Yuri, el 20 de mayo de 2014
Salvó a casi un tercio de los
supervivientes mientras los oficiales huían como las ratas. Pagó
con su vida.

Park Ji-young, de 22 años de edad, camarera y
heroína del ferry MV Sewol, naufragado en la mañana del 16 de
abril de 2014. In memoriam. Foto: Imgur.
Te
acordarás, porque fue hace poco: en la mañana del 16 de abril de
2014, el ferry surcoreano MV Sewol
naufragó con 472 personas a bordo. De ellas, 325 eran
estudiantes de secundaria de un
instituto público situado en una
periferia obrera de
Seúl. Quizá también recuerdes que el capitán y gran parte de
la tripulación se cubrieron de oprobio al abandonarlos a su
suerte mientras el barco se hundía. Por eso, lo que hizo la
camarera Park Ji-young, de 22 años, brilla en las tinieblas con
una luz aún más sobrecogedora. Y es que Ji-young fue la luz de
la vida para decenas de personas que, si no hubiera sido por
ella, estaban condenadas a morir.
Las
causas exactas del naufragio aún no han quedado bien
establecidas; la investigación está todavía en curso. Pero hay
unas cuantas pistas. Para empezar el barco, construido en Japón,
transportaba 3.600 toneladas de carga cuando sólo estaba
certificado para 987. Una peligrosísima sobrecarga que, al
parecer, ni siquiera estaba bien estibada. Además,
le habían añadido recientemente dos cabinas superiores para
embutir a más pasaje, desplazando así el centro de gravedad
hacia arriba, lo que favorecía el vuelco. Para compensarlo,
debían llevar 2.000 toneladas de agua como
lastre, pero las habían vaciado
al menos en parte con el propósito de acomodar la
sobrecarga.
Esto
no era excepcional: por infame que fuera el capitán y sus
oficiales, resultaba una práctica habitual de la empresa
armadora. Una empresa que tiene tela: la Chonghaejin Marine Co.
Ltd. Es una cosa de esas opacas, con muy buenos contactos en el
poder político, económico y judicial, de propiedad familiar a
través de testaferros interpuestos. Y el cabeza de familia, o
más bien famiglia, es el reclusivo multimillonario y
presunto artista Yoo Byung-eon, más conocido como
Ahae. Este tal Ahae fue (o es, no se sabe bien) líder
de una
secta evangélica suicida. A pesar del suicidio en masa de 32
de sus seguidores en 1987, Ahae
salió de rositas y mantiene unos 20.000 seguidores en Corea.
Por su parte,
él dice que no tiene nada que ver con la empresa armadora
del MV Sewol, que es cosa de dos hijos suyos. El
Ministerio de Hacienda surcoreano
no opina lo mismo. Mientras tanto, algunos de sus discípulos
creen que Ahae es Dios y por tanto puede hacer con vidas y
bienes como mejor le plazca.

El MV Sewol se hunde a
las diez de la mañana del 16 de abril de 2004. Perecieron 287
de los 476 ocupantes, la mayoría estudiantes de secundaria, y
sigue habiendo 17 personas desaparecidas que se presumen
muertas. Foto: Guardia Costera de Corea del Sur.
En fin, el caso es que ya te haces una
idea de la clase de empresa y empresarios de los que estamos
hablando, y sus prácticas. Y si no te gustan, ya sabes: hay cola
esperando para ocupar tu puesto. El MV Sewol partió de
Seúl sobrecargado, mal estibado, mal lastrado y con 476 personas
a bordo hacia una isla turística bastante chula que se llama
Jeju. Como puede comprenderse fácilmente, era un accidente
esperando a ocurrir. Y ocurrió a las 8:48 AM, doce horas después
de la partida. Por motivos que aún no se han podido determinar
bien, el buque viró bruscamente, los ocupantes oyeron un fuerte
estampido metálico, y comenzó a volcar al momento. No seré yo
quien quiera hacerle el trabajo a la comisión de investigación,
pero apesta a corrimiento de carga. En esos instantes, el
capitán descansaba en su camarote y un oficial novato comandaba
el navío.
Hasta aquí, sólo teníamos las prácticas
habituales del
capitalismo corporativo más salvaje, en plan mini-chaebol.
