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Entrevista
Inger Enkvist: “La nueva pedagogía es un error.
Parece que se va a la escuela a hacer actividades, no a trabajar y estudiar”
Cristina Galindo
Redactora de economía de El País

Evan Pantel
24 de julio de 2018Lleva más de cuatro
décadas dando lecciones, tanto en el ámbito universitario como el del
instituto. Una experiencia que ha servido de espoleta para sus
investigaciones sobre el arte de enseñar. Esta catedrática emérita de
español en Suecia aborrece la llamada “nueva pedagogía”, que otorga más
iniciativa a los alumnos en el aula, y defiende una enseñanza más
tradicional. La tarea principal de la escuela debe ser, según ella, dar una
base intelectual a los ciudadanos.
EL SILENCIO REINA en la calle adoquinada en la que
reside Inger Enkvist en Lund, una de las ciudades más antiguas de Suecia,
con una de las universidades más importantes del país nórdico. Nadie diría
que a pocos minutos andando está el centro urbano. Esa calma llega hasta el
interior de su apartamento, un entresuelo con grandes ventanales y un
jardín trasero comunitario. Su despacho, luminoso y lleno de libros, es un
reflejo de su idea de cómo hay que entregarse a cualquier tarea intelectual:
con orden, concentración, siguiendo unas normas…, leyendo.
Mientras la mayoría de los expertos educativos
cuestionan la utilidad que tiene memorizar datos en la era de Google y
abogan por terminar con las hileras de pupitres, las asignaturas y dar más
libertad a los alumnos, Enkvist (Värmland, Suecia, 1947) defiende la
necesidad de volver a una escuela más tradicional, donde primen la
disciplina, el esfuerzo y la autoridad del maestro. Su punto de vista
cuestiona los postulados de esa nueva pedagogía, pero también se distancia
de aquellos que creen que la escuela es una fábrica de alumnos en serie y
que debe centrar sus esfuerzos en competir con otros centros para ascender
en las clasificaciones mundiales.
Comenzó su carrera educativa como profesora de
secundaria y ahora es catedrática emérita de español en la Universidad de
Lund. Ha centrado su investigación en la obra de Mario Vargas Llosa y Juan
Goytisolo, y ha escrito ensayos sobre José Ortega y Gasset, Unamuno y María
Zambrano. Ha publicado varios libros sobre pedagogía —como La buena y
la mala educación (Encuentro, 2011)— y cientos de artículos, además de
haber asesorado sobre la materia al Gobierno sueco. Sentada en el salón de
su casa, Enkvist conversa en español sobre cómo cree que deberían ser las
escuelas, mientras bebe un zumo de bayas servido con una jarrita de barro
recuerdo de Segovia. Hablando con ella no cuesta nada imaginársela en su
colegio, de niña, sacando muy buenas notas.
¿Cómo recuerda su escuela? Era
pública y tradicional. No tengo malos recuerdos. Quizás había algunas clases
aburridas, pero así es a veces la vida. Los alumnos llegaban a su hora y no
había conflictos con los profesores. Suecia me dio una educación gratuita y
de calidad.
“El nuevo desafío es controlar
el acceso al móvil. Los colegios hacen bien en prohibirlo y los padres deben
vigilar su uso en casa. Deben saber decir que no”
Los tiempos han cambiado. ¿Sigue valiendo la
disciplina de entonces? La relación entre padres e hijos se basa
más que nunca en las emociones. Tenemos una vida más fácil y queremos que
nuestros hijos también la tengan. Pero la escuela tiene que ser consciente
de que su tarea principal sigue siendo formar intelectualmente a los
jóvenes. La escuela no puede ser una guardería, ni el profesor un psicólogo
o un trabajador social.
¿Cuál debe ser la finalidad de la enseñanza
infantil? Debe ser muchas cosas, pero su tarea principal es dar una
base intelectual. Dar conocimientos a los jóvenes, prepararlos para el
mercado laboral, trasmitirles una cultura y proporcionarles una idea del
orden social, porque la escuela es la primera institución con la que se
encuentran los niños y es importante que vean que hay unas reglas, que el
maestro es la autoridad y que hay que respetarlo tanto a él como a los
compañeros.
