«Caí, junto con mi anterior pareja, en la mundo de la
droga, ni ella ni yo podíamos hacernos cargos de nuestros seis hijos y la
única solución que vimos más acertada fue entregarlos a centros de
menores de la Junta», declaró Franciso Verdugo, «algo que hoy día nunca
hubiera hecho si hubiese conocido cómo funciona la administración en
cuanto a política de menores». Ayer la Asociación Pro Derechos Humanos,
mostró su apoyo a esta familia que «lleva ocho años luchando porque todos
sus miembros estén, de una vez por todas, juntos», expresó Asunción García
Acosta, miembro de la APDH.
Francisco compareció ayer junto a sus tres hijos mayores para dar a conocer
«su particular historia». «En 1997 envían a mis hijos a Carmona y al año
siguiente los trasladan a un centro de la capital», anunció Francisco. «Tras
cumplir mi año de condena en prisión me quitan la tutela y me impiden
verlos, ni siquiera en régimen de visitas», asegura.
Alejandro, el hijo mayor contaba que «en el centro de Sevilla comenzaron
las mentiras. Nos decían que nuestro padre estaba tirado en un semáforo y
que no sólo no podía hacerse cargo de nosotros, sino que tampoco quería».
Estas palabras fueron repetidas una y otra vez a cada uno de los hermanos,
su fin último estaba claro: «separarnos, algo que yo no iba a consentir».
A patir de este momento, sólo dificultades dibujaron la historia de estos
menores. Tras las insistentes «versiones falsas de la Junta», tal como
ellos definen, en las que repetían, una y otra vez, que el padre se deshacía
de ellos, «algo inesperado nos sucedió: nos separaron. A mí me llevaron a
un centro en San Juan de Aznalfarache y a mis hermanos a Bollullos de la
Mitación», según el mayor de los hijos.
Mientras tanto, Francisco, recorrió kilómetros y kilómetros buscándolos,
«estuve en todos los pueblos de la provincia, fuí a Málaga a por ellos,
pero nada: la Junta no me permitía verlos porque decía que no me había
rehabilitado y no era capaz de llevar adelante a una familia», apunta
Verdugo. La estancia de Alejandro en San Juan no fue nada fácil, «nos duchábamos
con agua fría, nos tiraban a la calle durante el día y nos pedían que sólo
volviéramos por la noche para dormir». «No nos daban educación, no nos
hacían de comer, nos nos vestían si necesitábamos alguna prenda. La
situacuión era insostenible», añade Alejandro. Este descontrol le llevó
a escapar del centro y a buscar a su padre, «en pleno invierno me fui
andando en pantalones cortos -no me daban algo de más abrigo- de San Juan a
Sevilla en busca de mi padre y cuando lo encontré me quedé con él y,
afortunadamente, le dieron la custodia».
Ya sólo quedaba por recuperar a cinco de sus hijos. A las dos gemelas,
Miriam y Alicia, la Junta no paraba de buscarles familias de adopción, pero
ellas se negaban y «sólo queríamos volver con nuestro padre». Una vez
cumplieron la mayoría de edad y tras 7 años en el centro de menores,
volvieron con su padre. El cuarto de sus hijos también se unió a la
familia de forma voluntaria y es que Francisco es «un padre modélico,
desde hace cuatro años tiene trabajo como guardia de seguridad y además,
de darles una educación que no recibieron, es capaz de llevar adelante a
toda su familia».
Desafortunadamente, la historia no tiene un final feliz y aún le queda por
recuperar a dos de sus hijos. El sufrimiento de Francisco fue constante
durante muchos años, «sufre desde que se levanta hasta que se acuesta»,
comenta su familia. Pero el dolor de este padre no había terminado. «Vivíamos
en Los Rosales y, supuestamente el penúltimo de mis hijos estaba en un
centro, cuando, cual fue mi sorpresa al conocer que vivía a 50 metros de mi
casa», manifestaba Francisco. Ni el padre ni los hermanos lo podían ver, a
pesar de que encuentros casuales, dejaban de manifiesto que el pequeño quería
volver con ellos. «Un día lo encontramos y no paraba de gritar ¡quiero
irme con vosotros, dadme un beso! Esperemos poder recuperarlo con el juicio
de mayo», aseguran. La pequeña de sus hijas es su última espina clavada,
no sabe dónde está y la Junta no quiere decirle nada.