Existe la
tentación de presentarse ante David Bueno, genetista y divulgador
sobre neurociencia y educación, como si fuera un oráculo. Su
conocimiento de la complejidad del cerebro, y de la actividad de este
ante los diversos estímulos cotidianos, nos empuja a buscar en él las
respuestas definitivas a preguntas recurrentes en el campo educativo:
¿hay reñir a los niños? ¿Cómo hemos de conectar con los adolescentes?
¿Se han de estimular mucho los bebés? ¿A qué edad tenemos que empezar
a enseñar inglés? La neurociencia tiene una respuesta para la mayoría
de estas preguntas, pero Bueno nos advierte: "Poco diré que las
pedagogías no hayan concluido ya a partir de su trabajo de
ensayo-error. La sopa de ajo ya está inventada". Veamos pues.
¿Qué sabemos del cerebro que nos permita
aplicarlo a la educación?
En los últimos diez años hemos
desarrollado técnicas que nos permiten hacer seguimiento de qué zonas
del cerebro se activan en cualquier actividad. Esto nos permite
relacionarlo con cualquier cosa y, por tanto, con la educación.
Podemos identificar qué zonas se activan más en cualquier proceso
educativo, y de qué manera el cerebro es más receptivo a incorporar
conocimientos. A través de la motivación, por ejemplo. O también nos
ayuda a identificar cuáles son las mejores etapas para según qué
aprendizajes.
¿Cómo evoluciona el cerebro en la
primera etapa de la vida?
Entre los 0 y los 3 años se
hacen muchas conexiones en la parte superficial del cerebro: esto
quiere decir que el cerebro incorpora todos los condicionados del
ambiente que rodea al niño. Sin que el niño sea consciente de ello,
porque a esa edad la memoria no está desarrollada, interioriza el
ambiente. No recordará lo que ha vivido antes de los tres años, pero
si ha sufrido un ambiente de violencia estructural, su cerebro
desarrollará un patrón que difícilmente podrá cambiar: reaccionará a
la violencia generando más violencia o escondiendose de ella. Es lo
que se llama fight or fly.
Este determinismo es muy
desesperanzador.
Hay huir de conceptos como la
determinación, porque dos personas
sometidas al mismo ambiente pueden modular su cerebro de manera
diferente. Pero sí que te condiciona fuertemente. A un psicólogo le
puede costar años de trabajo revertir un problema de comportamiento
que una persona adquirió de pequeña en una sola tarde. Y de hecho no
lo revertirá: fortalecerá otras conexiones neuronales para que se
produzcan de forma más frecuente. La educación tiene un problema, y es
que cada uno nace en el ambiente que le toca.
Visto esto, ¿cuál es la importancia de
etapas como la educación infantil?
El 0-3 es clave, tanto si se
está en una guardería como en familia. Pero también la etapa de 4 a 7
años, cuando el cerebro hace conexiones entre la parte más superficial
y la más profunda, la de la memoria. Es aquí cuando es más fácil
aprender los procedimientos. Por eso a esta edad solemos aprender a
leer y escribir. Antes no sirve demasiado, y después, si te pasas esta
ventana, te costará mucho más aprender. Que de hecho es lo que pasa
con lenguas como el inglés: cuando se empiezan a estudiar más tarde es
mucho más difícil.
Hace poco publicamos
un artículo que defendía por qué no es necesario que tu hijo
aprenda a leer y escribir antes de los seis años.
Es exactamente esto. Antes de
los 6 años la parte lingüística no está suficientemente madura.
¿Entonces tiene sentido que empujamos a
los niños a leer y escribir antes?
Tiene que ver con la
satisfacción personal de los padres. Y a ver, no es malo siempre que
no interfiera en la maduración normal del cerebro. Más que escribir,
lo que tenemos que fomentar es que sepan manejar las manos: la
manipulación manual fina, se suele decir. Ya sea escribir, hacer
dibujos, geometría... Porque las neuronas que controlan esta
manipulación fina son las del habla y el lenguaje. Los que aprendan a
manejar los dedos de manera fina tendrán más facilidad para un
discurso complejo y elaborado. Por eso la asignatura de plástica es
tan relevante.
Ya que han identificado cuál es el
momento óptimo para aprender según qué, ¿han encontrado algún desfase
en los centros educativos? ¿Algún ámbito que impartimos cuando no
toca?
