HOMENAJE AL
QUIJOTE
Que
en este año de 2.005 se cumplan los cuatrocientos de la publicación del
inefable Don Quijote de la Mancha motiva por
doquier los homenajes, lecturas colectivas, publicación de estudios y celebración
de eventos, a los que se suman chicos y mayores, intelectuales y pr
ofanos, para ensalzar las
cualidades de una obra universal por excelencia, válida para todos los tiempos,
leída en todos los idiomas y aceptada en todas las culturas.
PRODENI, una asociación que lucha
por la defensa de los derechos de los niños y las niñas, contra la incomprensión
no pocas veces de quienes por ley tienen que velar por ellos, también se suma
con la publicación aquí de una ilustración del excelente ANGEL IDÍGORAS y la
reproducción de una parte del capítulo IV de la obra, la que trata de la
primera aventura del ingenioso hidalgo recién nombrado caballero, aquella en la
que acude a defender a un adolescente de la paliza propinada por un adulto
en un bosque de encinas.
Cervantes consigue su obra maestra
porque conoce como nadie el mundo en el que vive, el choque de culturas (hoy
decimos de civilizaciones), la encrucijada de caminos, el inmovilismo de una época,
el orbe popular y social que le rodea ( en el que goza y sufre), incluso la
crudeza de la guerra y la soledad de los presidios... un mundo que evidentemente
no le gusta y que repasa a través de los ojos de un loco cuerdo que pretende
transformarlo acudiendo a los nobles ideales de la mítica caballería, dejando
en evidencia las pequeñas grandezas de las cosas y las grandes miserias de la
conducta humana, porque el rasgo fundamental de la obra es la profunda humanidad
que su prosa desprende, la compasión de Cervantes por las gentes y culturas de
su mundo, a pesar del notorio desencanto de los últimos años de su existencia.
Y ese mundo hostil para muchos que
recrea Cervantes, lo era mucho más (como
lo es hoy) para los más indefensos, los vulnerables entre los vulnerables: los
niños y los adolescentes. Por eso, y, no por casualidad, quiso que las
aventuras del ingenioso hidalgo comenzasen precisamente por donde más lo sentía,
defendiendo a un menor.
El que la primera aventura, la
primera acción de un Don Quijote todavía sin su Sancho fuese salvar de una
paliza a un niño, pone, pues, de manifiesto la intención del autor de querer
ejemplificar con ese hecho una visión compasiva y a la vez descarnada de la
indefensión y abandono de una parte de la infancia que él, a lo largo y ancho
del país, en sus viajes, tuvo que contemplar impotente en numerosas ocasiones.
Por eso Cervantes recurre a Don Quijote y lo lleva presto, antes que
nada, tras las voces de auxilio que salen del bosquecillo de encinas a socorrer
imperioso al mozalbete, imprecando de inmediato al maltratador, al que exige en
el acto y momento reparación de los daños, aplicando su peculiar justicia con
la invocación a la idealizada Dulcinea, pretendiendo imponer a la cruda
realidad de las cosas su noble y desinteresada acción, yéndose de allí
convencido de que esa parte del mundo había quedado transformada tras su paso.
Para nosotros la evocación de la
escena del bosquecillo de encinas nos presta una imagen universal, imperecedera
en el tiempo, que nos gustaría destacar en esta época de homenajes. Y es el
hecho de cómo Cervantes deja señalado que toda acción social, de justicia o
de solidaridad, si no va con rigor acompañada
de otra acción de control y seguimiento, sobre el terreno donde se produce, está
condenada a perder su eficacia. ¿Cuántos ejemplos podríamos poner hoy de
subvenciones que se despilfarran en programas de los que no se hace el adecuado
seguimiento? ¿O cuantos de decisiones judiciales y administrativas que no
cuentan con el oportuno control para el cumplimiento de las medidas y por eso no
salen bien?.
En otro apartado de esta web
hablamos de las deficiencias observadas, por ejemplo, en el sistema de Protección
de Menores de Andalucía (crítica que se puede extender a las demás
comunidades autónomas) ¿Y que nos dice Cervantes?. Que por muchas
acciones administrativas que se lleven a cabo en defensa de niños y niñas, si
no hay equipos suficientes de técnicos, o estos están sobrepasados de trabajo
por el número excesivo de expedientes, o dirigen el desarrollo del expediente a
distancia, o dejan en la buena fe de los centros y pisos de acogida el cuidado,
atención y tratamiento de los menores... la ineficacia administrativa está
servida, y, con ello, perjudicados los niños y niñas sujetos de protección.
