Estoy casado, con dos hijos de 10 y 12 años. Soy maestro de
primaria que impartía clases a niños y niñas en la escuela de Cahabón y líder
comunitario maya que’chí, defensor del río Cahabón en Alta Verapaz. Soy un preso
político por denunciar el secuestro de los ríos que hacen las grandes
corporaciones, por declarar que los están matando
-Bernardo Caal / líder maya encarcelado por protestar contra un
proyecto hidroeléctrico-
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En la misérrima cárcel de Cobán, cabecera administrativa del departamento
guatemalteco de Alta Verapaz, el líder indígena Bernardo Caal cumple desde
la semana pasada los 7 años de prisión a los que ha sido condenado por un
tribunal local. Caal, detenido en enero por desafiar los planes de
construcción de dos de los proyectos hidroeléctricos más descomunales de
todo Centroamérica, ha sido acusado de retención ilegal, robo e instigación
a delinquir a los trabajadores de una de las empresas que levantan las
centrales. Pero la inquietud por la falta de garantías en este juicio, y de
otros con cargos similares, es palpable. Comunidades indígenas y
organizaciones civiles internacionales tratan ahora de impugnar un proceso
plagado de irregularidades. No les resultará sencillo porque la justicia en
Guatemala es un espejismo pese al propósito de enmienda que se promulgó en
los Acuerdos de Paz que en 1996 pusieron fin al genocidio maya instigado por
las oligarquías locales. Poco ha cambiado la cosa en estos 22 años. El
actual régimen presidido por el humorista Jimmy Morales, una caricatura bufa
de Beppe Grillo revestida con el racismo evangelista de Jair Bolsonaro,
sigue entregando los inmensos recursos naturales que el país guarda en el
subsuelo a empresas mineras, madereras o eléctricas que reparten prebendas
para garantizarse fidelidades en todas las estructuras del Estado. Sólo
entre enero y julio de este año se verificaron 137 agresiones y 21
asesinatos de líderes indígenas que protestaban contra la depredación
industrial en uno de los parajes más bellos de la Tierra pero hasta ahora
nadie ha pagado por ello. Una de las empresas que se reparten el botín
guatemalteco es Cobra, empresa subsidiaria de ACS de Florentino Pérez.
Cobra participa en la construcción del megacomplejo
hidroeléctrico Renace, seis represas en cascada sobre el río Cahabón con
túneles de conducción del agua que cruza el departamento de Alta Verapaz
amenazando el ecosistema de la región y la vida de una población que, a
pesar de la prosperidad que les prometieron, subsiste con dos euros al día y
casi sin luz eléctrica en sus humildes hogares. Bernardo Caal se rebeló
contra todo esto. Fue detenido y enviado a la cárcel de Cobán, una ratonera
inmunda empaquetada con alambre de espino donde 387 presos se hacinan bajo
un sol inmisericorde.
Caal cumple desde la semana pasada los 7 años de prisión a los que ha sido
condenado por desafiar los planes de construcción de los proyectos
hidroeléctricos más descomunales de todo Centroamérica
Visitarle no resulta difícil si uno acompaña a su
letrado y le surte de algo de comida. La fruta es un producto de lujo dentro
de los muros de un presidio sin forma ni orden, muy parecido a una perrera.
Los reclusos, algunos semidesnudos, conforman un tráfago bullicioso de
narcotraficantes, maras, violadores, ladrones y asesinos. Pero los adjetivos
habría que reservarlos para otros paisajes y otras miradas que transmitan
algo más de compasión. Porque la prisión de Cobán tiene toda la pinta de ser
una subasta para la supervivencia. El ambiente está tan cargado de crueldad
que deja al visitante helado, sin voz, con la mente atónita aunque la
memoria no cese de grabar. Son poco más de las 11 de la mañana y un policía
llama a voz en grito a Bernardo Caal para que salga al patio del módulo
donde se encuentra recluido. Tiene visita. La entrevista se realiza cuatro
días antes de conocerse la sentencia –7 años y cuatro meses de cárcel– a la
vista de los vigilantes y bajo el escrutinio indisimulado del resto de los
presos. La luz es dura, el calor intenso. Caal de pie en el patio, agarra
con sus manos los barrotes y habla pausado.
¿Quién es Bernardo Caal?
