Los restos de 55 cuerpos han sido
hallados en el cementerio de un antiguo reformatorio público de
Florida investigado por abusos
Oficialmente había solo 31 niños
enterrados
Maye Primera Marianna
3 FEB 2014

Estudiantes de la Escuela para Varones de Marianna, en 1957. /
Archivos del Estado de Florida
Cavaron tres meses buscando 50 cuerpos, en un cementerio donde
oficialmente debían estar enterrados 31: 29 jóvenes estudiantes y
dos empleados de la antigua escuela para varones Arthur G. Dozier
de Marianna, Florida. Cavaron entre septiembre y diciembre de 2013
donde indicaban las sombras rojas y amarillas del radar de
prospección, y encontraron más cuerpos de los que buscaban.
Encontraron más niños. Y los antropólogos no dudan que encontrarán
otro medio centenar si siguen cavando.
En el Panhandle de Florida, el "mango" fronterizo de 200 millas de
largo que colinda en el noroeste con los Estados sureños de
Alabama y Luisiana, el reformatorio de Marianna arrastra una
oscura fama de más de un siglo por los abusos que allí se
cometían. No era una prisión, en términos formales. En la época en
la que fue inaugurado —el 1 de enero de 1900— no había prisiones
en Florida, sino campos de trabajo como éste, donde el castigo
físico —las palizas, el confinamiento, las cadenas— y la
segregación racial eran política de la institución. Allí iban a
parar los jóvenes y niños entre seis y 18 años de edad, con
condenas penales por robo o lesiones. También los acusados de
ausentismo escolar, los "incorregibles" y los huérfanos de 22
condados distintos de los Estados sureños de Florida, Georgia y
Carolina del Sur. Hasta que fue clausurado, el 30 de junio de
2011.
El reformatorio de Marianna fue el primero
de este tipo en Estados Unidos. Fue rebautizado tres veces y
estuvo siempre a cargo del Departamento de Justicia Juvenil de
Florida. El Estado le cambió el nombre por primera vez en 1914,
después de que seis investigaciones legislativas comprobaron que,
durante los 13 años anteriores, los niños de Marianna recibían
castigos brutales e inapropiados, que eran encadenados y que su
alimentación y sus albergues eran paupérrimos. Especialmente los
de los chicos negros, a quienes les correspondía trabajar en los
cultivos de madera, algodón y hortalizas de la escuela y que eran
cedidos para trabajar por temporadas como mano de obra en granjas
del pueblo. En 1968 fue llamada Escuela para varones Arthur G.
Dozier, en honor a uno de sus exdirectores.

