Unos 21.000
niños viven en España en centros de menores: qué es acoger y por qué
se necesitan familias
Acoger no es adoptar: se supone
que es temporal y el niño sigue dependiendo de la comunidad
autónoma, que tiene que dar permiso para todas las cuestiones que
le atañen, lo que, en ocasiones, es un problema
Con la modificación en 2015 de
la Ley de Protección a la Infancia y la Adolescencia, se introdujo
la obligación de priorizar al acogimiento familiar frente al
residencial, ya que se ha constatado que beneficia al desarrollo
del menor, pero no se cumple
Las familias de acogida
lamentan que los gobiernos regionales no suelen aportar recursos:
"Nunca puede ser la motivación económica lo que te lleve a acoger,
pero tampoco debería ser un impedimento"
Patricia Gea
Al pedirle a Elvira
Perona, presidenta de la Asociación de Acogedores de la Comunidad
de Madrid (ADAMCAM), su colaboración en este reportaje sobre
acogimiento familiar, respondió con una pregunta reveladora:
"¿Para idealizarlo o para contar la realidad?"
El acogimiento familiar
es una medida de protección a la infancia que permite que una
familia acoja en su hogar a un niño o niña que no puede –o no
debe– vivir con sus progenitores por orden de los servicios
sociales. A diferencia de la adopción, los acogedores no tienen la
tutela del menor, que sigue siendo de la comunidad autónoma donde
residen, y es una medida de carácter temporal, aunque puede ser
permanente si no se llegan a dar las condiciones adecuadas para el
retorno del menor con la familia biológica.
La alternativa al
acogimiento familiar para un niño que queda a cargo de la
Administración es el acogimiento residencial, los centros de
menores, donde actualmente se encuentran la mayoría de ellos a
pesar de que, con la modificación en 2015 de la Ley de Protección
a la Infancia y la Adolescencia, se introdujo la obligación de dar
prioridad al acogimiento familiar frente al residencial por los
beneficios que reporta en el menor.
En total, hay 40.828
niños en España en manos de la Administración. El 52% todavía vive
en centros de menores. El otro 48%, con una familia, pero quienes
saben leer este dato explican que es impreciso. "Existe en el
acogimiento la figura de 'familia extensa', en la que son otros
miembros de la propia familia biológica quienes se encargan del
menor. Buena parte de ese porcentaje pertenece a este tipo y no a
acogedores externos sin vínculo con él", explica Teresa Díaz,
vicepresidenta de la Asociación nacional Familias para la Acogida
e investigadora del Instituto de Estudios de la Familia de la
Universidad San Pablo CEU.
Estas cifras han
propagado la creencia de que en España no hay cultura de
acogimiento familiar, de que no hay una red de familias dispuestas
a sacar a esos 21.000 menores de los centros. ¿Por qué? El
desconocimiento de este método de acogida y el abandono al que se
encuentran relegados los padres y madres acogedores por parte de
la Administración, son las principales causas que perciben tanto
las asociaciones, como las familias.
El gran desconocido
"En general, no se
conoce que en España hay 21.000 niños creciendo en centros de
menores", afirma María Araúz de Robles, madre acogedora y
presidenta de la Asociación Estatal de Acogimiento Familiar
(ASEAF). "Lo primero que tienen que hacer las administraciones es
difundir esto, salir a buscar familias, ¿por qué no lo hacen?",
continúa.
El pasado mes de
noviembre, con motivo del IV Congreso del Interés Superior del
Menor, organizado por ASEAF, el Ministerio de Sanidad impulsó la
campaña publicitaria "Tú
serás mi hogar", pero las asociaciones reclaman acciones menos
costosas, pero más efectivas. "Por ejemplo –recuerda Teresa Díaz–,
una campaña que se hizo en Pamplona hace unos años, con la que el
Ayuntamiento llenó las zonas peatonales de cunas con el eslogan:
'Que ningún bebé tenga su cuna en una residencia'. O acercarnos a
los lugares donde se mueven las familias: colegios, centros de
ocio, pabellones deportivos, para contarles de cerca qué es el
acogimiento y por qué se necesita tanto. Es algo que tienen que
hacer las instituciones, nosotros somos padres y madres que
trabajamos, cuidamos a nuestros hijos y en el tiempo que nos queda
atendemos a las familias que llegan a la asociación", asegura la
presidenta de Familias de Acogida.
María de Araúz cree que
desde el primer paso, el de la divulgación, "hay una manifestación
de que aquí prima el sistema de protección a la infancia
residencial. Hay una red muy amplia de centros y la medida
preferente es institucionalizar a los niños, reclamamos que haya
un cambio de paradigma". Y apunta dos motivos por los que sería
beneficioso: "Por un lado se ha demostrado que el interés superior
del niño es crecer en el entorno de seguridad y afecto que le
proporciona una familia, y por otro, que el sistema residencial es
mucho más costoso para el Estado".
Lo confirma Elvira
Perona: "La administración destina 3.000 euros al mes por niño en
un centro de menores, pero el dinero que reciben las familias
acogedoras en Madrid, si lo reciben, es de 2.500 euros al año,
algo mayor si es un niño con necesidades especiales". La cuantía
que perciben los acogedores varía en función de la comunidad. La
horquilla de diferencia es de más de 2.000 euros anuales, según el
Análisis Económico del Acogimiento Familiar en España por CCAA,
dirigido por el catedrático de la Universidad Complutense de
Madrid Francesco Sandulli.
