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Una víctima de violencia sexual desde la infancia: «Si existe el
infierno, yo estuve dentro en vida»
25 de noviembre 2022
María quiere que contar su caso sirva para que toda la sociedad esté
más alerta MUGEL VILLAR
Sufrió agresiones continuadas de
un familiar que, además del abuso físico ejercía el psicológico:
llegó a amenazarla con ir a por su hermana cuando ella empezó a
oponerse
María tiene 31
años y solo hace tres que comenzó a sentir que otra vida era
posible y que el futuro podía tener una cara más amable
reservada para ella. «Fueron muchos años de violencia
sexual, desde niña muy pequeñita. Y también
psicológica, especialmente cuando empecé a rebelarme. Yo
percibía que aquello no estaba bien. Sabía que lo que me estaba
haciendo no era bueno. No me gustaba y entonces empezó a meterme
miedo. De adolescente me amenazaba incluso con que si yo me
oponía iría con mi hermana pequeña», relata. Esa
violencia psicológica siguió ejerciéndola su agresor
incluso cuando sus padres decidieron apartarlo de su entorno,
después de que ella contase una parte de lo que pasaba. «Yo dije
sólo un poco de lo que ocurría. En aquel momento tenía ya unos
diecisiete años pero no estaba preparada para ir más allá. A esa
edad no tienes la madurez necesaria para verbalizar ciertas
cosas y a mí me daba mucha vergüenza y, sobre todo, tenía mucho
miedo al daño que podía hacer a mis padres. No quería que ellos
sufriesen y me aterrorizaba que se supiese por ahí, que los
vecinos se enterasen», cuenta. La mordaza venía dada porque el
agresor era un familiar, un tío, con una relación estrecha con
el hogar de su víctima. Por eso nunca se lo contó a nadie. Ni a
las pocas amigas que tuvo. «Te vas aislando, te vas encogiendo,
como haciéndote pequeñita y aunque estás dando señales solo si
tienes suerte alguien las ve. En mi caso fue un profesor
particular el que les dijo a mis padres que algo raro pasaba,
que el problema con los estudios no era porque fuese una vaga o
no tuviese capacidad. Me llevaron a un terapeuta», relata. María
narra que había tenido problemas durante toda su etapa escolar.
Alumna distraída, con malos resultados, terca o cabezona son
algunos de los adjetivos que le colocaron. «Hicieron un gran
trabajo también en mi colegio», lamenta irónica.
«Yo no quiero que nadie pase
por lo que yo pasé. Que ninguna niña tenga que vivir así y
guardarse eso durante tantos años. Por eso estoy aquí. Quiero
que mi testimonio sirva para que toda la sociedad esté más
alerta: las familias, los educadores…, es vital la atención de
los psicólogos en los colegios. Cuando eres niña no sabes cómo
contar lo que está pasando. Primero no eres consciente y después
tienes miedo y te da vergüenza. Tenemos que ayudar entre todos.
Por eso he venido a esta entrevista», dice esta ourensana que ya
ha colaborado con alguna iniciativa para concienciar a menores
de que no deben callarse si alguien les acosa o
les hace sentir incómodos. Es su manera de poner su granito de
arena para evitar que su historia se repita. María recalca que
el daño que deja la violencia sexual en la infancia
es de tal magnitud que la curación lleva años y deja numerosas
secuelas. «Fibromialgia, trastornos de la alimentación, intentos
de suicidio, episodios de miedo, tener que dormir siempre con
luz», relata. También sufre disociación de recuerdos. Su mente
se niega a recuperar algunos episodios. «Es una consecuencia de
vivir un momento traumático. Tu mente no quiere abrir esa puerta
y en mi caso tengo muchas puertas cerradas, aunque sinceramente
casi lo prefiero. Tengo miedo a lo que pueda haber detrás de
ellas y que esos episodios no me dejen continuar con mi vida. Yo
aún soy víctima de violencia de género.. Me
condiciona muchísimo mi vida y mi relación con los demás. Si
existe el infierno, yo lo viví en vida», dice.
María recuerda que en su caso
el proceso para salir del pozo fue muy largo. Cuando el
terapeuta empezó a trabajar con ella aún no había cumplido lo 18
años y se vino abajo. Fue un momento crucial porque aunque
entonces no lo contó todo sí sirvió para que sus padres alejasen
al agresor y que le demostrasen lo equivocada que estuvo cuando
pensaba que era mejor ocultárselo. No obstante aquel pequeño
avance le pasó factura. Cogió una depresión que la tuvo encamada
prácticamente dos años. Pero la pesadilla no había terminado. El
agresor no solo pidió a los padres explicaciones por haberlo
alejado de su hogar, sino que hacía lo posible porque ella le
viese y se colocaba frente al negocio familiar si sabía que ella
estaba allí. Tuvieron que pasar bastantes años más hasta que
María dio el segundo paso hacia su propia liberación. Había
estado trabajando, pero decidió enmendar su mala etapa escolar
mejorando su formación y estudiando una profesión. Al centro en
el que hacía un ciclo de FP llegó un día para dar una charla un
equipo de la UFAM, el grupo de la
Policía Nacional especializado en atención a la familia
y la mujer. «Me agarré al hombro de esa policía y desde ese
momento han sido mis ángeles de la guarda, y lo siguen siendo a
día de hoy», dice. Fue entonces, con 28 años, cuando decidió
poner la denuncia contra su agresor, aunque recuerda
perfectamente lo que le costó hacer aquella declaración y
verbalizar todo lo que recordaba. «Es muy duro. De hecho cuando
ya llevaba dos horas hablando yo me quise ir. Les dije que
volvería al día siguiente, con intención de no hacerlo, claro.
Menos mal que estaba mi hermana y me convenció de que ese era el
momento», recuerda. Ahora está convencida de que ese paso le ha
abierto una nueva ventana a la vida. «Poder soltarlo todo fue
liberador», dice. Aunque también reconoce que lo vivido a partir
de ahí «no es un camino de rosas». Entre otras cosas porque el
haber tardado tanto en denunciar tuvo una consecuencia ingrata y
decepcionante. «No hubo juicio porque el delito había
prescrito», apunta. Y ese es su otro objetivo al aceptar esta
entrevista, que las víctimas den el paso antes. «Yo me encerré
en mí misma y eso son años de vida que perdí y que me dejaron
marcada para siempre», dice. «A la policía que me llevaba le
costó año y medio de pico y pala que confiase de verdad en
ella», apunta María que tiene un interés muy especial en
trasmitir también a los menores el mensaje de que los policías
pueden ayudarles y protegerles. «Es importante que vean en estas
personas con uniforme una mano a la que agarrarse en un momento
de dificultad porque a veces hay cosas que no se atreven a
contar en casa a los padres, ni a los maestros, ni siquiera a
los amigos, y sí lo pueden hacer con ellos, como me pasó a mí»,
recalca. También insiste en concienciar de que este tipo de
situaciones nada tienen que ver con la condición social o las
circunstancias en el hogar de la persona agredida. «Tiende a
pensarse que esto solo ocurre en entornos conflictivos o en
hogares desestructurados y yo son un vivo ejemplo de que no hay
excepciones», zanja. A maría no le gusta demasiado que cuando se
alude a casos como el suyo se hable de abuso. Cree que la
palabra suaviza la realidad y oculta que también son víctimas de
violencia. «Es violencia sexual, es violencia de género
y sí, también abusan de tu condición de menor», apunta.
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