A partir de aquí, empieza la bajeza personal, individual,
humana. Cuatro minutos después, a las 8:52, uno de los 325
estudiantes –chavalería de 16 y 17 años e incluso menos– logra
llamar por teléfono móvil al número de emergencias (se
encontraban bastante cerca de la costa) para comunicarles que el
barco se está ladeando peligrosamente (este estudiante pereció
también en el naufragio.) Los de emergencias le pasan la llamada
al
servicio de tráfico marítimo regional, que se piensan que es
una broma adolescente hasta que el capitán se pone en contacto
por radio (a las 8:55) para decir que bueno, que tienen un
problemilla. Que el buque se está inclinando y eh… bien, puede
que estén en peligro.
El servicio de tráfico marítimo (en
adelante, VTS) despacha inmediatamente una patrullera. A las
9:07, el capitán comunica al VTS que el barco está volcando. El
VTS le indica que evacúen inmediatamente, pero a las 9:14 el
capitán contesta que eso no es posible debido a la inclinación.
A las 9:18, informa que la inclinación es ya de 50º a babor. Son
las 9:23 cuando el VTS ordena a la tripulación que todo el mundo
se ponga los chalecos salvavidas. La tripulación contesta que no
pueden comunicárselo al pasaje porque la megafonía no funciona.
Una burda mentira: la megafonía funciona y le están diciendo
todo el rato al pasaje que permanezca en sus camarotes, que no
pasa nada. Y esa chavalería bien educada, en una cultura donde
no hacer caso a los mayores es como pegarle a un padre,
obedece escalofriantemente (ojo: vídeo duro, o al menos a mí
me lo parece, aunque no sea “explícito”.)
A las 9:25 el VTS pide al capitán que
decida si evacúa o no. Que hay patrulleras y un helicóptero en
camino. A las 9:30, con el helicóptero ya encima, el capitán
ordena finalmente abandonar el barco. Pero o no lo hace muy
bien, o el caos en el puesto de mando es ya total, o algo pasa,
porque gran parte del pasaje no se entera. Apenas llega el
helicóptero, el capitán dice ahí os quedáis y se larga
vergonzosamente. Con él, casi toda la oficialidad. A las 9:33,
los buques que se encuentran en las proximidades (esa es una de
las rutas marítimas con más tráfico del mundo) comienzan a
enviar botes salvavidas motorizados. Son las 9:38 cuando se
cortan las comunicaciones.

Los cuatro héroes del MV Sewol. Arriba: Park
Ji-young (izda.) haciéndose una “selfie” con Jeong Hyun-seon
(dcha.) Al medio: Jeong Hyun-seon con su novio Kim Ki-woong.
Abajo: el único oficial que no huyó, Yang Dae-hong. Ninguno de
los cuatro logró sobrevivir, pero salvaron a más de cien
personas. Fotos: Korea IT Times, AP/Gillian Wong.
Y entonces, entre tanta ruindad y tanto
miserable, apareció Park Ji-young.
Park Ji-young (o Jee-young) había sido
también estudiante, en la universidad. Pero cuando murió su
padre, hace dos años, se lo dejó para buscar trabajo y ayudar
así a su familia. Lo encontró en el MV Sewol, de
camarera, con un contrato a tiempo parcial. A sus 22 años recién
cumplidos, era la tripulante más joven del ferry. Viéndola,
puede uno imaginarse que para muchos debía ser sólo esa niña
mona que pone cafés. Una humilde curranta, una camata,
una muñequita, un ligue en potencia. En suma: una doña nadie. El
mundo está lleno de nenas monas sirviendo cubatas y haciéndose
selfies con sus colegas.
Pero
esa muñequita tan mona ocultaba unas pelotas, o tetas, o como
prefieras, que dejan microscópicas a las del caballo de
Espartero. Mientras su infame capitán –con cuyo nombre no quiero
manchar este post– ni siquiera encontraba tiempo
para ponerse los pantalones antes de huir como la proverbial
rata de sentina, Ji-young no sólo permaneció en su puesto. Al
comprender que el MV Sewol se iba a pique, y que toda la
cadena de mando por encima de ella se había desintegrado, tomó
la iniciativa y salió corriendo al control de megafonía para
ordenar al pasaje que abandonasen el barco. Ese fue el primer y
único aviso que muchos tuvieron.