El método científico se debería
introducir antes. Se introduce en Secundaria, cuando el cerebro del
adolescente da más importancia a lo emocional que a lo racional. ¡Y
este método es eminentemente racional! Los que sí son racionales son
los niños pequeños. Los niños pueden pasar rato pegando con un objeto
contra el suelo, comprobando el ruido que hace. Son las repeticiones
propias del método científico. Ante esto, es mejor que les dejemos
hacer. No frenarles. Que experimenten.
¿Es también el momento de la
creatividad?
Lo es siempre, pero en esta
etapa es fundamental. Los humanos somos creativos por naturaleza, pero
la creatividad es máxima con los niños, porque no tienen ideas
preconcebidas. Para un niño una botella de agua puede ser un cohete.
Esto es creatividad. Aquí el error sería que los padres, viendo que le
gustan los cohetes, los compraran uno. ¡Que juegue con la botella! Las
neuronas están conectadas para hacer este ejercicio, y si le compran
el cohete le estarán mutilando estas conexiones. Es lo que llamamos
podaje exonal. Más que potenciar la creatividad, hay que evitar
mutilarla.
¿El planteamiento escolar mutila la
creatividad?
Los horarios, las asignaturas...
coaccionan. Pero claro, me resulta complicado pensar cómo se puede
hacer una enseñanza totalmente abierta, porque las escuelas necesitan
organización. Pero sí, el trabajo interdisciplinar, es decir, combinar
mates con inglés, por ejemplo, ayuda a hacer conexiones.
David Bueno, profesor de genética
en la UB y divulgador
Otra duda que suele asaltar en este caso a padres y
madres. ¿La estimulación temprana es recomendable?
Estimular es positivo, pero no sobreestimular.
Vaya. Pero ¿dónde pone la línea?
En la felicidad
del niño. Si es feliz, bien. Si se agobia, mal. Hay que fijarse, para
no ir demasiado lejos y generar estrés. También porque los niños
necesitan aburrirse. Es otro tipo de aprendizaje. Cuando te aburres
tienes tiempo para ser tú mismo: piensas, decides qué hacer. Las
personas que de pequeñas tienen tiempo para autoorganizar su tiempo
-al final aburrirse es esto- de mayores tienen mejores funciones
ejecutivas. Tomarán decisiones con más facilidad.
Seguimos con la estimulación. Las pantallas la multiplican. ¿Cómo lo
ve?
Estimulan mucho.
El cambio de imágenes es mucho más rápido que en la naturaleza. No
puedo decir que esto perjudique, pero sí que hay que ser responsable a
la hora de gestionar el tiempo de pantalla. No se puede vivir de
espaldas a la pantalla, pero sí se han de encontrar momentos por otros
espacios.
Pero -perdone que
insista- con los más pequeños da la sensación de que hay algo más en
las pantallas que los atrae. Como si se les activara un mecanismo
interno.
Es que la
pantalla entra a través de la vista y el oído, dos de los sentidos más
desarrollados en la interacción con el mundo. Y es una fuente
constante de novedades. Además, presenta situaciones que los niños
interpretan de forma creativa: cuando ven el
comecocos personalizan el juego, activan la parte social del
cerebro.
Esta parte del cerebro, la social,
¿cuándo se desarrolla?
Desde el
nacimiento. A un bebé le pones delante una cara o un objeto y seguirá
la cara. Está socializando. Constantemente estamos pendientes de
nuestro entorno. De hecho, para un niño, la mejor recompensa -un
elemento que forma parte de la educación- es el reconocimiento de sus
iguales, de su profesor, de quien sea. Una risa sana de los compañeros
es mucho más gratificante que sacar un 10. Una mirada de aprobación
del maestro o la madre es más gratificante que el helado que le
comprarán. Por eso también es importante no ridiculizar nunca a un
alumno. Algunos docentes pueden pensar que esto les estimula a
quererse superar, pero no. Nada más lejos de la realidad.
¿Regañar es negativo?
Se debe regañar en positivo.
Pasar del no lo has hecho bien al
puedes hacerlo mejor.
El refuerzo positivo.
Nada que la pedagogía no haya
repetido mil veces. La parte de la amígdala que detecta los peligros
se activa cuando recibe un input negativo; cuando el input es positivo
se activan también otras partes, como la de la creatividad (porque
buscas maneras resolver lo que ha motivado la reprimenda).
¿Y si la reprimenda es constante?
¿Llegará el día en que el cerebro dirá basta?