"Si los medios humanos
y materiales empezaran a declinarse en favor de las familias,
habría más dispuestas a acoger", señala Teresa Díaz. Coincide con
ella María de Araúz Robles en que "nunca puede ser la motivación
económica lo que te lleve a acoger, pero tampoco debería un
impedimento". Elvira Perona añade además un elemento al que aluden
también todas las familias consultadas: "No se trata tanto de dar
un apoyo económico mensual, como de dar una red de servicios a los
que esas familias puedan acceder: psicólogos, clases
extraescolares… y que ahora tienen que pagar de sus bolsillos".
Ser familia acogedora, un camino arduo y
solitario
Las cuatro familias
consultadas llegan a las mismas conclusiones: acoger conlleva una
carga administrativa enorme, hay poco seguimiento de los casos por
parte de los técnicos, el sistema está saturado y ellos se
encuentran solos. Algunos conocieron el acogimiento por la prensa,
otros, por el boca a boca. Cuando dieron el paso, se abrió ante
ellos "un proceso de total incertidumbre", tal y como lo define
Sergio, padre de un niño que ahora tiene cinco años y que pasó los
dos primeros de su vida en un centro de menores. "En Madrid no te
aclaran nada en cuanto a tiempos, formas, condicionantes… Te
apuntas, te dan cita para una charla abierta, luego lo solicitas,
te asignan a un técnico, y empiezan las entrevistas, cursos de
formación, etc.".
Beatriz Souto, madre
acogedora de un niño de 11 meses que ahora tiene nueve años, cree
que la primera barrera para que las familias acojan empieza en los
cursos de formación. "Entiendo que te tienen que poner en la peor
de las situaciones, pero no hay que presuponer problemas que
pueden no surgir. Por un lado buscan familias perfectas, que no
existen, y por otro asustan a la gente". Elvira Perona se
pregunta: "¿Por qué la Comunidad de Madrid solo ha encontrado tres
familias de acogida en todo un año? Es para reflexionar".
¿Y cuando ya te han
asignado a un niño?
"Tienes que encargarte
tú de todos los trámites administrativos, tú lo gestionas, la
comunidad los firma", dice Elena Marigorta, madre acogedora desde
hace 14 años. "No hay un teléfono al que llamar un sábado o un
domingo si pasa algo, el niño lo tutela la comunidad, necesitamos
su permiso para todo", explica Raquel, madre acogedora, pareja de
Sergio.
Además de la carga
administrativa, todas las familias señalan que, en algunas
comunidades, hay una gran falta de seguimiento total de los casos.
"Me han cambiado de técnico en numerosas ocasiones y el actual,
desde hace tres años, no conoce aún a mi hijo. Nos ha llegado a
mandar un test por email para que evaluemos nosotros su
desarrollo. Yo puedo decirle si sabe atarse los cordones, pero no
puedo evaluar si mi hijo evoluciona según lo que le corresponde a
su edad. No hablan con el colegio, no saben si le he vacunado".
Elvira Perona afirma que el principal problema es que "el técnico
que lleva las visitas con la familia biológica pertenece a una
empresa externa y es distinto al técnico que lleva el caso del
niño por parte de la comunidad. La única relación que existe entre
ambos es a través de informes". En comunidades como Navarra y País
Vasco ya han atado esta dificultad con planes de unificación de
personal.
¿Qué más piden estos
padres? "Ayudas fiscales, como las familias numerosas, si
queremos, por ejemplo, apuntarlos a ciertas actividades o en el
abono de transporte", explica Beatriz. "Que garanticen plaza fija
en una guardería o colegio público y no tengas que llevarlo a uno
concertado o privado, donde hay un coste", reclama Raquel. "O una
red de psicólogos a los que poder acudir, si detecto en mi hijo
alteraciones de conducta. Son niños con una mochila emocional
difícil y pesada", dice Elena Marigorta. Lola, madre acogedora,
familia monomarental, sí ha tenido acceso a ese psicólogo –en la
Comunidad de Madrid solo hay uno– porque la niña que acogió hace
ya 15 años nació con síndrome de alcoholismo fetal, algo que "ha
marcado su infancia y se está agravando ahora en la adolescencia",
causándole serios problemas. El resto de familias consultadas o no
han tenido acceso a terapia, o han entrado en una lista de espera
de hasta dos años.
Merece la pena
"A pesar de todo,
merece la pena. El esfuerzo no es en vano, es una forma de
paternidad que tiene una dimensión añadida, porque te ayuda a
reconocer situaciones difíciles que viven otras familias, la
desesperación de no poder criar a sus hijos", cuenta Beatriz.
Elena Marigorta cree que "una de las mejores cosas de acoger es
darte cuenta de las cosas superfluas de la vida".
Lola quiere decirle a
las familias que "hay niños maravillosos que están esperando que
les saquemos de los centros, aunque sea por un tiempo". Por
último, Sergio y Raquel se despiden recordando los momentos en los
que han vuelto con su hijo al centro de menores donde dio,
literalmente, sus primeros pasos. Dicen que le gusta visitarlo,
aunque que siempre advirtiendo a los educadores: "Estoy de visita,
pero me voy, eh".