Javier Paz Ledesma, el
joven que denunció al cura Isidro López Santos por
abusar de él durante diez años (de los 10 a los 20 años) en la parroquia
salmantina de San Julián, tras conocer las declaraciones del obispo afirmando
en un
comunicado del Obispado de Salamanca desconocer los abusos y pidiendo la
presunción de inocencia para el acusado, ha decidido publicar
una carta abierta dirigida a Carlos López Hernández, obispo de Salamanca.
En ella le desafía a seguir negando cualquier conocimiento y le recuerda:
"sabe que usted y yo nos llevábamos reuniendo ya más de tres años ...
Ocasiones en las que usted reconoció que Isidro había admitido los hechos y
aun así usted le escondió".
En la emotiva carta
también le cuenta que "el dolor, el sufrimiento, el abuso no tiene cura. Se
lleva toda la vida a cuestas, y modela tu comportamiento, tus conductas, tus
maneras de relacionarte". Pero, sobre todo, le anuncia que hablar le ha
rehecho como persona. "Me ha dado la paz necesaria para enfrentarme a la
verdad y hacer de ella un estandarte que me empuje a seguir adelante sin dar
un paso atrás".
Y ese estandarte ha
animado a otra víctimas a ponerse en contacto con él e incluso a denunciar,
como explica en su carta: "Le hablo de las víctimas que se han acercado a mí
estos días tras la denuncia, víctimas de Isidro, víctimas de su silencio y
connivencia, señor obispo, buscaban en mí conseguir un poco de paz". Y es que
durante estas semanas le han contactado todo tipo de víctimas de abusos
sexuales a manos de curas para animarle y agradecerle el gesto que quieren
seguir. Desde una madre, de la que se sabrá en breve, hasta compañeros de
parroquia que ahora han reconocido haber sufrido los mismos abusos, todo tipo
de personas han sorprendido a Javier con sus confesiones, como reconoce en la
carta. "Porque no hablo sólo de las víctimas de Isidro López Santos en San
Julián, en Tejares, o de los menores que hayan podido ser abusados desde que
usted le jubiló, ya consciente de su delito tras las conversaciones mantenidas
entre usted y el que escribe. Conversaciones iniciadas en marzo del año 2011.
¿Se acuerda, señor obispo?", le espeta desafiante Javier al obispo.
"También hablo en nombre
de las víctimas de otros sacerdotes y profesores de colegios religiosos que
estos días se han acercado a mí, animándome y poniendo en mí su esperanza de
que esto se resuelva y salga a la luz de una vez por todas", sigue Paz
Ledesma, que no tiene reparos en hablar de casos concretos: "Por ejemplo, de
una madre con un hijo aún menor, abusado en el centro privado cristiano
Maestro Ávila de Salamanca. Y que sigue esperando que se haga justicia
mientras los acusados siguen trabajando con menores en el colegio".
Pero ante todo denuncia "esa terrible
cadena social [que] es la que les ha amparado hasta el día de hoy. A ustedes,
señor Obispo, y a los que usted y sus compañeros esconden. Esa cadena social
que impone la vergüenza y que se estigmatice a las víctimas. Cuando la
verdadera vergüenza son ustedes y su silencio hipócrita, inhumano, criminal",
para añadir que "se puede romper" como ha hecho él.
Porque si algo le espeta al obispo es
que "ahora ya no tengo sonrojo en decir bien alto que fui abusado por un
sacerdote, incluso siendo ya mayor de edad. A pesar de los comentarios de los
que trabajan para ustedes en las redes sociales y se dedican a escupir veneno
por sus bocas para desacreditarnos, incluso diciendo que ellos no se
atreverían a dejar a sus hijos conmigo en un campamento".
Y aunque confiesa que esa verdad le haya
supuesto perder a mucha gente, especialmente a familiares que ahora "se
escabullen sin decir ni pio", Javier tiene un motor especial que le ha
impulsado: su hijo. "El orgullo de mirar a tu hijo a los ojos y que te diga
que el día que se encuentre con el señor malo que te hizo daño a ti y a más
niños le va a dar un puñetazo en la colleja. Reconforta. Mi hijo, esa joya que
hace que merezca la pena ver salir el sol cada mañana, y a al que con pocas
palabras le he explicado qué pasó y lo ha entendido. ¿Sabe a qué me refiero,
señor obispo? No, claro, usted nunca ha tenido un hijo, nunca ha querido a un
hijo, a un niño de su sangre. De ser así no habría permitido y amparado esa
monstruosidad que son los abusos a menores por parte de curas".
Porque aunque gran parte de la carta
denuncia ese sufrimiento impuesto por la Iglesia, Javier afirma esperanzado:
"Pero mi hijo no va a estar en ese oscuro mundo de mentiras y miedos en el que
se mueven ustedes y me obligaron a moverme a mí. A mi hijo le he contado la
verdad y la ha entendido fácilmente. Sin tapujos, sin tabúes, explicando lisa
y llanamente la verdad. Y ahora entiendo el por qué le tenéis tanto miedo a
una educación sexual en las escuelas. Perderíais ese reino de terror y abusos
que habéis impuesto a lo largo de siglos de mentiras. Haríamos personas
libres. No vulnerables".
Por todo eso le pide al obispo: "Vuelva
a decir, como me dijo a mí en persona, que en función de unos rumores usted no
podía hacer nada. Cuando tenía constancia de los abusos cometidos por Isidro
López Santos, de las denuncias archivadas en Tejares. Denuncias, por otro
lado, archivadas seguramente a cambio de un dinero sucio, que tapa bocas y
permite que los menores enquisten una situación dolorosísima que a la larga va
a marcar sus vidas, pues no se toman medidas terapéuticas adecuadas que eviten
que el dolor lo devore todo, destruya sus vidas".
Y lo convierte en un desafío en la parte
final, cerrando con un valiente: "Es un reto. Le desafío a usted y a sus
superiores a decir que mis palabras son mentira y que desconocían los hechos".
Un desafío que cimienta con un revelador: "No sólo le escondió, empezó un
falso proceso canónico contra él, agotando mi paciencia, jugando con mi
tiempo, con mi vida, con la justicia".
Habrá que esperar a ver si
el obispo quiere aclarar la afirmación final de Javier en su carta: "Atrévase,
si tiene valor, a desmentir mis palabras, señor obispo de Salamanca y que sea
la verdad la que nos ponga a cada uno en nuestro lugar".
Por la gravedad de los
hechos denunciados, sería de esperar que el obispo respondiese a la mayor
celeridad posible, aclarando su participación en los hechos y la existencia de
estas reuniones. De no ser así, el que calla ortorga.