Pero la tecnología hace más difícil controlar
a unos niños hiperestimulados. Siempre ha habido dificultades en el
aprendizaje. Hace 50 años era que había que andar una hora para llegar al
colegio o proporcionar comidas nutritivas. Hoy se trata de la enorme
cantidad de estímulos. El nuevo desafío es controlar el acceso al móvil y al
ordenador para que se concentren. Las escuelas que prohíben el móvil hacen
bien. En casa, los padres deben vigilar el tiempo de uso de la tecnología.
Prohibir es muy difícil porque se crean conflictos, pero un padre moderno
debe saber decir que no. Debe resistir.
Hay pedagogos que afirman que la escuela
tradicional es aburrida y educa a niños sumisos, y que hay que aprender a
aprender. La escuela es un sitio para aprender a pensar sobre la
base de los datos. Lo de insistir en aprender a aprender sin hablar
antes de aprendizaje es una falsedad, porque no podemos pensar sin
pensar en algo. Sin datos, no hay con qué empezar a pensar.

Inger Enkvist, en el estudio de su casa en el centro de Lund (Suecia).Evan
Pantiel
¿La escuela no debería ser un lugar donde
pasarlo bien? La satisfacción de la escuela debe estar vinculada al
contenido: entrar en una clase y que te cuenten algo que no sabías. Pero hay
que saber que para entender algo nuevo hay que hacer un esfuerzo. Además, es
fundamental que el maestro nos enseñe a leer y también cómo comportarnos. Es
imposible aprender bien sin que haya orden en el aula. Esa es la base
principal: comportamiento, lectura y aprecio por el conocimiento.
¿Qué opina de la tendencia de poner cojines
en el aula para que se tumben los alumnos? Eso es engañar a los
jóvenes. Para aprender a escribir, un niño tiene que sentarse bien, mirar
hacia delante, tener hoja y papel, concentrarse… Aprender puede ser un
placer, pero, insisto, requiere un esfuerzo y un trabajo. Hay que decírselo
a los niños. Si no, les estamos engañando. Tocar el violín, por ejemplo, no
es fácil. Requiere mucha práctica. Los estudios del psicólogo sueco Anders
Ericsson mostraron que se necesita un esfuerzo prolongado para mejorar en
cualquier cosa. Para ser bueno en algo tienes que dedicarle 10.000 horas. Y
hay que hacerlo de forma consciente y trabajar con un maestro. Su
investigación avala la idea tradicional de una escuela basada en el esfuerzo
del alumno bajo la dirección de un profesor.
Algunos dicen que no hace falta memorizar
porque todo está en Google. Esa es otra falsedad. Google es un
instrumento genial. Es de gran ayuda a los adultos, porque sabemos lo que
buscamos. Pero para quien no sabe nada, Google no sirve de nada. Hay
intelectuales que andan por ahí diciendo que estudiar geografía no les fue
útil. Creo que se han olvidado de cómo y cuánto aprendieron en la escuela.
Afirmar tales cosas es una falta de honradez con los jóvenes. Y minusvalorar
la importancia en sí de la vida intelectual del alumno.
¿En qué consiste la nueva pedagogía que
critica usted? La nueva pedagogía es un pensamiento que se ve por
todas partes en Occidente. Suecia lo puso en marcha en los sesenta.
Consiste, por ejemplo, en la poca gradación de las notas, por lo que muchos
piensan que para qué estudiar mucho si no se va a reflejar en el expediente.
Se da mucha importancia a la iniciativa del alumno, se trabaja en equipo y,
mientras desaparecen los exámenes, aparecen los proyectos y el uso de las
nuevas tecnologías. En general, parece que se va a la escuela a hacer
actividades, no a trabajar y estudiar. Se da más énfasis a lo social que a
lo intelectual. En España esa tendencia empezó a llegar más tarde, con la
LOGSE en 1990. Creo que es un error. Por una parte, los alumnos con más
capacidades no desarrollan todo su potencial y, por otra parte, los que
tienen una menor curiosidad natural por aprender no avanzan. Además, muchos
gustos son adquiridos, como la historia, la lectura o la música clásica. Al
principio pueden resultar aburridos, pero, si alguien insiste para que
tengamos una primera toma de contacto, es posible que acaben gustándonos.
