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“Nada ni nadie va a
romper nuestro vínculo con Alberto”
J.M. León Moriche
/ 8 nov 2015

Imagen de archivo de niños una escuela infantil. // ANTONIO LUIS
GONZÁLEZ
“El vínculo que hemos creado con
Alberto no lo va a romper nadie. Ni una decisión del juez, ni su familia
biológica ni el hecho de que un día decida irse a vivir al extranjero.
Lo que hemos construido con él es ya para siempre, independientemente de
donde esté o viva. Eso no lo va a romper nada ni nadie”. Lo dice Manuel,
un padre que participa en el programa de acogimiento familiar de la
Fundación Márgenes y Vínculos financiado por la Consejería de Igualdad y
Políticas Sociales de la Junta de Andalucía. Es su respuesta cuando le
preguntamos por el futuro, por el día en que tenga que despedirse de
Alberto, el menor de 15 años acogido en la casa del pueblo del Aljarafe
sevillano donde también viven Ana, esposa de Manuel, y Enrique, su hijo
biológico.
Ellos son ejemplo de que
el acogimiento familiar se está consolidando en Andalucía como
recurso prioritario frente al ingreso en centros de menores o
residencias de aquellos niños y niñas cuya tutela ha sido retirada a sus
padres biológicos y asumida por la Junta de Andalucía. Lo demuestran las
cifras y lo prevé la nueva ley de menores que entró en vigor en agosto
de 2015.
900 MENORES EN SEVILLA
Y CÁDIZ
Márgenes y Vínculos atiende
actualmente a unos 900 menores de las provincias de Cádiz y Sevilla que
están viviendo con familias acogedoras. El 80 por ciento de
estos menores vive con algún miembro de su familia extensa, es
decir, abuelos, tíos u otros familiares que se han hecho cargo de ellos
tras una resolución de la entidad pública competente y con el apoyo y
seguimiento de los profesionales de Márgenes y Vínculos. Otros 239
menores están viviendo con familias ajenas, es decir, familias que no
tienen ninguna relación de parentesco con los menores acogidos. Son
familias, como la de Manuel y Ana, que de forma voluntaria, y con un
gran compromiso social, se han ofrecido a participar en el programa de
acogimiento familiar y que previamente han obtenido la
valoración de idoneidad de la autoridad pública competente, por
la Consejería de Igualdad y Políticas Sociales.
Manuel es educador social del
Ayuntamiento de Sevilla y Ana es psicóloga y técnica de empleo para una
fundación que trabaja por la integración social de personas con
enfermedad mental. Alberto nació en un barrio marginal sevillano y a los
tres años, después de que muriera su padre, la Junta lo retiró de la
tutela de su madre y lo ingresó en un centro de acogida de menores.
Luego vivió en un piso tutelado por las hermanas de una orden religiosa
y en 2010 lo acogieron Ana y Manuel en su casa de un pueblo cercano a
Sevilla. Manuel y Ana aseguran que la adaptación de Alberto a su
nueva vida fue rápida y fácil. Recuerdan con humor el primer
día que llegó a casa. “Educado por unas monjas, llegó a casa con un
poster enorme de la Virgen de Triana. Nosotros somos ateos convencidos y
él nos preguntó si podía colgar a la Virgen en su cuarto. Por su puesto,
le dijimos”, ríe Manuel.
PADRES MALTRATADORES
Carlos Martínez Bermúdez,
psicólogo del equipo de tratamiento familiar de la Diputación de Cádiz,
explica que todos los seres humanos tenemos una gran capacidad de
adaptación, de superación de los daños, que es lo que los psicólogos
llaman resiliencia primaria. Y para superar las adversidades todas las
personas disponemos de tres elementos fundamentales: el vínculo o apego
entre padres e hijos; los límites, la necesidad que todos
tenemos de que nos digan qué está bien o que está mal; y la
empatía, o la capacidad que tenemos de relacionarnos con los demás y
ponernos en el lugar del otro. Es tarea de los padres reforzar estos
tres elementos para el buen desarrollo de un menor. Los padres y madres
maltratadores o negligentes dañan algunos de estos elementos de sus
hijos, en muchos casos porque ellos también sufrieron en su infancia
alguna lesión en su vinculación, sus límites o su capacidad de empatía.
