Caso
Gaztelueta
La
víctima, que sufrió abusos con 12 años, se querella contra su
preceptor
El Papa investiga
un caso de pederastia en un colegio del Opus Dei en Vizcaya
Francisco, en una
carta remitida a los padres de la víctima, que ya es mayor de edad, le
anuncia que ha pedido que se instruya juicio canónico al educador
denunciado y al centro escolar
- PEDRO SIMÓN
- LEIOA
(VIZCAYA)
02/10/2015
"Era cerrar la
puerta del despacho y bajar las persianas. Si yo quería salir de allí
no podía". Así relataba el niño el inicio del horror: tocamientos,
masturbación, agresiones sexuales... Hoy es mayor de edad y ha
interpuesto una querella criminal contra el educador que le hizo todo
aquello. Sucedió durante el curso 2008/2009 en el Colegio Gaztelueta
que el Opus Dei tiene en Leioa (Vizcaya). Esta es la historia de unos
renglones apresurados y una misiva de vuelta: la del Papa que ha
abierto una investigación.
No es sólo que al
chico de 12 años su profesor se lo llevara al despacho para colmar sus
más bajos instintos sexuales; que lo retuviera dos o tres veces por
semana -cuenta-, por espacio de casi una hora. No es sólo que el
educador le enseñara fotos de mujeres desnudas y le instara a
masturbarse; que el maestro en quien confiaba ciegamente le sometiera
a tocamientos de todo tipo.
No es sólo eso.
Es lo que hoy
queda de aquel chaval tras aquella experiencia feroz: con "tendencia
al aislamiento", incapacitado "para llevar una vida normal", el
psiquiatra que corrobora su historia certifica que la víctima "se
siente reducida a un objeto". Elijan uno cualquiera. Y rómpanlo. Eso
es el chico.
Ahí está la resaca
de la pesadilla: seis años después -por las noches-, se le sigue
apareciendo el profesor.
(...)
Ocurrió como en
una película sórdida durante el curso 2008/2009. Los hechos descritos
tuvieron lugar supuestamente en el prestigioso Colegio Gaztelueta
que el Opus Dei tiene en la localidad vizcaína de Leioa
(Vizcaya). El ex alumno, que ya ha alcanzado la mayoría de edad, ha
presentado una querella criminal en los juzgados de Getxo contra el
preceptor (la persona encargada de guiar su proceso
formativo a través de una formación humana en valores, en la
terminología de la prelatura) por agresión sexual, abusos sexuales y
contra la integridad moral.
"Era cerrar la
puerta del despacho y bajar las persianas. Si yo quería salir de allí
no podía (...). Me enseñaba fotos de chicas en bikini o desnudas. Y me
decía: 'Fíjate en esta chica, mira qué buena está' (...) Me tocaba los
muslos, la espalda, la tripa, y alguna vez, para enseñarme las notas
en el ordenador, me exigía ponerme encima de sus rodillas y yo notaba
algo duro debajo de mí (...). Hubo una cosa que no me he atrevido
jamás a decir, ya que no es plato de buen gusto comentar esto...".
El resto de los detalles del relato (los
omitimos por su contenido explícito) los conoce el propio Papa
Francisco, quien, en una carta escrita de su puño y letra para
contestar a los padres (y a la que ha tenido acceso EL MUNDO), anuncia
que el Vaticano va a llegar hasta el final del escándalo.
Es una sencilla postal
navideña. En el remite del sobre, una dirección y una inicial: F.
Dice así: "De mi mayor aprecio en Cristo: Le
agradezco su carta y la documentación adjunta. Lo primero que me viene
decirle es que, por favor, me sienta cercano con mi oración. Es muy
dura la cruz. Pido para que el Señor le ayude a llevarla. Además, hoy
mismo [la misiva está fechada a finales de diciembre de 2014] envío la
documentación a la Congregación para la Doctrina de la Fe para que
instruyan el juicio canónico al educador y al colegio pero sin
molestar al chico. Quedo a su disposición. A usted y a su familia le
deseo un santo y esperanzador año 2015. Que Jesús los bendiga y la
Virgen Santa los cuide. Y, por favor, no se olvide de rezar y hacer
rezar por mí. Fraternalmente. Francisco".

La diligencia del pontífice desde Roma contrasta con
la tibieza de la justicia en España
En efecto, el caso
del menor tuvo eco en los medios en 2012; en 2013 la familia decidió
poner los hechos en conocimiento de la inspección educativa y de la
Fiscalía del País Vasco; el Ministerio Público abrió entonces
diligencias de investigación para terminar archivando el asunto; y fue
en ese momento -como último recurso- cuando el padre de la víctima le
escribió al Papa Francisco denunciado los hechos.
Las novedades en el asunto
tienen una repercusión doble. No sólo porque la querella amague con
reabrir el caso en sede judicial. Sino, sobre todo, porque la
respuesta personal y contundente de Bergoglio -arrojando luz con una
investigación- da a entender la gravedad de lo ocurrido y dota de
verosimilitud a un episodio oscurísimo al que desde el propio colegio
han quitado credibilidad.
"Al principio estaba a gusto en
clase, pero a partir de cierto momento, todo se empezó a torcer.
Empezaba a comportarse de manera más extraña de lo habitual. Me
ofrecía Kit-Kat's, que yo normalmente rechazaba, pero cuando los
aceptaba me los daba rozándome la mano. Me preguntaba mucho sobre mi
vida social y mis salidas por Bilbao con mis amigos. Siempre quería
saber más sobre mí y mi vida personal. (...) De mi familia llegó a
decir que no les hiciese caso en nada, que todos mis problemas o
consejos que quisiera pedir, acudiese a él. (...) A partir de ese
momento empezó a preguntarme por mi vida sexual".