Lo mismo podemos decir de otros ámbitos
del sistema: Justicia, Educación... cuando la acción que se dirige a
beneficiar a los menores no cuenta con los suficientes medios para garantizar su
ejecución, porque quien decide, a veces no controla, y, como Don Quijote,
abandona el bosquecillo pretendidamente efectivo y eficaz.
Por esa enseñanza que nos procura
Cervantes, y porque la primera aventura de su Don Quijote fue la defensa de los
derechos de un adolescente, queremos desde
PRODENI colaborar en su homenaje con esta particular aportación.
CAPÍTULO IV
DE LO QUE SUCEDIÓ A NUESTRO CABALLERO CUANDO SALIÓ
DE LA VENTA
La
del alba sería cuando Don Quijote salió de la venta, tan contento, tan
gallardo, tan alborozado por verse ya armado caballero, que el gozo le reventaba
por las cinchas del caballo. Mas viniéndole a la memoria los consejos de huésped
cerca de las prevenciones tan necesarias que había de llevar consigo, especial
la de los dineros y camisas, determinó volver a su casa y acomodarse de todo y
de un escudero, haciendo cuenta de recibir a un labrador vecino suyo, que era
pobre y con hijos, pero muy a propósito para el oficio escuderil de la caballería.
Con este pensamiento guió a Rocinante hacia su aldea, el cual, casi conociendo
la querencia, con tanta gana comenzó a caminar, que parecía que no ponía los
pies en el suelo.
No había andado mucho, cuando le pareció que a su diestra mano, de la
espesura de un bosque que allí estaba, salían unas voces delicadas, como de
persona que se quejaba; y apenas las hubo oído, cuando dijo:
-Gracias doy al cielo por la merced que me hace, pues tan presto me pone
ocasiones delante donde yo pueda cumplir con lo que debo a mi profesión y donde
pueda coger el fruto de mis buenos deseos. Estas voces, sin duda, son de algún
menesteroso o menesterosa que a menester mi favor y ayuda.
Y volviendo las riendas, encaminó a Rocinante hacia donde le
pareció que las voces salían. Y a pocos pasos que entró en el bosque, vio
atada una yegua a una encina, y atado en otra un muchacho, desnudo de medio
cuerpo arriba, hasta edad de quince años, que era el que las voces daba, y no
sin causa, porque le estaba dando con una pretina muchos azotes un labrador de
buen talle, y cada azote le acompañaba con una reprensión y consejo, porque
decía: “La lengua, queda y los ojos, listos.”. Y el muchacho respondía:
“No lo haré otra vez, señor mío; por la pasión de Dios que no lo haré
otra vez, y yo prometo de tener de aquí adelante más cuidado con el hato”. Y
viendo Don Quijote lo que pasaba, con voz airada dijo:
-Descortés caballero, mal parece tomaros con quien defender no se
puede. Subid sobre vuestro caballo, y tomad vuestra lanza (que también tenía
una lanza arrimada a la encina adonde estaba arrendada la yegua), que yo os haré
conocer ser de cobardes lo que estáis haciendo.
El Labrador, que vio sobre si aquella figura llena de armas, blandiendo
la lanza sobre su rostro, túvose por muerto, y con buenas palabras respondió:
-Señor caballero, este muchacho que estoy castigando es un mi criado,
que me sirve de guardar una manada de ovejas que tengo en estos contornos; el
cual es tan descuidado, que cada día me falta una, y porque castigo su descuido
o bellaquería, dice que lo hago de miserable, por no pagalle la soldada que le
debo y en Dios y en mi ánima que miente.
-¿Miente, delante de mí, ruin villano? –Dijo Don Quijote-. Por el sol
que nos alumbra, que estoy por pasaros de parte a parte con esta lanza: pagadle
luego sin más réplica; si no, por el Dios que nos rige, que os concluya y
aniquile en este punto. Desatadle luego.
El labrador bajó la cabeza y, sin responder palabra, desató a su
criado, al cual preguntó Don Quijote que cuánto le debía su amo. Él dijo que
nueve meses, a siete reales cada mes. Hizo la cuenta Don Quijote y halló que
montaban sesenta y tres reales, y díjole al labrador que al momento los
desembolsase si no quería morir por ello. Respondió el medroso villano que
para el paso en que estaba y juramento que había hecho (y aún no había jurado
nada) que no eran tantos; porque se le habían de descontar y recibir en cuenta
tres pares de zapatos que le había dado y un real de dos sangrías que le habían
hecho estando enfermo.
