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El Confidencial
 

Los padres españoles somos los que más pegamos, y tenemos que cambiar

Rocío Mayoral 24/06/2013   

¿Pegaría usted a su hijo? No es esta una pregunta tan fácil de contestar como parece porque en el fondo, casi nadie desea hacerlo. Pero a pesar de los esfuerzos y buena voluntad de muchos padres lo cierto es que según parece, en España se sigue pegando mucho a los hijos

Estas al menos son las conclusiones de una reciente investigación realizada en el marco del gran Proyecto europeo Daphne, destinado a la “Erradicación del castigo físico sobre los niños”. Los datos presentados lo han dejado muy claro: estamos a la cabeza de Europa en el empleo del castigo físico como medio para educar a los hijos. Y no solo eso; para muchos españoles éste sigue siendo un método educativo aceptable y eficaz.

En España, el castigo físico sigue siendo muy habitualPero estos datos no son nuevos. Ya en 1997 en un estudio del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales, casi la mitad de encuestados justificó el castigo físico como método habitual de disciplina. Desde entonces la mentalidad ha cambiado, pero no tanto como creemos. En 2005 un estudio del CSIC confirmó que más del 25% aún pensaba que su empleo era necesario habitualmente; para el 56.9% sólo de vez en cuando. En otro estudio de Gámez-Guadix de 2010 un 64% de universitarios dijeron haber recibido frecuentes castigos físicos en la infancia.

Así pues no debemos engañarnos. Cada vez son más los que desaprueban el castigo físico, pero en España esta práctica sigue siendo todavía demasiado habitual. Este nuevo estudio acaba de demostrarlo. Pero no solo eso. Todo indica que estamos empezando a sustituir peligrosamente el castigo físico por algo aún peor: el castigo emocional.

Claves para conseguir ser los padres que deseamos

Y ante estos datos, ¿qué podemos hacer? 

1. En primer lugar, si alguna vez pegó a sus hijos no se culpe. La culpa paraliza. Fallar no es tan difícil ya que con el amor y las buenas intenciones a veces no es suficiente. Lo que realmente importa es concienciarse de la necesidad de cambiar y esforzarse en ello. Hacerlo es posible.

2. Y una buena forma para conseguirlo es mentalizarse de los riesgos y consecuencias de este tipo de castigos. Y van mucho más allá del daño físico. Se ha demostrado que los azotes frecuentes hacen que los hijos se relacionen con sus padres a través del miedo y que muchos de acaben aceptando las agresiones también de compañeros o parejas. Además se ha comprobado que a quienes se pegó en la infancia tienen más probabilidades de ser ellos quienes peguen en la vida adulta. ¿De verdad desea eso para sus hijos? Tener claro que no, puede darle fuerza para trabajar en ello. Pero también tener presente que si pega, será siempre usted el que pierda: puede generar remordimiento, críticas encubiertas, reproches de sus hijos. No merece la pena.

3. Así que para cambiar debe empezar trabajando algo crucial: el control de su ansiedad. Es algo clave para educar. La ansiedad elevada hace pensar peor, ser más impulsivos, anula los recursos y el autocontrol y es responsable de que a veces peguemos. Por eso es necesario aprender a manejarla: Respire, aprenda relajación... De más tiempo a los hijos para las rutinas familiares, vaya más despacio aunque se hagan menos cosas. Se ha demostrado que la prisa genera muchísima ansiedad. En el hogar es nefasta. Practique su control.

4. Cuide su bienestar emocional. Cuide y trabaje su pensamiento: que los hijos se equivoquen no siempre es tan grave. Relativice los problemas. Reorganice sus prioridades, alimente sus emociones positivas, dese tiempo para el esparcimiento personal. Se ha demostrado que los padres que lo hacen tienen menos ansiedad y utilizan mejores recursos para educar. Así que es bueno realizar alguna actividad placentera más allá de sus hijos. Eso no nos hará ser malos padres; al contrario. Incrementará las emociones positivas, algo clave para educar con acierto.