Ahora muchos jóvenes eligen sin haber conocido y, claro, eligen lo fácil.
España es uno de los países de la OCDE que
más horas dedican a los deberes. ¿Sirven de algo? Cuando la jornada
es muy larga, como en España, no tienen sentido. Si un estudiante está
cansado, poner deberes no mejora su rendimiento. Hay que buscar un número
óptimo de clases por la mañana, cuando está más despierto, darle un tiempo
de descanso y, por la tarde, quizás una tarea de repaso de lo que ha hecho
durante ese día. Un buen ejemplo es Finlandia, donde los alumnos entran a
las ocho de la mañana y salen a las dos de la tarde, incluido el almuerzo;
salvo los jueves, que salen a las cuatro de la tarde.
De niña era usted una gran lectora. ¿Cómo
despertar ese placer si un niño no está interesado? Era una lectora
compulsiva. Nadie tuvo que insistir para que cogiera un libro. Pero hay
niños que lo necesitan. Quizás al principio hay que forzarles un poco,
animarles para que se conviertan en lectores de ocio. ¿Cómo se hace eso
desde la escuela? Comprar buenos libros para la biblioteca y recomendar uno
cada viernes. Un alumno puede contar lo que ha leído esa semana. Hacer
pequeñas competiciones para ver quién ha leído más. Medir cómo aumenta su
vocabulario. Y explicar que la lectura les permitirá, cuando sean adultos,
desenvolverse mejor. Si los alumnos empiezan a leer, casi todos van a
descubrir que es un placer. Pero necesitan horas. Se calcula que en la
mayoría de los países se dedican 400 horas en primaria al aprendizaje de la
lectura. Para ser un buen lector hacen falta 4.000 horas. Es imposible
encontrar tanto tiempo en clase. Tienen que hacerlo en casa. Lo que pueden y
deben hacer los padres es leer con sus hijos: apoyar la lectura y servir
ellos mismos de modelo.
“Lo que las pruebas PISA no revelan es si hay un buen ambiente en el aula, se inculcan buenos principios de trabajo
o se enseñan bien las humanidades”
Pero las humanidades están perdiendo peso. Se dice que el
mañana estará dominado por la tecnología y las ciencias naturales, y que lo
histórico no es importante. Además, las pruebas PISA [exámenes organizados por
la OCDE que evalúan las competencias de alumnos de 15 años en ciencia,
matemáticas y lectura] no tienen en cuenta las disciplinas humanísticas porque
es difícil comparar esos conocimientos entre países, así que la voluntad de
competición les lleva a poner más énfasis en las materias que entran en PISA y
descuidan las demás. Tanto en la escuela como en la familia se debe dar más
énfasis a las humanidades.
¿La visión de PISA es la de una escuela que
debería funcionar como una empresa? La OCDE es una organización
económica y analiza la educación desde esa perspectiva. Lo que PISA no
revela es si hay buen ambiente en el aula, si se inculcan buenos principios
de trabajo, si se enseñan bien las humanidades, las ciencias sociales, las
materias estéticas como el arte y la música, que son esenciales. PISA
es una prueba muy específica que analiza algunas cosas. Las escuelas y los
países deberían defender que ellos ofrecen mucho más que eso.
En sus libros señala a Finlandia como uno de
los grandes modelos. La educación de Finlandia ha sido tradicional,
aunque hace dos años el Gobierno puso en marcha un programa más parecido al
de Suecia, porque mi país tiene un rendimiento escolar inferior, pero
disfruta de un comportamiento económico superior y ha creado empresas
tecnológicas como Spotify y Skype. El Gobierno finlandés parece pensar que
con un poco de desorden sus colegios serán más creativos. No lo creo.
