‘No dejéis que
los niños se acerquen a él’
Antonio Avendaño
/ 27 ago 2015

El cura Ignacio Mora, acusado de abusos a menores y ahora destina o
en Espiel.
A la Iglesia le
cuesta dejar de ser la Iglesia. La inercia de toda institución suele
ser directamente proporcional a su miedo: cuanto más miedo tiene a
perder poder, influencia, identidad, futuro… más se resiste a enterrar
sus viejos tics, sus prejuicios, sus costumbres, sus pecados. La
Iglesia lleva tantos siglos mirando hacia otro lado en la tenebrosa
cuestión de los abusos a menores que le cuesta Dios y ayuda
hacer otra cosa distinta que mirar hacia otro lado. Ni aunque
así se lo demande el nuevo papa Francisco. Los pontífices pasan pero
las tradiciones permanecen.
Cuando, en abril
pasado, el sacerdote Ignacio Mora fue apartado de la parroquia de
Villanueva del Duque tras su arresto por la Guardia Civil acusado de
un delito de abusos sexuales a una niña de 10 años, el Obispado de
Córdoba hizo lo que, antes de la irrupción de la teoría de la casta,
venían haciendo todos los partidos políticos cuando cogían a uno de
los suyos con las manos en la masa: condenar genéricamente el pecado,
abstenerse de pronunciar el nombre del pecador y enviarlo
sigilosamente a un destino lo más discreto posible.
PAROLE, PAROLE,
PAROLE
El Obispado dijo
que lo que se esperaba que dijera: “La Iglesia tiene mucho interés en
defender, proteger y salvaguardar todos los derechos de los menores y
establece el criterio de tolerancia cero para los casos de abusos”. Y
añadía: “Desde el momento en que las autoridades nos han notificado la
detención de este sacerdote, el Obispado ha manifestado a los órganos
competentes su voluntad de leal colaboración para que
resplandezca la verdad de los hechos (…) Rechazamos toda
conducta delictiva en este y en todos los campos, y estamos de parte
de las víctimas”.
Cuatro meses después nos
enteramos de que ‘el criterio de tolerancia cero para los casos de
abusos’ consistía únicamente en eso, en difundir una nota de prensa
diciendo que la Iglesia aplica ‘el criterio de tolerancia cero para
los casos de abusos’. La tolerancia cero del Obispado consistía en
trasladar sigilosamente al cura Mora de parroquia, y ello sin
advertir a los vecinos con hijos pequeños de lo peligroso que puede
resultar que los niños se acerquen al nuevo párroco y queden
al alcance de sus largas manos. ‘Dejad que los niños se acerquen a
mí’, proclamaba Jesús de Nazaret. ‘Haced que los niños se alejen de
mí’, debería proclamar Ignacio Mora.
NINGUNA OVEJA SIN
PASTOR
La Iglesia de Córdoba no ha
hecho, por lo demás, nada contrario a lo prometido de manera literal
en su comunicado. ¿Acaso dijo entonces que jamás trasladaría al cura a
ninguna otra parroquia? ¡En absoluto! Solo dijo –releed bien la nota,
oh taimados pecadores– que rechazaba toda conducta delictiva, que
aplicaría tolerancia cero, que colaboraría para que resplandeciera la
verdad, que defendería los derechos de los menores… pero en
ningún momento, ¡en ninguno!, dijo que dejaría al párroco abandonado a
su suerte, sin parroquia ni destino, como perro sin amo,
oveja sin pastor o pecador sin refugio.
El Obispado se ha limitado a
practicar la caridad cristiana con su oveja descarriada. ¿O qué
pretendíais, viles descreídos, ateos irredentos, que hubiésemos dado
la espalda a uno de los nuestros, que lo hubiéramos negado como Pedro
negó a Cristo para regocijo de todos vosotros? ¿Acaso no
merecía el hermano Ignacio una segunda oportunidad, bueno, mejor dicho
una tercera oportunidad puesto que ya le dimos la segunda al
perdonarle aquel pasado suyo un poquito terrorista por el que fue
condenado a seis años de cárcel?
EL PAPA CONTRA LA
CASTA
Viendo, en fin, la conducta de
la Iglesia en este y en otros graves casos –como el del hermano mayor
de una cofradía de Sevilla también acusado de abusos– no cabe más
remedio que preguntarse cuánto manda realmente el pastor Francisco en
su revuelto rebaño. Una pregunta esa que conduce directamente a esta
otra: ¿durante cuánto tiempo más seguiremos respetando al nuevo Papa
quienes, ajenos a la Iglesia pero no sus enemigos, creímos de buena fe
que venía a acabar con las inercias de esa casta que durante tanto
tiempo ha dominado la institución? ¿Acabará el propio
Francisco convertido él mismo en casta, abducido por la poderosa
burocracia de ese vastísimo imperio que él cree gobernar pero a
cuyas regiones más remotas apenas logra llegar, como en los relatos de
Kafka, un tenue y casi inaudible eco de sus bienintencionadas órdenes?
En fin, Dios
perdone al Papa de Roma, al obispo de Córdoba y al cura de los
Pedroches, porque los vecinos de Espiel o de Villanueva del Duque no
van a perdonarlos tan fácilmente. Sobre todo si tienen niños de unos
10 años.