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ZONA CRÍTICA
De Purísima no tiene nada ese infame lugar
Las condiciones de un centro de protección español en
el que viven más de 300 niños entre 8 y 17 años son lamentables
No es puntual ni ocasional que se obligue a los niños
a dormir en colchones en el suelo y a compartir camas en alguno de los cinco
módulos que existen
Violeta Assiego
27/02/2018

Centro de La Purísima / Foto VA
La primera vez que le oí reconocer que más de la
mitad de los niños, casi doscientos, dormían en el suelo o compartían cama
con otros niños, no me lo podía creer. Me parecía inaudito que el propio
Consejero de Bienestar Social de Melilla, responsable último y principal de
que se brinde un trato digno a los menores de edad que están bajo su tutela,
reconociera pública y desenfadadamente que esas eran las condiciones de vida
de un centro de protección español (que no de internamiento como se ha
venido diciendo). Lo que para él era (y es) lo más normal, a mi juicio era
(y es) un trato injusto, inhumano y degradante.
Un chico internado en el Centro de la Purísima /
Foto: Isabel Diez Velasco
Ante el denominado fenómeno de los “menores
extranjeros no acompañados” que lleva produciéndose en Melilla desde finales
de los noventa (ni más más ni menos), no hay soluciones integrales ni
estructurales. Las ideas que surgen suelen ser tan peregrinas como indignas.
Entre estas se encuentra la que en alguna ocasión ha comentado el propio
Consejero de Bienestar Social de que sean los propios niños -como parte de
los cursos de formación de carpintería y soldadura que escasamente se les
ofertan- los que hagan las estructuras de las camas. A cambio, además de
tener un espacio donde dormir, obtendrían un certificado de haber realizado
esta actividad ocupacional. Aquello no debió resultar.
Las condiciones de hacinamiento en La Purísima siguen
existiendo y el que más de trescientos niños, de entre 8 y 17 años, viven y
duerman en condiciones lamentables nos lo acaba de contar La Sexta con
imágenes en exclusiva desde el interior del propio Centro.
Soy de las pocas “afortunadas” que ha tenido la
oportunidad de visitar personalmente y de forma guiada (es decir, sesgada)
ese lugar. He podido hablar con uno de sus coordinadores y con el propio
Consejero de Bienestar Social sobre la situación de los niños extranjeros no
acompañados de Melilla.De
aquella visita y esas entrevistas resultó un informe que no gustó
institucionalmente. Desconozco qué esperaban. Nos limitamos a
transcribir las entrevistas que realizamos y redactar el informe y sus
conclusiones desde un enfoque de los derechos de la infancia y adolescencia
en el marco normativo español e internacional.
En la visita pudimos comprobar que aquel espacio,
efectivamente (tal y como venían denunciando Prodein y Hárraga) es el último
lugar al que se debería llevar a cualquier niño, da igual su nacionalidad.
Este centro es un antiguo cuartel militar que apenas ha sido reformado y
adaptado a su nueva finalidad, de hecho hay zonas de dudosa estabilidad
estructural. Un “Todo por la Patria”preside
-junto con el símbolo preconstitucional- la puerta de uno de los cinco
módulos, el de primera acogida. Esta es la bienvenida que el Reino de España
les da a los niños solos que cruzan nuestra frontera. Un primer mensaje muy
alejado del espíritu educativo que inspira la “Ley de Protección jurídica
del Menor” que ampara y debe aplicarse a estos niños. Un contexto de inclusa
no apto para niños en la Europa del siglo XXI.