Les estamos contando la historia
de un chaval con una infancia normal, con un desarrollo académico
normal, con una salud mental normal. Eso sí, hasta que llegaron 1º y
2º de ESO y la preadolescencia se volvió viscosa.
"Me preguntaba que si me
masturbaba, yo contesté que no, él me respondió diciendo que el resto
de amigos sí lo hacía, que por qué yo no, que era bueno y que me iba a
gustar. Yo no respondí, ya que no sabía qué hacer ni cómo actuar".
Fue en 2010 cuando en casa se
dieron cuenta de que algo estaba ocurriendo. Una mañana. Un aparatoso
ataque de pánico. El niño que no puede ni subirse al autobús. Es el
autobús que le va a llevar al colegio: en el colegio le espera el
preceptor.
"Era cerrar la puerta del
despacho y bajar las persianas. Si yo quería salir de allí no podía."
Y después, la caída al vacío.
(...)
El alumno de Gaztelueta comienza
a no querer ir al centro, a generar un rechazo somático a acudir a las
clases, su rendimiento se desploma, tiene movimientos de tipo
compulsivo, no duerme, vive en estado febril, en casa pide que le
cambien de colegio, necesita ayuda y -cuando por fin se atreve a
pedirla- todos los caminos le devuelven a su profesor: que hable con
él, que confíe en su guía espiritual: el preceptor.
A estas alturas del curso, el
alumno ya es presa fácil por partida doble.
Por un lado es presa del
profesor que le está triturando a diario. Por otro lado es presa de
sus compañeros. Que se ríen de él. Que le llaman gay. Que bromean
sobre el tiempo que pasa con el preceptor en su despacho. Y que
incluso, una vez que se cambie de colegio [lo que terminó haciendo],
le seguirán amenazando a través de las redes sociales: "Queremos
hacernos pajas contigo y vamos a ir a tu casa a follar contigo y con
tu madre". "Si cuentas algo, te vamos a arrancar los ojos, te vamos a
tirar de un quinto piso y a rajar".
Por cosas como ésta que acaban
de leer sus padres pensaron al principio que aquel shock postraumático
(a mansalva con el Lorazepan, a mansalva con la Paroxetina) era fruto
de un episodio de acoso escolar.
Por cosas como la que van a leer
a continuación, se dieron cuenta de que era más que eso.
"Me dijo de sentarme en la
silla, me puso una estufa delante y, como tenía mucho calor, me dijo
de quitarme la camisa. Me la quité y acto seguido me empezó a tocar
por todo el cuerpo rodeando la silla donde estaba (pecho, cuello,
brazos, muslos, piernas...)".
Todo está en la querella
criminal presentada en el juzgado de Getxo, donde la familia confía
(esta vez sí) en hallar justicia sentando en el banquillo al hombre
que les destrozó al hijo.
A pesar de que ha mejorado desde
entonces, arrastra un "comportamiento fóbico": no le van a ver por la
calle. Sólo en casa se siente seguro.
(...)
Siempre según la querella
interpuesta hace tres meses, el colegio "mostró al principio
comprensión" con la víctima. Así fue en junio de 2011, cuando la
institución aseguró que
el profesor "había reconocido todas las acusaciones".
"Estos hechos fueron calificados
por los responsables del centro como 'conducta muy grave'". "La única
justificación dada por el docente fue que 'quería fortalecer su
carácter'". La solución tomada entonces [seguimos leyendo la querella]
fue "apartarlo" [al profesor] del centro: a Inglaterra. "Para mejorar
sus conocimientos de inglés."
Puestos en contacto con el
colegio Gaztelueta, la dirección aseguró varias cosas: que el docente
ya "no es empleado" desde agosto de 2011, que el profesor se fue de
"excedencia de un año para estudiar idiomas en el extranjero", que "al
finalizar ese periodo, decidió no reincorporarse al colegio por toda
esta situación, que se le dio al asunto "la importancia que requería",
que "se inició una investigación exhaustiva (...), pero no se
evidenciaron pruebas sobre las acusaciones". Y más: "El Papa Francisco
es una persona muy querida, y siempre vamos a secundar sus deseos".
Pero hablemos del chaval.
Tiene sentimientos de "culpa y
humillación". "Periódicamente se produce el derrumbe de su
subjetividad, de su ser, que se manifiesta en el conjunto de síntomas
que sufre. El paciente se siente reducido a un objeto sometido a la
voluntad caprichosa de otro. En esta indignidad -ser tratado como
objeto y no como sujeto- consiste el traumatismo del que padece las
secuelas".
Un tipo en estado comatoso, con
dificultades para relacionarse, medio ido, como ese boxeador al que le
han zurrado de más. O un jarrón. Roto. No hay modo de contar los
pedazos.
(...)
La semana pasada, en una misa
ante los obispos estadounidenses, el Papa volvió a invocar un "nunca
más" contra los "crímenes" de la pederastia.
El chico de esta historia ya se
ha cambiado de colegio, de ciudad, de amigos, de piel y quién sabe si
hasta de religión. De lo que no se ha cambiado es de pasado.
De aquel pasado de
pasillos estrechos, de padrastros mordidos y de oscuros silencios.
Porque hay cosas
que no hemos contado y que sólo soporta leerlas un juez o un
psiquiatra.
O un Papa.