Estoy casado, con dos hijos de 10 y 12 años. Soy
maestro de primaria que impartía clases a niños y niñas en la escuela de
Cahabón y líder comunitario maya que’chí, defensor del río Cahabón en Alta
Verapaz. Soy un preso político por denunciar el secuestro de los ríos que
hacen las grandes corporaciones, por declarar que los están matando. Y lo
voy a seguir haciendo, denunciando lo que acontece al pueblo Q’eqchí, el
saqueo de nuestro territorio.
Usted está encarcelado desde enero, ¿de qué le
acusan?
De retención ilegal, robo e instigación a delinquir
pero yo lo único que he propuesto a las autoridades es realizar una consulta
sobre la hidroeléctrica, algo que Guatemala aceptó al ratificar el artículo
169 de la OIT sobre pueblos indígenas. El artículo 6 lo dice claramente:
“Consultar a los pueblos interesados, mediante procedimientos apropiados y
en particular a través de sus instituciones representativas, cada vez que se
prevean medidas legislativas o administrativas susceptibles de afectarles
directamente”. Pero el gobierno de Jimmy Morales lo incumple.
¿Cree que Guatemala está en manos de las grandes
corporaciones?
Es que nunca lo perdieron. Los preparativos de este
despojo que estamos sufriendo comenzó antes de la firma de los Acuerdos de
Paz en 1996. La minería, los madereros, las eléctricas. Las grandes
transnacionales llegan aquí a explotar los recursos naturales y no dejan ni
un 1% de los beneficios que obtienen. Los acuerdos del 96 sólo sirvieron
para legalizar el continuismo de la dictadura porque las mismas familias
siguen acaparando tierras, recanalizando ríos y talando bosques enteros. Y
ahora conforman alianzas con empresas como Cobra cuyo propietario es
Florentino Pérez. Pero maneja mucho poder. ¿Quién soy yo para enfrentarlo?
Un hombre chiquito al que lo único que le queda es contar lo que este señor
está haciendo en Guatemala y que se conozca en España.
¿Tiene esperanza de que termine imponiéndose la
justicia?
No tengo esperanza, la verdad, porque me enfrento a
un monstruo. La imagen que las autoridades tratan de crear sobre mí es la de
un criminal. La semana pasada me dijo el juez en la audiencia que él es el
Estado. El mismo Estado que está otorgando las licencias que empresas como
la de Florentino Pérez y otras utilizan para quitarnos nuestros recursos y
sumergirnos en la pobreza.
¿Hay miedo a la protesta?
Por supuesto que hay miedo. Mi caso es el ejemplo de
lo que le espera a quien proteste: O la cárcel o la muerte. Porque aquí se
mata a líderes comunitarios que tratan de organizar a sus pueblos, que se
informan y que buscan la mejor solución para unas comunidades cuya
organización es anterior a la llegada de los españoles.
Y, ¿cuál es la solución en estas circunstancias?
Para nosotros los ríos son sagrados. Está en el Popol
Vuh, el libro del consejo del pueblo Q’eqchí y cuya parte mitológica se
desarrolla precisamente en el río Cahabón, el mismo río que ahora nos quiere
robar Florentino Pérez. Eso supone la destrucción de nuestra cultura y
nuestra historia. Imagine que lo hiciera en el río Nilo o en el Jordan.
¿Cómo cree que reaccionarían Egipto e Israel? ¿Piensa que le permitirían
apropiarse de sus ríos sagrados? Seguro que no. Para mi pueblo es una etapa
muy dolorosa.
A
mí me quitaron la plaza de maestro cuando propuse la consulta sobre la
hidroeléctrica. Como eso no me intimidó me llevaron a la cárcel
¿Hay presiones para que capitulen?
Sí. A mí me quitaron la plaza de maestro cuando
propuse la consulta sobre la hidroeléctrica. Como eso no me intimidó me
llevaron a la cárcel. Como castigo y para silenciarme. Quieren que salga
muerto de aquí, acabado completamente, pero tengo fuerza. Me queda el
respaldo del pueblo Q’eqchí. Tengo muy claro que es más valioso el río
Cahabón que lo que yo pueda estar sufriendo en la cárcel.
¿Teme por su vida?
Ya estoy en prisión. ¿Qué más miedo puedo tener? ¿Qué
me maten aquí dentro? No, he perdido el miedo a la muerte. Me dedico a leer.
Escribo cartas para que las lean en el exterior, a veces, hago un poco de
ejercicio. Alguna vez viene a verme alguna organización de derechos humanos,
toman apuntes y se van. No tengo más contacto con el mundo exterior. Pero
sigo convencido de que sólo una alianza internacional por la solidaridad
salvará a nuestros pueblos de la codicia del neoliberalismo.