Centro de La Purísima / Foto VA
Este Centro es, por donde está ubicado, parte del
vertedero de la ciudad (otro mensaje nada subliminar). Se sitúa en la
periferia. En medio de un descampado que sirve de basurero y de escondite a
los adultos a los que les gusta asustar, acosar y abusar de los niños. Si
estos quieren acercarse a la ciudad, tienen que atravesar ese siniestro
lugar siguiendo la carretera durante algo menos de una hora. No hay ningún
medio de transporte público que les facilite ir y venir. Sea cuál sea su
edad, si quieren moverse libremente, tienen que pasar por ahí. El centro
está abierto hasta las 12 de la noche, hora en la que se cierran las puertas
y se hace recuento. El que no haya llegado no solo se queda fuera sino que
se le da de baja y nadie se preocupa al día siguiente de saber dónde ni cómo
está. Los propios responsables de La Purísima dan por hecho que los niños no
se van a querer quedar, así que les parece de lo más razonable que abandonen
aquel infame lugar., que no regresen.
Cualquiera que haya trabajado con chavales y se crea
los principios más elementales de la intervención socioeducativa, sabe
perfectamente que si a un niño le das cariño, un espacio acogedor,
referencias educativas, juego, protección y un horizonte hacia el que
caminar… ese niño se vincula al espacio y al proyecto educativo que se le
ofrece. Da igual que sea extranjero o nacional. En cambio, si el niño siente
que no le van a cuidar ni a respetar, huirá hacia aquello que sienta que le
puede dar seguridad. Lo menos que se espera de un centro de protección como
el de La Purísima que lleva décadas trabajando única y exclusivamente con el
perfil de chavales extranjeros no acompañados es que dentro de su propuesta
educativa no contemplen estas variables para ofrecer a los niños algo más
que el camino hacia las escolleras del puerto.
Desde hace años, las 180 plazas de La Purísima se
quedan muy escasas. No es puntual ni ocasional que se obligue a los niños a
dormir en colchones en el suelo y a compartir camas en alguno de los cinco
módulos que existen. Es importante a tal efecto señalar que en cada uno de
estos cinco espacios no se les separa por edades porque, según el
responsable de La Purísima, el goteo en la llegada de niños les impide
organizarse de una forma homogénea a edades y circunstancias personales.
Tampoco, según nos confirmó, existe un proyecto de intervención en cada uno
de los módulos para organizar la convivencia de forma educativa.
Sencillamente, se improvisa. Y cuando los niños llegan en malas condiciones
por haber estado escondidos en la basura, en las escolleras o en los
camiones lo que se hace es… “meterles en la ducha”. No existe un
procedimiento de primera acogida que tenga en cuenta las necesidades
personales y físicas de estos niños. Simplemente, en el mejor de los casos,
se les almacena donde haya un hueco
Hay en la sociedad melillense la creencia arraigada
de que son los menores los que abandonan voluntariamente La Purísima.
Declaraciones como las del Consejero de Bienestar y el propio Presidente de
la ciudad, que estigmatizan a los niños y les tachan de drogadictos y
marginales, alimentan esa creencia. Sin embargo, los niños que huyen del
Centro mencionan amenazas y malos tratos dentro. Si prefieren las escolleras
del puerto a La Purísima es porque en este lugar no encuentran ni respeto ni
protección, y mucho menos las alternativas que les debe brindar por ley el
sistema de protección (escolarización, tarjeta sanitaria, tramitación de la
documentación, alternativas de ocio, acompañamiento educativo, salubridad en
los espacios, etc.)
Habrá
quienes piensen que es bueno que haya saltado la noticia del hacinamiento de
La Purísima. Lo es si se toman medidas para erradicar un modelo de trato
cruel, inhumano y degradante que antes de la inversión económica necesita de
una inversión de humanidad. Me preocupa que eso no suceda y que toda esta
trascendencia pública exponga más a los chavales. Que este hecho probado
haga que aumenten las redadas policiales, que suba el tono hostil de los
máximos representantes públicos, que sigan sin investigarse los abusos que
se dan dentro y fuera del centro, que se refuerce la impunidad de “los
hombres del saco” y que en vez de invertir en camas se paguen concertinas.
Los niños extranjeros que vienen solos a nuestro país son titulares de
derechos no sólo titulares de prensa, y se merecen un respeto, se merecen
que se haga justicia y que se barra de Melilla todo aquello que para ellos
es una auténtica pesadilla. Basta ya.
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