5. Comparta la educación. Busque apoyos para los momentos duros. Educar es difícil; aprenda a delegar. No se cargue con todo. Los nervios pueden pasarle malas pasadas. Los estudios señalan que las madres pegan más pero no porque eduquen peor, sino porque suelen pasar más tiempo con los hijos y acumulan más presión. Cuide este aspecto.

6. Exija apoyo ante los hijos. Sentirse apoyado en situaciones difíciles es fundamental. Cuando se nos contradice ante ellos se pierde autoridad moral, se dispara la ansiedad, se genera enfado, soledad y frustración. Estas emociones dificultan el empleo de recursos educativos adecuados. Jamás contradiga al otro progenitor ante sus hijos. Esta norma debe ser inquebrantable.

7. Pero mentalícese. Quienes pegan, aunque sea de vez en cuando, es por un motivo principal: carecen de estrategias para conseguir que los hijos obedezcan de otro modo. Y si es su caso se enfrenta a un reto: debe aprender mejores herramientas educativas.

8. Y debe saber que existen muchas alternativas al castigo físico, pero en general los métodos más eficaces siguen la misma estructura. En primer lugar se debe analizar qué situaciones familiares le ponen nervioso y le llevan a pegar. Casi siempre son las mismas: estudios, falta de respeto, desobediencia,… Trate de solucionar estos problemas antes de que ocurran. Si el conflicto está en los deberes, ponga un profesor en casa. Y si el problema son las salidas de los vienes, haga que su hijo entrene ese día… Adelántese al problema, sea creativo, no se estrese.

9. Pero si con esto no basta, una vez detectadas las situaciones problema, trabaje con su hijo. Haga un pequeño plan para enseñarle a extinguir conductas desadaptativas y a desarrollar las habilidades de las que carece. No se dedique solo a castigar. Enséñele a  controlarse y a resolver conflictos mediante el diálogo. Pero primero aprenda usted. Evite darle charlas. Enseñe de forma práctica: mediante el ejemplo o ensayando con él. También puede enseñar con cuentos, jugando…o simplemente hablando.

10. Enséñele también a calmarse. Ante el mal comportamiento lo más eficaz es mandar a otro cuarto. Usted también se tranquilizará. Diga que no está castigado y que podrá salir cuando se sienta en calma y con control. Dígale: “Cuando estés tranquilo y dejes de gritar, te atenderé”. Cuando reaccione, preste atención positiva, hablen y fijen juntos consecuencias. 

11. Pero también usted debe aprender a calmarse y no entrar en lucha. Es algo básico. Ignore a su hijo si le reta. Céntrese en otra cosa. Es eficaz prestar atención a los hermanos para que reaccione. De éste modo su hijo y usted aplacarán su ansiedad.

12. Intente pactar consecuencias con antelación. Esto le ayudará a estar tranquilo, seguro y no improvisar. Esto le será muy útil con pequeños y también con adolescentes. Y nunca se  olvide de lo positivo: si es mayor, acuerde privilegios familiares.

13. Y ante la desobediencia, actúe con firmeza. No perdone. Aplique las consecuencias pactadas con su hijo. Entrene su discurso. No grite. Sea tajante y repita: “No depende de mí. Tú has decidid; sabías lo que iba a pasar”. Esto le ayudará a no tener dudas y a controlar su ansiedad.

14. Dese un tiempo prudencial. Si su plan no funciona pruebe otros métodos. Hay muchos recursos educativos para no acabar con una crisis de ansiedad o pegando. Infórmese. En la web hay guías con recursos para ejercer una parentalidad más positiva. Pida consejo.

15. Y si su plan fracasa, si sus fuerzas merman o no se le ocurren más alternativas, solicite ayuda. Fórmese; vaya a escuelas de padres. Aunque les diré algo. A éstas siempre suelen asistir los que menos lo necesitan. Los padres más necesitados suelen estar ausentes.