Es lo que llamamos apagón
emocional. Típico de la adolescencia. Es un fenómeno preconsciente, la
persona no decide. Después de un periodo de negativas -proveniente de
cursos anteriores, de la familia y otros entornos- el cerebro decide
que pasa. Son los alumnos que se sientan allí espatarrados. Ya llegas
tarde para motivarles. Han desconectado. Al inicio de la crisis me
preocupaba cuando los diarios publicaban que los jóvenes no
encontrarían trabajo. ¡No se lo digas así! Puedes decir que tendrán
que currar más, pero si no estás favoreciendo el apagón emocional.
Hagamos una pausa. Da la sensación de
que todo lo que me está contando corrobora lo que padres y maestros
siempre han intuido y comprobado por la vía de los hechos.
Es que la
neurociencia aporta algunas cosas nuevas, pero sirve sobre todo para
justificar por qué unas estrategias pedagógicas funcionan y otras no.
La motivación o el trabajo entre iguales activan el cerebro social y
el aprendizaje es más integral. Esto es así. Pero la neurociencia no
aporta la piedra filosofal de la educación. Un ejemplo:
La letra con sangre entra. La
neurociencia demuestra que sí, que cuando sufres dolor se te activa el
cerebro para aprender. Básicamente para así escaquearse de ese dolor.
Por lo tanto la frase es cierta. Otra cosa es que sea moralmente
aceptable.
Comentaba que en los adolescentes la
parte del cerebro más activa es el emocional. ¿Esto da validez a
planteamientos como el de la educación emocional?
La neurociencia demuestra que es
un factor importante, sí. Cuando la parte emocional del cerebro está
activada el aprendizaje es más completo. Las áreas que activas
racionalmente son menos. Pero esto no sólo en adolescentes, sino en
todas las etapas. En la universidad siempre intento empezar la clase
llamándoles la atención con algún recurso. Funciona mucho hablar de
una persona, porque les activa el cerebro social. Saber que un
científico dijo algo o falseó unos datos les llama la atención. Les
engancha.
Otra pregunta que no puedo dejar de
hacerle es sobre las drogas. ¿Cómo afectan al cerebro de los jóvenes?
Son mucho más perjudiciales de
lo que socialmente estamos dispuestos a aceptar. ¿Pero mucho, eh? El
alcohol mutila conexiones, aparte de generar adicción. Y la marihuana
altera la percepción que los tienen del mundo y, si su consumo se
mantiene constante, puede acabar provocando psicosis. Dificultan
cualquier aprendizaje. Además, ha habido casos de adolescentes que
dejan de fumar y los problemas les salen más tarde. El cerebro puede
quedar irreversiblemente tocado.
He hablado con educadores sociales que,
a pesar de no negar los efectos, me dicen que de poco va a servir que
les proyectamos estos temores, porque muchos ya han hecho este
apagón emocional.
Cierto. Y además la adolescencia
es la etapa del riesgo. Se busca romper límites. Si les das como
argumento el daño que les causará, a veces este riesgo puede
estimularles.
Entonces, ¿qué nos queda?
Lo ideal es que no tengan la
necesidad de entrar en este mundo. Mantener su cerebro activo en otras
cosas. A veces entran en ello buscando novedades, porque esto forma
parte de la actividad de nuestro cerebro. Pues dales novedades a
través de otras formas lúdicas: centros recreativos, teatro, deportes.
Incluso de riesgo: llevarles a escalar al monte es un riesgo, pero les
llena.
Hablemos de horarios escolares, sobre
los que hay un debate polémico. ¿Qué puede aportar la neurociencia al
debate de los horarios?
Poca cosa, siempre que el
aprendizaje que intercale zonas intensas con otras más lúdicas. Lo
importante es que la escuela no ocupe la mayor parte del día: que
tengan tiempo para el ocio. Otra cosa es poder conjugar una jornada
más corta o compacta con las necesidades sociales y laborales.
La jornada intensiva hace que los
adolescentes empiecen muy temprano. Tengo entendido que esto va en
contra de sus ritmos.
Efectivamente. En
Secundaria les hacemos empezar temprano, a las 8 h, cuando deberían
hacerlo después, sobre las 10 h. Su cerebro hace un cambio horario y
por la noche son mucho más activos.
Eso es todo. Tengo la sensación de que me voy con pocas grandes
novedades pero sí con más certezas.
Es que la sopa de
ajo ya está inventada. Las pedagogías funcionan. Lo que podemos hacer
nosotros es señalar que hay procesos que se pueden optimizar, y que
hay cosas que es mejor que no hagamos. Como por ejemplo, cuando la
LOMCE limita las artes plásticas y la música podemos decir que no, que
tenemos que ir al revés, que estas áreas activan zonas del cerebro
importantes para otros aprendizajes.