-Bien está todo eso, replicó Don Quijote; pero quédense los zapatos y
las sangrías por los azotes que, sin culpa, le habéis dado; que si él rompió
el cuero de los zapatos que pagasteis, vos le habéis rompido el de su cuerpo; y
si le sacó el barbero sangre estando enfermo, vos en sanidad se la habéis
sacado; así que, por esta parte, no os debe nada.
-El daño está, señor caballero, en que no tengo aquí dineros; véngase
Andrés conmigo a mi casa, que yo se los pagaré un real sobre otro.
-¿Irme yo con él, dijo el muchacho, más? ¡Mal año!; no, señor, ni
por pienso,porque en viéndose solo, me desollará como a un San Bartolomé.
-No hará tal, replicó Don Quijote; basta que yo se lo mande para que me
tanga respeto, y con que él me lo jure por la ley de caballería que ha reibido,
le dejaré ir libre y aseguraré la paga.
-Mire vuestra merced, señor, lo que dice, dijo el muchacho, que este mi
amo no es caballero, ni ha recibido Oren de caballería alguna; que es Juan
Haldudo, el rico, el vecino de Quintanar.
-Importa poco eso, respondió Don Quijote, que Haldudos puede haber
caballeros, cuanto más que cada uno es hijo de sus obras.
-Así es verdad, dijo Andrés; pero este mi amo, ¿de qué obras es hijo,
pues me niega mi soldada y mi sudor y trabajo?.
-No niego, hermano Andrés, respondió el labrador, y hacedme placer de
veniros conmigo, que yo juro por todas las Órdenes que de caballería hay en el
mundo, de pagaros como tengo dicho, un real sobre otro, y aún sahumados.
-Del sahumerio os hago gracia, dijo Don Quijote; dádselos en reales, que
con eso me contento; y mirad que lo cumpláis como lo habéis jurado; si no, por
el mismo juramento os juro de volver a buscaros y a castigaros, y que os tengo
de hallar, aunque os escondáis más que una lagartija. Y si queréis saber
quien os manda esto, para quedar con más veras obligado a cumplirlo, sabed que
yo soy el valeroso Don Quijote de la Mancha , el desfacedor de agravios y
sinrazones; y a Dios quedad, y no es parta de las mientes lo prometido y jurado,
so pena de la pena pronunciada. Y en diciendo esto picó a su Rocinante, y en
breve espacio se apartó de ellos. Siguióle el labrador con los ojos, y cuando
vio que había traspuesto el bosque y que ya no parecía, volvióse a su criado
Andrés y díjole:
-Venid acá, hijo mío, que os quiero pagar lo que os debo como aquel
deshacedor de agravios me dejó mandado.
-Eso juro yo, dijo Andrés, y como que andará vuestra merced acertado en
cumplir el mandamiento de aquel buen caballero, que mil años viva, que según
es de valeroso y buen juez, ¡vive Roque, que si no me pagáis que vuelva y
ejecute lo que dijo!.
-También lo juro yo, dijo el labrador; pero por lo mucho que os quiero,
quiero acrecentar la deuda para acrecentar la paga. Y asiéndole del brazo, le
tornó a atar a la encina, donde la dio tantos azotes que le dejó por muerto.
Llamad, señor Andrés, ahora, decía el labrador, al desfacedor de agravios,
veréis como no desface aqueste, aunque creo que no está acabado de hacer,
porque me viene gana de desollaros vivo como vos temíades.
Pero al fin le desató y le dio
licencia que fuese a buscar a su juez, para que ejecutase la pronunciada
sentencia. Andrés se partió mohino, jurando de ir a buscar al valeroso Don
Quijote de la Mancha, y contarle punto por punto lo que había pasado, y que se
lo había de pagar con las setenas; pero con todo esto, él se partió llorando
y su amo se quedó riendo. Y desta manera deshizo el agravio el valeroso Don
Quijote; el cual, contentísimo de lo sucedido, pareciéndole que había dado
felicísimo y alto principio a sus caballerías, con gran satisfacción de sí
mismo iba caminando hacia su aldea, diciendo a media voz:
-Bien te puedes llamar dichosa sobre cuantas hoy viven en la tierra, ¡oh
sobre las bellas bella Dulcinea del Toboso!, pues te cupo en suerte tener sujeto
y rendido a toda tu voluntad e talante a un tan valiente y tan nombrado
caballero como lo es y será Don Quijote de la Mancha, el cual, como todo el
mundo sabe, ayer recibió la oden de caballería, y hoy ha desfecho el mayor
tuerto y agravio que formó la sinrazón y cometió la crueldad; hoy quitó el látigo
de la mano a aquel despiadado enemigo, que tan sin ocasión vapulaba a aquel
delicado infante.
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