Por desgracia, para la mayoría era ya
demasiado tarde: todo el lado de babor estaba sumergido a esas
alturas y resultaba imposible escapar. Pero Ji-young no se
arredró. En el lado de estribor aún quedaba mucha gente, parte
de la cual tampoco podía salir debido a que el barco estaba
ahora de costado, con la pared convertida en el suelo, y una
puerta abierta se había transformado en un foso insuperable que
les cerraba el paso. Primero, Ji-young se las ingenió para
cerrarla con extraordinaria habilidad, creando así lo que
después los periodistas llamarían “el puente hacia la vida.”
A continuación, les ayudó a ponerse los chalecos salvavidas y
encontrar las salidas mientras el agua subía y subía y subía sin
parar. Cuando Ji-young se quedó sin chalecos, corrió a la
siguiente cubierta para conseguir más.
Dicen que logró socorrer a unas cincuenta personas, lo que
es casi un tercio de los 172 supervivientes. Ya les llegaba el
agua al pecho cuando los estudiantes le preguntaron:
–¡¿Y tú no
vienes?!
Ji-young
respondió:
–Saldré
después de vosotros. La tripulación debe quedarse hasta el
final.
Y ahí siguió la muñequita de los cafés,
repartiendo chalecos, enseñando a ponérselos e indicando las
salidas hasta el final. Hasta el final del todo, porque Ji-young
no sobrevivió. Murió ahogada. Su cadáver fue uno de los primeros
que encontraron los servicios de emergencia cuando consiguieron
penetrar en el barco hundido, tres días después. No llevaba
puesto un chaleco salvavidas.
Aseguran los testigos que se los dio todos a los pasajeros y
no se quedó ninguno para ella.
Mientras la rata de su capitán y casi
todos sus ratoniles oficiales se daban el piro, justo antes de
que los corruptos dueños de la compañía-secta-famiglia
armadora se escondieran debajo de las piedras y comenzasen a
buscar la protección de sus políticos de cabecera y sus
medios de comunicación, la trabajadora a tiempo parcial Park
Ji-young peleó cara a cara contra el mar y la muerte con el agua
al cuello –tal cual– para salvar a todos aquellos pasajeros poco
más jóvenes que ella. Y no paró hasta que el mar y la muerte la
derrotaron, siendo en torno a las diez de la mañana del 16 de
abril de 2014; pero no sin que antes ella les arrebatara decenas
de vidas luchando a pelo hasta el último aliento, a fuerza de
pura valentía, responsabilidad, habilidad y sentido del honor.
Con un par. O más.
Es de justicia añadir que Ji-young no fue
la única tripulante del MV Sewol que estuvo a la altura.
Hubo un único oficial que no huyó: Yang Dae-hong, de 45 años. Y
una trabajadora administrativa del buque: Kim Ki-woong, de 28
años, con su novio Jeong Hyun-seon, de 27, que también curraba
en el barco con otro contrato a tiempo parcial. Los tres se
quedaron ayudando a la gente, recorriendo los camarotes en busca
de pasajeros hasta que ya no pudieron salir. Los tres perecieron
como Ji-young.
Pero
probablemente su intervención fue la más decisiva. Si Ji-young
no llega a tomar la iniciativa, dar la alerta por megafonía,
cerrar aquella puerta que se convirtió en el puente hacia la
vida y quedarse auxiliando a la gente que salía despavorida,
ahí no se salva ni el tato. En lo que a mí respecta, por sus
actos, por rastrera deserción de sus superiores y por
desintegración total de la cadena de mando, la camarera Park Ji-young,
de 22 años de edad, se convirtió en el auténtico capitán del
MV Sewol durante los últimos minutos de su existencia,
haciendo honor a las mejores leyendas de los marinos verdaderos.
Haciendo aquello tan viejo de los héroes de verdad: entregar su
vida con bravura infinita para que otros muchos puedan vivir.
Así pues, como tal quiero inclinarme ante ella:
que la tierra le sea leve, capitana Park Ji-young. Gente
como usted o sus tres compañeros Yang Dae-hong, Kim
Ki-woong y Jeong Hyun-seon es la que salva a esta triste
humanidad. Y muchas, muchísimas gracias.
Con mi agradecimiento al
blog
Ask a Korean!, sin el que no me habría enterado de estos
hechos.

Funeral de Park Ji-Young, el pasado 22 de
abril, con guardia de honor de la policía
surcoreana. Foto: The Hankyoreh.