Por millones de
infancias felices, hay miles de infancias aciagas. No de las que se
llenan de moscas en África, lloran tras las fronteras de Hungría o
enmudecen a los pies de una playa de Turquía. No sólo. También están
al lado. Compartiendo escalera, plaza, aula. Casos anónimos, atrapados
la mayoría de ellos en la jaula de la negligencia y del maltrato
emocional, sin relevancia pública salvo que se salgan de la norma
general, como sucede cuando se produce una agresión sexual o una
paliza brutal y la historia estalla en los medios. Pero los menores en
situación de desprotección en Álava existen a puñados. Los atendidos
por la Diputación, los casos más graves, suman ahora mismo 860. Los
que asiste el Ayuntamiento de Vitoria, 713. Y quién sabe cuántos otros
hay sin amparo institucional. Detectarlos nunca resulta sencillo.
Suelen sobrar paredes opacas y faltar testigos.
Y sí. El caso tan
actual de los presuntos abusos de un profesor sustituto de Infantil a
varios alumnos de entre tres y cinco años en varios colegios de
Gasteiz resulta escalofriante y exige una investigación. Y fue lógico
que llenara informativos. Pero también es anecdótico. El mayor enemigo
de un niño está en casa. En el área del Menor y la Familia del
Instituto Foral de Bienestar Social, dependiente de la Diputación, lo
saben bien. “Si es difícil alcanzar un conocimiento real del volumen
de situaciones de vulnerabilidad es porque casi todas suelen darse en
el contexto del domicilio familiar, sin testigos y sin que en muchos
casos existan indicadores claros que señalen su presencia”, alerta la
subdirectora, Estíbaliz Muzás. Además, a diferencia de otros
problemas, las personas implicadas “no suelen acudir a los servicio
sociales” informando de lo que sucede, buscando ayuda.
Teniendo en cuenta todas esas limitaciones, estudios
epidemiológicos nacionales estiman que alrededor de 7,16 menores de
cada 10.000 padece algún tipo de maltrato en el ámbito familiar. Una
horquilla que se estrecha en el País Vasco a unos cinco por 10.000. A
partir de ahí, todos los informes coinciden en que la negligencia es
la vejación más frecuente, seguida del maltrato emocional, el físico y
el sexual. Por tener una idea aproximada del peso de cada una, el
centro Reina Sofía establece los porcentajes en un 86,37%, un 35,38%,
un 19,91% y un 3,55% respectivamente. Y eso significa, por tanto, que
la mayoría de los casos de menores en situación de vulnerabilidad no
presenta secuelas visibles. Porque no tienen que ver con golpes y
moratones, sino con un impacto psicológico de abandono que poco a poco
podría desembocar en depresión, falta de autoestima, adicciones,
fracaso escolar y hasta psicosis.
Puede suceder que la alimentación no sea la
adecuada, que no tengan con qué vestir, que falle la higiene, que la
vivienda sea insalubre, que los niños soporten la amenaza de quedarse
sin comer, que padezcan accidentes por descuido. Que les insulten, que
nunca reciban un abrazo, que nadie les eduque fuera de las aulas, que
no les hablen, que se sientan solos, desamparados. Para colmo, en la
Diputación han detectado cómo lo más frecuente es que esos menores
estén “expuestos a padecer diversos tipos de maltrato a un tiempo,
siendo las combinaciones más frecuentes negligencia y maltrato
emocional, maltrato físico y negligencia, maltrato físico y abuso
sexual, o la triada: negligencia, maltrato físico y maltrato
emocional”.
Detrás de la
mayoría de los casos de menores vejados está la incapacidad
psicológica de los padres de cuidar apropiadamente a sus hijos, ya sea
por traumas o trastornos, por ignorancia, por no entender su
responsabilidad... “Un porcentaje relativamente alto de estos niños
procede de entornos próximos a la exclusión y la marginalidad, aunque
otro volumen considerable forma parte de unidades familiares
absolutamente ajenas a esos entornos”, explica Muzás. Las propias
estadísticas forales evidencian que los clichés, de haberlos, son muy
vagos. El 93% de esos hogares o no tiene estudios o justo los
primarios y el 75% de los progenitores son desempleados, pero más de
la mitad de los abusos sucede en familias tradicionales -las
biparentales-. La madre biológica es la persona que desatiende a la
prole en el 50% de los casos, sólo un 3% está protagonizado por la
nueva pareja de ésta y en no más del 35% de esas cuatro paredes se
consumen drogas.
Con las edades
también hay que estar atentos. Es más habitual el maltrato infantil en
menores de cuatro años. Por eso resulta tan importante la detección
precoz. El IFBS atiende los de carácter grave o en los que se aprecia
un riesgo inminente de desamparo, así como los de los consistorios de
menos de 20.000 habitantes. Ahora, están bajo su cargo 860 niños y
niñas. El objetivo es garantizar su seguridad e integridad
biopsicosocial, reduciendo las secuelas que hayan dejado los malos
tratos y evitando las situaciones potenciales que supongan el regreso
de los abusos. Y todo esto se hace con tres unidades: recepción,
valoración y orientación, acogimiento familiar y adopciones, y
acogimiento residencial.
A partir de ellas, la Diputación tiene habilitados
distintos recursos. Lo perfecto es cuando se pueden aplicar los
programas especializados de intervención familiar, porque parten de la
consideración de que el ámbito idóneo para el crecimiento de los niños
es su propia familia, así que si se opta por esta línea de actuación
es porque se puede reconducir la situación sin que los menores salgan
de casa o facilitando el retorno lo más rápido posible. Para
conseguirlo, hay educadores y cuidadores que intentan capacitar a los
progenitores para ejercer su rol. Es una medida no invasiva, menos
traumática, como pasa con los centros de día, que prestan apoyo a las
familias en el desarrollo correcto de sus funciones y ayudan al
desarrollo integral de los críos . Y todo eso, a través de actividades
de ocio y cultura.
Pero a veces
no queda más remedio que tomar medidas mayores. Entonces es cuando se
recurre a los programas de adopción y acogimiento familiar, que buscan
proporcionar a los menores en situación de desprotección grave un
nuevo hogar, ya sea de forma irrevocable o de manera temporal. También
puede que haya que echar mano de los centros de urgencias, alternativa
obligada cuando hay que sacar a los niños ya o ya de su entorno. En
esos lugares se ofrece atención integral mientras se arbitran otras
vías. Una de ellas sería la antes mencionada. Otra, los centros
residenciales, donde se intenta cubrir las necesidades materiales,
afectivas y educativas de los chavales. Y no, no es una labor fácil.
Siempre cuesta. Porque las heridas del maltrato infantil son tan
hondas como el pozo en que un día esos menores cayeron.
Bien lo sabe el
Ayuntamiento de Vitoria, que aún trabaja con menores en situación de
desprotección grave, rescoldos de cuando la institución local tenía
competencia a ese nivel. “Son el 16,2% de los 713 niños con los que
ahora estamos trabajando. El 8,4% son grados leves. El 37,8% moderado
y hay un 37,5% en fase de valoración”, desgrana la responsable del
servicio de Infancia y Familia, Loli García. En los casos más
sencillos, los recursos utilizados son medidas de apoyo a los hogares
a través de educadores y terapia de familia. Un escalón más arriba se
recurre a programas de preservación: centros socioeducativos con
atención a padres e hijos fuera de las horas de clase; centros para
madres solas con niños pequeños, que incluyen el alojamiento; y el
programa de desarrollo acompasado con la familia, que se desarrolla en
el propio domicilio con un equipo multidisciplinar.