16. Y si con todo esto no basta, puede que sea necesario hacer un plan más sistemático. Déjese guiar por profesionales.

17. Y si acaso flaquea no tire la toalla. Educar es a veces difícil pero es bueno esforzarse por tener algo presente: no debemos renunciar a ser el padre o la madre que en el fondo deseamos ser. Y muy probablemente pegar a sus hijos nunca entró en sus planes…


Nota Prodeni:

En cada charla que diera el juez de Granada, Emilio Calatayud, habría que ir repartiendo entre los asistentes fotocopias de este artículo, sino como antídoto al mensaje de dar cachetes que preconiza este judicial, porque ese veneno es bien difícil de erradicar, al menos para darle otra oportunidad al intelecto de quienes se dejan arrullar por el simplista mensaje del granaíno al fácil acomodo de las cachetadas para enderazar comportamientos, en su fórmula magistral repetida como un mantra por cada plaza de las numerosas que le invitan en este país (recientemente en A Coruña) de "aplicar el cachete en el momento oportuno y con la intensidad adecuada" (las veces que sea necesario a fin de fijar conductas e impedir futuras desviaciones).

El juez Calatayud presume de haber sufrido de su padre soberanas palizas gracias a lo cual es hoy este judicial modélico de modélicas sentencias de corte educativo, precisamente en las antípodas del palo y tente tieso que preconiza su apología del cachete como fórmula mágica para poner derechos a esas bestezuelas de inmaduros infantes, y no niños angelicales e inocentes. Y dice que a su padre le dolía más darle los guantazos que a él recibirlos, por lo que estima saludable la aplicación del correctivo, aunque para no pasarse y que el respetable lo asimile mejor, lo musicaliza con el referido mantra repetido hasta el infinito con ovación y vuelta al ruedo.

El problema, además del hecho en si de la violencia que supone (lo mismo que la violencia emocional del grito, la amenaza, el improperio...) es ¿cómo se mide eso de la oportunidad, quién tiene el sentido exacto de la proporción de tal medida para no pasarse ni quedarse? ¿y quién puede manejar la intensidad o la fuerza que se debe aplicar en el azote y hasta donde? sin hablar del pescozón y del guantazo, o si se quiere, del grito y la amenaza.

No quiere verlo este juez, pero su verbo de predicador vendiendo el referido "crecepelo" pone en riesgo a muchos niños y niñas cuyos progenitores no acierten a ser oportunos ni a darles con la intensidad adecuada, pudiendo causar serios daños por la lógica pérdida de control emocional frecuente en estos casos. 

A todo esto no viene de más que insistamos en lo parecido de su fórmula con la expresada en los años setenta por Don Mitrione, destinado desde USA a enseñar técnicas de tortura a interrogadores brasileños y uruguayos, quien a sus estudiantes decía que debían aplicar "el dolor preciso en la cantidad precisa para conseguir el efecto deseado".

 

 

Comentarios recibidos en "amigos de PRODENI" al artículo de Rocío Mayoral "Los padres españoles somos los que más pegamos", y la nota adjunta de Prodeni:

Magali (Canarias):
Totalmente de acuerdo con la nota de Prodeni, coherente, meditada y apropiada.

Laura, Madrid (nombre ficticio a petición de la interesada)
Habría que llegar a la tolerancia cero en este asunto, porque no hay absolutamente ningún motivo para pegar a un niño.
 
A mí mis padres solo me pegaron una bofetada una vez cada uno, no tendría ni diez años y todavía lo recuerdo como una humillación.  Yo no he pegado nunca a mis hijos y el mayor fue muy, pero que muy, inquieto. No me ha hecho falta. Creo que ninguno de los tres somos unos consentidos.
 
Sí tuve que evitar que el padre de mis hijos les pegase y lo hice en el momento, delante de ellos, no quedaba otra, no siempre se puede poner por delante de la dignidad del niño la supuesta coherencia entre los padres. Es lo único con lo que discrepo del artículo. Es una norma muy aconsejable, pero no incuestionable, hay situaciones que no se pueden consentir en el mismo momento en que se dan.