¿Finlandia era tradicional? No hay exámenes
en la educación obligatoria ni los había antes de esa reforma que menciona. Hay
que repensar la fobia a los exámenes. El examen ayuda a centrarse en un
objetivo. Que tal día tienes que saber estos conocimientos. Un buen profesor
enseña cosas a los alumnos, repasa con ellos y les pone algunas pruebas. Y
construyen otras enseñanzas sobre lo ya aprendido, así que esos
conocimientos vuelven a salir más adelante. No pone un examen sobre algo sin
importancia. Con las reválidas pasa lo mismo. Son una meta clara. Ayudan a
tener una visión global.
En Finlandia no se compara tanto a los
colegios, algo habitual en España. ¿Es así? En Finlandia siguen con
la tradición de confiar en sus profesores. Cuando hay un control estatal del
rendimiento y se hacen comparaciones entre las escuelas, el ambiente se
enrarece. Para los profesores, genera estrés y rencor hacia quien te
controla.
¿Cómo debe ser un buen
profesor? Responsable y bien formado. Debe creer en el poder del
conocimiento. Uno no es buen profesor solo por lo que sabe de la materia, ni
solo porque sabe ganarse a los alumnos. Hay que combinar ambos elementos:
atraer a los alumnos a la materia para enseñarla adecuadamente. Hay que
reclutar a profesores excelentes en los que puedan confiar alumnos, padres y
autoridades. Y a no ser que haya una situación grave, debemos dejarles
trabajar.

Evan Pantiel
¿Cómo ha sido su experiencia en clase? El
alumno tiene que respetar las indicaciones del profesor, hacer las tareas y,
por ejemplo, no mentir. Antes, mentir era muy grave. Ahora parece que no
pasa nada. He visto a jóvenes que se inventan motivos para justificar por
qué no han hecho un trabajo, que escriben de forma poco legible para generar
dudas o discuten todo el rato con los profesores. Sé lo desagradable que
resulta que un alumno intente mentirte. Lo he visto, en el instituto y en la
universidad. Cuando un profesor siente que no se le respeta, que intentan
engañarle, se rompe toda relación de enseñanza.
¿Qué hacer con los niños que molestan y no
dejan trabajar a los demás? Eso es un tabú. Se considera poco
democrático. Se dice que hay que dar una oportunidad a todos. Pero ¿qué pasa
cuando un niño conflictivo no deja trabajar a los demás, cuando se ha
hablado con él y con los padres pero no rectifica? Hay que ponerlo en un
grupo aparte a ver si así se da cuenta y cambia.
¿Y los niños que se esfuerzan, pero no llegan
al nivel? Se les puede dar clases de apoyo. Y ofrecer itinerarios
diferentes, como ocurre en el caso de Singapur.
¿Y repetir curso? Hacer repetir a un
niño a veces sirve y a veces no, porque cada uno es diferente. A mí me gusta
el sistema de Singapur, donde el lema es que cada niño pueda llegar a su
nivel óptimo. Para ello hay diferentes formas de conseguirlo: una vía
digamos normal y otra vía exprés. La segunda incluye más contenidos en menos
tiempo. Algunos dicen que es menos democrático, pero yo creo, al revés, que
es más democrático porque conviene al niño, a la familia y al Estado. Y hay
menos abandono escolar, un problema mucho más grave.
¿No se aprende también por imitación? Es
decir, ¿los adelantados pueden tirar de los que se quedan atrás? Funciona
cuando el grupo tiene de media un buen nivel y un buen profesor. Y si los
que se tienen que integrar son pocos y quieren hacerlo. Si no, lo que suele
pasar es que los que no quieren trabajar arrastran a los demás.
El bilingüismo que combina el inglés y el
español prolifera en los colegios españoles. ¿Habría llevado a sus hijos a
una de estas escuelas? Primero, analizaría otras opciones. Aprender
inglés está bien, pero hay que preguntarse qué dejamos de aprender de otras
materias. Tengo dudas. Creo que se puede aprender bien inglés con algunas
horas de clase sin sacrificar otros conocimientos, como por ejemplo las
ciencias. En Suecia no se empieza con el inglés hasta los 9 o 10 años.
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