“Y como los padres biológicos no fueron capaces de darle a sus hijos
esos elementos, lo tienen que hacer las familias acogedoras, que
lo tienen más difícil porque empiezan a hacerlo tarde”,
explica.
Ana asegura que, hasta el momento,
el cuidado y educación de Alberto ha sido fácil. “No hemos tenido
problemas. Es un niño muy bueno, algo reservado y tímido, muy obediente.
No grita, no genera conflictos”, dice y añade: “Escuchando al psicólogo
en el encuentro de familias acogedoras creo que Alberto es de estilo de
apego complaciente, es decir, que para reforzar su vínculos con nosotros
tiene una necesidad como de obedecernos, de complacernos”.
CELOS INICIALES
Manuel dice que conocen a algunas
familias en las que los niños acogidos han tenido más dificultades en su
adaptación a su nueva vida y que ellos son afortunados con Alberto. Pero
recuerda que hubo algunos problemillas cuando el hoy adolescente llegó a
su nuevo hogar y tuvo sus más y sus menos con Enrique, el hijo biológico
de la pareja, que es un año mayor. “Tras el periodo de luna de miel de
los primeros días Enrique desarrollo unos celos impresionantes. Pero eso
duró tres o cuatro meses, no más”, cuenta Manuel. “Fue solo un verano,
luego todo cuadró”, explica Ana y aclara: “Digamos que ya cada
uno sabe cuál es su sitio, cada uno ha asumido su rol en la familia
y no hay ni rivalidad ni competitividad entre ellos. Al revés, Enrique
es muy protector con su hermano y a veces hasta nos llama la atención a
nosotros. ¿Mamá, no te das cuenta de que siempre que le hablas es para
reñirle?, me dice”.
Manuel admite que ha vivido con
preocupación los silencios y el ensimismamiento de Alberto, ese
encerrarse en su propio mundo que aún conserva. Carlos Martínez explica
que a los tres elementos básicos en la salud psicológica de las
personas, en el caso de los adolescentes surge también el problema de la
identidad, el de la definición de su personalidad. Alberto no ha tenido
grandes problemas en el colegio y el instituto, donde ahora estudia
segundo de Secundaria. “Pero es que Manuel se pone con él todas
las tardes, le ayuda a estudiar y le echa todas las horas que hagan
falta”, cuenta Ana. Y Manuel añade: “Yo he respirado cuando lo
he visto que se ha hecho ya un grupo de amigos con los que se relaciona,
hace atletismo, manualidades y sale por ahí. Cuando él ha desarrollado
ese sentimiento de pertenencia a un grupo ya me he quedado tranquilo”.
VISITAS DE LA MADRE
BIOLÓGICA
La madre de Alberto sigue viviendo
en el barrio donde él pasó sus primeros años de vida. Desde que Alberto
vive con Manuel y Ana, su madre lo ha estado visitando cada quince días.
Se encontraban primero en presencia de un tutor de Márgenes y Vínculos.
Esos encuentros duraban una hora. Hoy ya duran dos y están ellos
solos, sin tutor. Ana y Manuel conocen ya a la madre de
Alberto. “Cuando llevábamos a Alberto a que viera a su madre, nosotros,
por consejo de la fundación, siempre íbamos diez minutos antes de la
cita para no encontrarnos con ella. Pero un día llegamos sin querer un
poco tarde y me encontré que venía andando hacia mí. Nos miramos a los
ojos, luego nos dimos la mano y al final nos abrazamos”, recuerda Ana.
Manuel explica que al principio la
madre biológica de Alberto tenía una actitud recelosa que considera
lógica. Pero desde el encuentro de aquel día, vio que ellos son una
familia normal que quiere el bien para su hijo y eso la ha
tranquilizado. “En la última visita la madre ha visto cómo se ha pelado
Alberto y no le ha gustado. Él nos ha pedido la maquinilla que usa
Manuel para que su madre le corte el pelo porque cuida mucho de su
imagen y le hemos dicho que sí, por supuesto”, relata Ana. “La verdad es
que nuestra relación es ahora muy buena. La madre de
Alberto, cada vez que le trae un regalo a su hijo trae otro para
Enrique”, añade.
