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“La
justicia española nos tiene desamparados”

Fosa común en el cementerio de San Fernando (Sevilla) de niños
supuestamente muertos durante el parto. // L. LEÓN
Era octubre de 1964 cuando Carmen Torres ingresó
en el Hospital Civil de Málaga para dar a luz. Fue ahí donde todo se
complicó, según admite su hija, Micaela Alcántara. Desde entonces han
pasado 48 años sin él. Los tres últimos dedicados a la búsqueda de su
hermano que, supuestamente, murió en el hospital cuatro días después de
su nacimiento. Ahora su caso ha llegado hasta el Tribunal Europeo de los
Derechos Humanos. “No nos quedaba otra. Los plazos van terminando.
Agotamos todas las posibilidades. La justicia española nos tiene
desamparados”, admite Micaela. Su abogado, Enrique Vila, reclama
al Estado el pago de una indemnización a Alcántara de 15.000 euros
anuales y otros 1.000 euros diarios mientras los tribunales de España no
reabran el caso. Aunque el dolor y la incertidumbre con la que
han vivido estos años no tiene recompensa: “Nunca puedes imaginar que te
ocurra algo así. Vivimos con un sufrimiento que nunca se supera”.
Carmen recuerda que fue un parto normal, salvo que
el pequeño nació con labio leporino, lo que le impedía darle el pecho.
El personal médico la tranquilizó, insistiendo en que era un mero
problema estético. De hecho, el bebé permaneció en la misma habitación
que Carmen, porque no requería ni de incubadora ni de sonda. “Al día
siguiente, aunque explicaron que no tenía afectado el paladar ni la
garganta, le dijeron que el niño no tragaba el alimento y que no sabían
el porqué”, narra Micaela. Fue entonces cuando empezaron la preocupación
y los cambios. Le advirtieron que había que bautizar al bebé y, aunque
la madre se oponía, ellos se negaban a ceder. Los recuerdos de Carmen
son profundos y dolorosos, pero sólo parte de ellos. “Mi madre, por
ejemplo, se acuerda con claridad de todos los días que estuvo en el
hospital cuando yo nací. Pero de cuando estuvo ingresada por el
parto de mi hermano sólo recuerda lo que sucedía por la mañana. De la
tarde o la noche, nada. No sabemos si tenía algún tipo de
sedación”, matiza Micaela.
Su padre, en aquella época, cogía por las mañanas
un autobús para permanecer un rato con su esposa y después se marchaba
al pueblo a cuidar a Micaela. De aquellos días tiene grabadas en su
memoria las idas y venidas del personal sanitario a su habitación, de
llevar al pequeño al médico o de hacerle revisiones. Al cuarto día le
pidieron a Carmen ropa para bañarlo. Ella le entregó una muda que tenía
preparada… y hasta hoy. Nunca más volvió a ver a su hijo. Le comunicaron
que había muerto. La causa del fallecimiento: debilidad congénita.
“Ahora te pones a pensar fríamente -admite Micaela-y nos preguntamos
cómo podían decir que el niño tenía problemas de comida, si mi madre no
recuerda que llorase nunca pidiendo alimento; o cómo es posible que se
pongan a bañar a un niño que se va a morir”.
Su padre pidió verlo y que se lo entregaran para
enterrarlo en el pueblo, pero “no quisieron ni que lo viese”, relata
Micaela, “dijeron que se lo llevaban ya, que todo era rápido, que no
daba tiempo. Que ellos ya se harían cargo de todo”. Y con el dolor de
perder a un hijo, Carmen ha vivido todos estos años hasta que en 2011
vio que varias mujeres narraban su misma experiencia en televisión. “Le
aseguré a mi madre que me encargaría de comprobarlo todo, pero con la
idea de que todo estaba en regla y que volvería para confirmar que no
habría nada sospechoso”, asegura Micaela.
LAS
CONTRADICCIONES
Cuando inició el proceso de búsqueda encontró
continuas contradicciones. Todos los datos se acumulaban: no había
registro del bebé en el obispado sobre su bautismo, la historia clínica
de obstetricia tampoco existía, el alta y la baja de la madre en el
hospital aparecían en un libro el mismo día, el 11 de octubre. No había
constancia de los cuatro días posteriores. El registro del fallecimiento
lo hizo un hombre “en calidad de conocido, pero no sabemos quién es”,
empleado de una funeraria. “A pesar de que mis padres no pagaban cuota
de decesos”, advierte Micaela. En los libros del cementerio de San
Rafael, donde se supone que fue enterrado, no aparece ni como niño ni
feto. No existe inhumación del bebé. Esa persona está muerta, al igual
que el pediatra que certificó la defunción. Sí vive la matrona,
aunque ella reconoce que no sabe lo que sucedía después de asistir al
parto. Pero Micaela añade un apunte: “Lo curioso es que a la
matrona le extrañó que, a pesar de decir que tenía el labio leporino, no
consta en las observaciones del parte de nacimiento y en el mismo
informe hay varios tipos de letra”.
Con todos estos datos, Micaela acudió sola a la
Fiscalía: “Con el fiscal fue todo muy bien, vio indicios de delito, pero
el juzgado lo archivó por prescripción. De ahí, a la Audiencia Nacional.
Después, el Tribunal Constitucional, que ni se ha dignado en mirarlo”.
Ahora su abogado, Enrique Vila, lleva el caso hasta Estrasburgo, al
Tribunal Europeo de los Derechos Humanos. Elegir a Vila fue lo mejor que
pudieron hacer porque “si el abogado no creía lo que yo le contaba, no
me podía defender”. Su hermano ahora tendría 48 años. “Si algún varón
tiene esa edad, y le queda en el labio alguna cicatriz o lesión, y duda
de sus orígenes, nos gustaría que se pusiera en contacto con nosotros”,
pide Micaela, esperando localizar algún día a su hermano. 48 años en los
que no lo han olvidado ni un solo día.
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