Niños internos en la escuela, década de 1950. /
Archivos del Estado de Florida
“Había chicos allí que ni siquiera tenían
edad para cometer un delito”. Glen Varnadoe fue uno de los
primeros familiares que intentó una acción legal contra el Estado
para que le devolvieran los restos de su tío, Thomas Varnadoe,
quien murió en Marianna el 26 de octubre de 1934, a los 13 años,
un mes y una semana después de haber sido enviado al reformatorio
por “violación maliciosa de propiedad privada”. Thomas y su
hermano Hubert, el padre de Glen, habían entrado al patio de la
casa vecina para jugar con la máquina de escribir que la dueña de
casa tenía en la trastienda. Una semana después del funeral, el
superintendente de la escuela envió una carta a la familia para
notificar que Thomas había muerto de neumonía. El diario de la
escuela, The Yellow Jacket, le dedicó unas líneas en su
edición del 3 de noviembre: decían que el chico ya arrastraba una
pobre condición de salud y que al sepelio asistió un amplio número
de empleados y alumnos de la escuela, entre ellos Hubert. “Mi
padre estaba tan avergonzado de haber ido a parar allí que nunca
habló de los tratos que recibía en Marianna. Pero es difícil de
creer que alguien pueda enfermarse de neumonía entre septiembre y
octubre en el clima del sur de Florida”, dice Glen Varnadoe.
Los registros oficiales del reformatorio
están incompletos. Hay largas listas de tránsfugas de los que
nunca se supo más. En la mayoría de los decesos reportados desde
su fundación la causa de muerte es desconocida y en otros es
atribuida a la neumonía, a la inmersión, a un incendio y a
accidentes y homicidios nunca aclarados. Hasta el cierre de la
escuela, había solo 31 tumbas en el cementerio de la propiedad,
identificadas con cruces blancas de metal. En atención a las
denuncias acumuladas durante décadas, el
Departamento de Cumplimiento de la Ley de Florida (FDLE, por
sus siglas en inglés) cruzó datos, recabó testimonios y estimó que
podía haber más de 80 niños desaparecidos y enterrados en
distintos puntos de las 560 hectáreas que comprenden las
instalaciones del reformatorio. El FDLE encargó al Laboratorio de
Antropología Forense de la Universidad de South Florida una
investigación más profunda.
Los trabajos empezaron en el cementerio,
ubicado en el área de la escuela reservada para los estudiantes
negros, donde el radar de prospección indicaba que podría haber
entre 40 y 50 cuerpos enterrados. “Cuando comenzamos a excavar,
encontramos muchos más cuerpos de los que esperábamos. Al final,
conseguimos restos de 55 niños. ¿Quiénes son los demás chicos?
¿Por qué nadie sabía de ellos? Durante los próximos dos meses nos
dedicaremos a encontrar sus identidades, quiénes fueron y cómo
murieron. Eran muy chiquitos, el más pequeño tenía 6 años”, dice
el profesor y antropólogo Christian Wells, uno de los
investigadores que trabaja en el terreno junto con un centenar de
especialistas y voluntarios dirigidos por la profesora Erin
Kimmerle. Glen Varnadoe y los familiares de otros once antiguos
internos muertos o desaparecidos han entregado muestras de ADN
para que sean comparadas con las de los restos hallados hasta
ahora. El departamento de casos no resueltos de la policía del
condado de Hillsborough, en Tampa, busca información de los
familiares de otros 44 chicos que también fueron sepultados en
Marianna entre 1914 y 1952.
Nunca le había a tocado a Wells una tarea
similar. Había trabajado antes en Honduras, en Guatemala, en
México, en tumbas mayas y aztecas de miles de años de antigüedad,
sin familias sobrevivientes, ni comunidades ni gobiernos
involucrados.

Estudiantes afroamericanos trabajan en la
carnicería de la Escuela para Varones de Mariana en la década de
1950. / Archivos del Estado de Florida
“Esto es muy distinto. Desde el principio,
esta ha sido una larga batalla con el Estado porque nadie sabía
realmente qué autoridad debía encargarse. ¿Era un caso médico? ¿Un
caso forense? ¿Un caso arqueológico? No está muy claro quién puede
ser responsable de todo esto. Creo que hay gente que se siente
nerviosa de que encontremos una bala o cualquier otra prueba”,
dice Wells.
La fiscal general de Florida, Pamela Jo
Bondi, consiguió un presupuesto de varios miles de dólares para
que los antropólogos sigan cavando, hasta agosto de 2014, y
practiquen pruebas genéticas a lo que encuentren. “Sabemos que han
ocurrido atrocidades en la escuela de varones Dozier desde
principios de 1900. Estas familias necesitan conclusiones. Lo
justo es que podamos identificar a sus seres queridos y
entregarles sus restos”, ha dicho la fiscal. Pero a la comunidad
de Marianna no le complace su empeño ni el de los antropólogos.
Marianna sigue siendo un área semirrural y conservadora, poblada
por familias que han vivido allí por generaciones y que ahora
ocupan cargos de poder en Tallahassee, capital del Estado y sede
del Gobierno, a algo más de 100 kilómetros de allí. Sus abuelos y
bisabuelos trabajaron en la escuela que, junto a las granjas, el
hospital y el Centro para Jóvenes Delincuentes de Jackson, fueron
las principales fuentes de empleo durante la primera mitad del
siglo pasado. “La gente no quiere que estemos ahí. No les gusta
que estemos abriendo tumbas y moviendo muertos. Nadie necesita ver
eso. Algunas veces es difícil, cuando escuchas decir en los medios
locales que eres una mala persona. Pero mucha gente también nos ha
dicho en privado que están muy contentos con que estemos allí,
aunque jamás lo dirían en público porque es una ciudad muy
pequeña, todo el mundo conoce a todo el mundo”, comenta Wells.
La imagen que la pequeña ciudad desea conservar del reformatorio
es la de su archivo fotográfico. Postales veraniegas en blanco y
negro, donde los estudiantes y empleados de la Escuela para
varones Arthur G. Dozier posan sonrientes, llenos de vida.