“¿El futuro?”, pregunta Ana.
“Alberto le ha dicho a una técnica de Márgenes y Vínculos que él se ve a
sí mismo viviendo en un pisito y recibiendo allí nuestras visitas y la
de su madre”, cuenta Manuel. Lo importante es que se mantenga el buen
ambiente que hay entre sus dos familias, y que las dos sigan formando
parte de su identidad, añade. El padre acogedor dice que vería como un
hecho natural que Alberto fuese al barrio donde nació
para saber de dónde viene, pero añade que eso lo tiene que autorizar su
tutor en la fundación. Y cuenta que ellos han llegado a pensar en acoger
también a la madre de Alberto. “Es normal que cuando cumpla los
dieciocho su madre lo esté esperando. Para ese día yo lo que espero es
que él pueda decidir con libertad, que no se sienta presionado para
decidir dónde sigue viviendo”, dice Ana, que añade. “Pero ella sabe que
donde está mejor es con nosotros”.
AHORA TOCA DISFRUTAR
Manuel y Ana coinciden en que el
futuro de Alberto dependerá al final de lo que él decida. Pero el suyo
propio lo ven más claro. Por lo pronto, no volverán a acoger. “No vamos
a repetir. No porque no nos haya gustado la experiencia, sino por
flojera, porque educar a un crío exige mucho esfuerzo y muchas
responsabilidades. Ya hemos criado a dos y ahora que ya se están
haciendo mayores lo que queremos es disfrutar un poco de la vida.
Recuperar la libertad de los solteros”, ríe Ana.
Manuel recuerda que decidieron
convertirse en familia acogedora porque siempre les chirriaba que la
gente fuera a China en busca de niños para adoptar. “Con la de niños con
problemas que hay aquí, no sé por qué la gente se tiene que ir a China”,
dice. Y Ana añade otra razón: “Llegó un día en que vimos que en nuestra
casa cabía más gente. Teníamos a Enrique, la familia ya estaba montada,
nos sentíamos felices y con ganas de compartir lo que teníamos con
alguien más. Así que nos decidimos, llamamos a Márgenes y
Vínculos y hasta hoy”.
Ana y Manuel son familia acogedora
temporal y aunque ya han dicho que no volverán a acoger a más niños,
admiten que no descartan apuntarse a otra modalidad, la de urgencia.
Este tipo se aplica a menores sobre los que hay que intervenir de forma
inmediata dada la gravedad de la situación de maltrato, abandono, o
desamparo en que viven con su familia biológica. Este acogimiento
intenta evitar el ingreso en centros o residencias y favorecer un
ambiente y una atención familiar sana al menor mientras se estudia si
puede volver con su familia de origen, o se toma otra medida de
protección más adecuada. Es de corta duración, remunerado en
todos los casos y suele aplicarse a menores de muy corta edad,
de entre cero y seis años.
EL MEJOR EJEMPLO DE
ENTREGA
Carlos Martínez Bermúdez, el
psicólogo, lo dijo en un encuentro de familias acogedoras de las
provincias de Cádiz y Sevilla que se celebró a finales de octubre en la
capital de Andalucía: ejercer de padres y madres acogedores de niños o
niñas que necesitan la protección de una familia alternativa es el mejor
ejemplo de entrega, generosidad y altruismo que existe. “Y el mejor
ejemplo de entrega es el de las familias que hacen acogimientos de
urgencia. Recibís al niño o la niña cuando está explotando,
cuando más está sufriendo, lo acogéis, lo cuidáis, le dais
vuestro cariño y cuando vuestra labor está empezando a dar sus frutos,
cuando empezáis a construir algo con él, se va, os tenéis que despedir
de él”.
Manuel y Ana ya han
dado ejemplo de ese altruismo y seguro que, cuando Alberto y Enrique
sean mayores de edad y tengan sus vidas enderezadas, repiten. “Hombre,
cuando nos hayamos hecho un viaje a Marruecos y a dos o tres lugares a
los que queremos ir, a lo mejor nos convertimos en acogedores de
urgencia. Nunca se sabe”, admite Ana.
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