todos los musulmanes. Se empieza con la
blasfemia y se acaba follando por ahí. Puta.
A Amna, que vive en Túnez, la
policía le hizo llegar una citación judicial, advirtiendo que se le
había abierto investigación por “ofensa a la religión”. Habrá
juicio el día 28. (Sí, Túnez, el país con las leyes más liberales del mundo
llamado musulmán). Sanaa, que vive en Francia, no solo ha tenido que huir de
su barrio, porque se temía por su vida: le han tenido que poner escolta
policial. Y la campaña fue atroz. No solo le cerraron la cuenta, sino que le
abrieron otras varias, bajo su nombre, publicando “insultos contra el
islam”, para poder seguir con el escarmiento. Como siempre, solo la mitad de
los comentarios en las redes son insultos. La otra mitad son invitaciones a
los colegas a unirse a la fiesta y participar en la sádica orgía.
Sanaa no es un ejemplo aislado.
También Nao, hija de magrebíes, se tuvo que cambiar de barrio en una ciudad
en Francia tras haber publicado en las redes una foto fumando con 'hiyab' y
en bragas, a modo de protesta. Su instituto la expulsó. Por “islamofobia”.
A ella, la policía francesa no le puso protección: “Son asuntos vuestros”,
le dijeron. No haberse metido con el islam, debieron de pensar. Quién
te manda. El derecho de meterse con la religión, la suya, solo les asiste a
los franceses nacidos cristianos. Los que nacen musulmanes, a joderse.
El derecho a meterse con la religión
asiste a cualquier español. Nadie llevó a los tribunales a JL Martín,
durante décadas autor de la historieta semanal ¡Dios mío! en El Jueves. Solo
los nostálgicos del nacionalcatolicismo pidieron que a Javier Krahe se le
condenara a cárcel por cocinar un crucifijo. Fue absuelto.
No es, desde luego, mérito del
cristianismo. Ya sabemos lo que piensa el Papa (sí, sí, el papa
Francisco, el de la máquina de 'marketing' mejor engrasada de la
historia) de quienes se atreven a ofender una religión, cualquier religión:
lo dijo con ocasión del asesinato
de los dibujantes de 'Charlie Hebdo': “No se puede provocar, no se puede
insultar la fe de los demás. No puede burlarse de la fe. No se puede. Si
alguien dice una mala palabra de mi mamá, se puede esperar un puñetazo”.
La Virgen María es la mamá de todos los cristianos, interpreto. Y Dios es el
padre.
Pero lo
que piensa el Papa ya no va a misa en el no así llamado mundo cristiano.
Lo que piensa la policía de la moral musulmana, las pandillas de
adolescentes que buscan dar sentido a su vida insultando a toda chica que
ven por las redes, salvo que saque esa bandera blanca de la rendición que es
el 'hiyab' negro, sí va a misa. En el así llamado mundo musulmán y en el
resto. Aún me queda por ver un solo político de la izquierda española que
reivindique públicamente el derecho de los musulmanes a meterse con
su propia religión. Mucho felicitar el ramadán a todos los
creyentes, mucho emocionarse con lo hermoso que es llamar a la oración en
tiempos de confinamiento, pero ¿defender derechos? Ah, pero ¿los musulmanes
tienen derechos?
La 'sura' del coronavirus es una prueba de
algodón para la política española. La derecha lo tiene fácil: aplaudirá
el valiente gesto de Hakima porque es una excelente oportunidad de mostrar
lo intolerante y violento que es el islam. Y acto seguido seguirá
pidiendo la
dimisión de Rita Maestre por ponerse en tetas en una capilla o el
enjuiciamiento de las mujeres que montaron la procesión del Coño Insumiso en
Sevilla. Porque estos son nuestras capillas y nuestros valores sagrados,
dirán, aquí tenemos el derecho a quemar a nuestros herejes, y si los
musulmanes quieren quemar a los suyos, que lo hagan en sus países. Que
lapiden a Amna, que está en Túnez.
Eso es racismo a la antigua: lo
que importa es no mezclar las razas. No vaya a ser que Dios se confunda con
quién va a qué cielo.
La izquierda tiene dos opciones:
armarse de valor y decir, en voz alta, que los derechos de libertad de
expresión, laicismo y libertad de conciencia son innegociables e
invulnerables para toda persona, absolutamente toda -también para
Amna, Sanaa y Hakima- o dividir el mundo en dos bloques: Cualquier persona
tendrá derecho a la libertad de expresión salvo si es musulmana y, encima,
mujer. Entonces no. Entonces debe callar para no ofender a dios. Eso es
racismo 2.0.
La izquierda española haría bien
en fijarse en Francia. Allí, el rechazo de la derecha a 'los árabes',
primero, y el rechazo de la izquierda a criticar nada que hagan 'los
musulmanes', más tarde, se han combinado a la perfección para convertir a
millones de personas en una población que vive bajo leyes propias: las que
se irradian desde los países del Golfo en forma de soflamas de
telepredicadores con turbante inmaculado y barba impoluta. Y que
aplican palabra por palabra los nietos de la inmigración: primero en las
redes, que ya dominan por el simple volumen del griterío —puta, perra,
condenada, apóstata, te voy a matar— que se impone a cualquier otro
comentario. Y donde pueden, también fuera de las redes: en las calles de
esos distritos periféricos que fueron guetos para sus padres y abuelos,
humildes inmigrantes, y que son territorio conquistado para ellos,
adolescentes enrabietados y guiados
por imames que compiten para ver quién la tiene más larga. La barba,
digo.
España haría bien en fijarse en
las barbas del vecino. Y poner en remojo las suyas.
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