Madrid -
Los niños que
sufren maltrato por parte de sus padres, a menudo como forma de atacar
al otro progenitor en situaciones de conflicto, viven en un círculo de
violencia del que es muy difícil salir, porque la normalizan y se
sienten culpables.
“Los niños
asumen como normal la violencia que se ejerce sobre ellos, piensan que
se han portado mal o que han hecho algo y que se merecen las
agresiones; ven que la violencia es lo normal en su casa y es posible
que ellos repitan esas pautas, porque creen que es la manera habitual
de relacionarse”, explica a Efe Almudena Escorial, responsable de Save
the Children.
Ese es uno de
los motivos por los que ni se plantean reaccionar ante esa violencia.
“Pero tampoco se puede dejar a los menores la responsabilidad de
romper el círculo”, señala el psicólogo clínico Esteban Cañamares,
quien advierte de que los agresores, que actúan por venganza, son
psicópatas, “personas que son incapaces de conectar con el sufrimiento
ajeno, ni siquiera de sus hijos”. Hasta llegar al asesinato, como ha
ocurrido en la última semana en la que cuatro niños han perdido la
vida a manos de sus padres, en Castelldefels (Barcelona) y Moraña
(Pontevedra), y con un joven de 17 años, que se ha convertido en el
verdugo de su madre a la que degolló en Rubí (Barcelona).
MÁS PROTECCIÓN.
Ambos expertos
plantean la urgencia de seguir trabajando para superar la
desprotección que sufren esos niños y prevenir esos ambientes de
violencia en los que viven, en el entorno familiar, el colegio o el
barrio.
Save the
Children ha destacado que la nueva ley de protección de la infancia,
que entra en vigor la próxima semana, “va a mejorar la situación, pero
quedan muchas cosas por hacer”. Entre otros aspectos, la nueva
legislación reconoce a los menores como víctimas de violencia de
género y obliga a los jueces a contemplar ciertas medidas cautelares
respecto a hijos de madres que sufren este tipo de violencia.
Pero esta ONG
reclama que se apruebe una ley integral para los menores, como se hizo
hace once años para la violencia de género, “que permita una mejor
coordinación” entre los profesionales que intervienen en estos casos,
además de abordar la prevención, la detección temprana y la
sensibilización”. “Creo que la ley integral sería definitiva, porque
permitiría que ante cualquier amenaza o sospecha de un médico o el
aviso de un vecino se pudiera investigar de manera coordinada, con
asistentes sociales o psicólogos y sin sacar las cosas de quicio, pero
aclarando si es algo permanente o un mal día”, coincide el psicólogo.
También
considera que mejoraría la concienciación de la sociedad de que se
debe alertar ante cualquier sospecha. “Hay que decir a los vecinos que
cuando vean que se pega a un niño llamen al 112; muchas veces se toma
la violencia como algo interno”, señala Cañamares, quien propone,
además, trabajar más en el ámbito escolar en acciones preventivas. “En
el instituto, en los colegios, hay que intentar actuar sobre ese niño
que pega al compañero sin motivo, no por enfado; que agrede sin
arrepentimiento, que hace daño porque sí, por experimentar su poder.
Ahí estaríamos a tiempo de intervenir”, opina.
SEÑALAR A LOS
VIOLENTOS.
El experto
clínico destaca la complejidad de desenmascarar a los violentos. “Es
difícil detectar a estos agresores porque son encantadores, sociables,
inteligentes, no tienen un aire irregular; puede ser el vecino, el
primo o el amigo normal y cordial”, indica el psicólogo especialista
en temas familiares.
Pero se pueden detectar ciertas alertas, apunta el
especialista, porque “estas personas sí suelen tener actitudes de
agresividad hacia animales y es probable que hayan matado a perros o
gatos en la adolescencia, o cuando presencian accidentes de tráfico en
la televisión, se quedan indiferentes”.
“Sobre un niño
no puede caer la carga de romper la violencia -insiste Almudena
Escorial-, ellos no perciben la situación de violencia y además
dificulta su recuperación; la sociedad en su conjunto es quien debe
alertar, no pensar que es algo interno, un asunto en el que no debemos
meternos”. - Efe